martes, 10 de septiembre de 2013

La tinta destituye y las balas también

Macri aludió a un politburó del establishment, cuyo objetivo es el de esmerilar al kirchnerismo. El taxista se exhibía afable y criterioso. Hasta que, ante un semáforo en rojo, un limpiavidrios le zampó de modo compulsivo sus servicios. Ello bastó para que dijera: "No veo la hora de que vuelvan los militares." Notable. Justo ese día –era la mañana del 2 de septiembre– el diario La Nación había publicado su ya famosa editorial intitulada "La tinta no destituye"; allí señala: "Perón no cayó por obra de las armas que alzó la Revolución Libertadora en 1955. Cayó, básicamente, porque su régimen se había agotado y abundaban los escándalos y las burdas muestras de autoritarismo." ¿Es posible que tales palabras se refirieran a los hechos desencadenados a partir del 16 de junio de aquel año? Era jueves; pasado el mediodía, un coro de truenos comenzó a oírse. Desde el cielo emergía una bandada de aviones en vuelo hacia la Plaza de Mayo. A las 12:40, estalló la primera bomba sobre la Casa de Gobierno. Después, un avión hizo blanco en un trolebús repleto de pasajeros; no hubo sobrevivientes. La escuadra agresora –39 aparatos de la aviación naval y la Aeronáutica– repartió puntería entre aquel edificio, la plaza y sus alrededores. Más de 100 bombas serían arrojadas sobre la gente que corría sin rumbo bajo el tableteo de las ametralladoras, entre lenguas de fuego y humo blanco. Trece toneladas de trotyl y miles de balas 7,62 fue el gasto de la jornada. Quedarían allí 308 muertos y 700 heridos. El plan criminal de los sublevados –que culminaría con éxito tres meses más tarde– desembocó en una tragedia histórica. Su propósito: imponer el terror; golpear de manera feroz e indiscriminada al conjunto del cuerpo social. Por eso se eligió como blanco un escenario simbólico de la movilización popular. Era el anticipo de un genocidio; la semilla que habría de alentar la escalada homicida que concluyó en 1976 con el secuestro, la tortura y el asesinato de miles de personas. Aun así, 58 años después, se leería en La Nación que "Perón cayó porque su régimen se había agotado". Una asombrosa afirmación que generó repudios y refutaciones de toda índole. Refutaciones sólidas y elocuentes, formuladas por funcionarios, dirigentes políticos e intelectuales de diverso signo. No obstante, ninguna de ellas estuvo a la altura de una añeja cita de Mario Amadeo –un golpista de 1955 que luego fue el canciller del gobierno de facto–, escrita en su libro Ayer, hoy y mañana (Ediciones Gure/1956): "No olvidemos el hecho de que la Revolución Libertadora no fue solamente un movimiento en que un partido derrotó a su rival o que una fracción de las Fuerzas Armadas venció a la contraria, sino que fue una revolución en la cual una clase social impuso su criterio sobre otra." Y ahora, el taxista insistía: "No veo la hora de que vuelvan los militares." ¿Acaso el tipo pertenece al "círculo rojo", mencionado por Mauricio Macri en una entrevista publicada el 1 de septiembre en el periódico Perfil? El jefe de gobierno porteño aludía así a una especie de politburó del establishment, integrado por "distintas personas del hacer y del pensar" –según sus palabras–, cuyo objetivo es el de esmerilar al kirchnerismo por los medios que fueran. No se sabe si el nombre de tal cofradía fue inspirada en el film Le Circle Rouge, dirigida por Jean-Pierre Melville en 1970 –la cual, por cierto, nada tiene que ver con grupos del poder económico que operan desde la sombra– o si, dada la ideología simbolizada por ese color, sólo se trató de una confusión daltónica de Macri. Su existencia, en cambio, es un secreto a voces. Y él, incurriendo en un sincericidio memorable, lo acaba de blanquear. El asunto en sí hace recordar al Grupo Azcuénaga –bautizado así por la calle en la que se reunían sus miembros– y también a su desprendimiento, el Grupo Perriaux –por su factótum, el abogado conservador Jaime Perriaux–. Desde 1973, ambos cenáculos empiezan a conspirar contra el gobierno constitucional de entonces. El último de estos –integrado por José Alfredo Martínez de Hoz, Horacio García Belsunce (p), Mario Cadenas Madariaga y Armando Braun, entre otros– fue la usina intelectual que digitó el golpe de Estado de 1976, además de diseñar el proyecto político y económico de la última dictadura. En resumidas cuentas, funcionó como una eficaz correa de transmisión entre los uniformados y el ejercicio del poder. Ya se sabe que los más horrorosos cataclismos de la Historia se repiten en forma de farsa. Bajo tal fatalidad bailotean los conspiradores del presente, a los cuales Macri se refiere. Para comprender su situación actual, nada mejor que una pequeña escena: en medio de la crisis de 2001, el jefe del Ejército, Ricardo Brinzoni, fue abordado por periodistas al salir del Edificio Libertador. Uno le preguntó: "¿Contemplan las Fuerzas Armadas un golpe de Estado?" La respuesta: "No tenemos recursos." Es curioso: durante la fiesta menemista –la etapa civil de la dictadura–, los poderes hegemónicos desatendieron al Partido Militar. Sin duda, un problema continental. Tanto es así que en el otoño de 2002 fracasó con estrépito el golpe a Hugo Chávez. Se trató del último intento estrictamente castrense en América Latina de torcer el rumbo de la Historia. Una lección que, quizás a su pesar, aprendieron todas las Fuerzas Armadas de la región. En tal contexto –y con semejante orfandad como telón de fondo–, el ya célebre "círculo rojo" afina nuevas estrategias. Honduras y Paraguay son para sus integrantes un posible modelo a seguir. Imponer el criterio de una clase social sobre las otras bien lo vale.

Fuente: de Ricardo Ragendorfer para Infonews y levantado de El Ortiba

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