lunes, 23 de junio de 2014

Entrevista a un policía represor que fue candidato a diputado por el partido filonazi de Biondini

Vida y obra de Jorge Silvio Colotto. Saltó a la fama por la pesquisa del caso Penjerek, integró el grupo parapolicial creado por López Rega, fue amigo de Massera y referente de la ultraderecha. La legitimación del espacio político de Biondini reactualiza su historial. El juez federal Ariel Lijo concedió el 11 de junio la personería jurídica al partido neonazi Bandera Vecinal, liderado por Alejandro Biondini. Esa capilla política –llamada sucesivamente Alerta Nacional, Partido Nacionalista de los Trabajadores, Partido Nuevo Triunfo, Acción Ciudadana y Partido Alternativa Social– fue el último sitio de pertenencia del comisario general retirado Jorge Silvio Colotto, quien encabezó su lista de candidatos a diputados nacionales en las elecciones de 2005. Una ocasión propicia para revisar la vida y obra de este hombre, que supo transitar los pasillos más ominosos de la historia argentina reciente. Colotto vivía en un lujoso departamento de la Avenida Del Libertador, justo en el límite entre los barrios de Palermo y Belgrano. Por el portero eléctrico, su voz sonó cavernosa. Al llegar el ascensor al sexto piso, él ya se encontraba en el palier privado. Ese cubículo poseía una tenue iluminación y un cuadro de Cristo que anticipaba la fe de aquel viejo policía. Su estatura era inmensa. Y tanto el traje negro que lucía como su calva cruzada por una fina trama de arrugas y lunares le conferían a la escena cierto aire expresionista, como en una película de Murneau. A modo de bienvenida, estiró los labios; era su manera de sonreír. El fotógrafo le extendió una mano mientras declamaba su apellido. El dueño de casa, inesperadamente, preguntó: "¿Usted es judío?" El fotógrafo enarcó las cejas; se llamaba Giustozzi. Al parecer, el comisario tenía problemas auditivos. Por eso también hablaba en voz muy alta. El living era amplio y estaba en penumbras. El estilo de los muebles reflejaba la inclinación de su morador por el clasicismo. No era el tipo hogar que uno imagina para un policía. El sitio estaba algo sobrecargado de adornos y recuerdos, entre los que resaltaba una fotografía autografiada del general Pinochet. Sobre la mesa ratona había una botella de Johnny Walker y tres vasos. El anfitrión no tardó en servir la primera ronda. Esa entrevista transcurrió a fines de 1997. Y tuvo un motivo puntual: poco antes, el ministro de la Corte Suprema Augusto Belluscio había acusado a Colotto de presionarlo para que vote a favor de Telefónica Argentina en un pleito por la licitación de teléfonos celulares. Dicen que apareció de un modo intempestivo en el despacho del magistrado y, sin decir palabra alguna, arrojó sobre el escritorio una copia del voto que este había redactado horas antes. La filtración del documento hizo que un escalofrío le corriera a Belluscio por la espalda. Se ve que a los 76 años el comisario no había perdido su capacidad de atemorizar. La evocación del hecho hizo que Colotto estirara otra vez los labios, antes de decir: "No fueron presiones sino una charla trivial." Pronunció esa frase sin controlar su volumen. Y sirvió otra ronda de whisky. Sus ojillos eran como dos carbones negros e irradiaban en extraño brillo. ESTILO DE TRABAJO. Corría la primavera de 1963. Y la mirada de ese hombre inquietó de sobremanera a Pedro Veccio, quien estaba como derrumbado en una silla. Su cara exhibía las huellas del maltrato; tenía un ojo morado y desde la boca le corría un hilo de sangre. La escena transcurría en una oficina de la División Homicidios. Y Colotto, con la camisa arremangaba, tiró una hoja hacia él. "Con una firma se te acaba la pesadilla", fueron sus palabras. Era una confesión apócrifa redactada por el propio comisario, quien pretendía que aquel desgraciado se hiciera cargo nada menos que del asesinato de Norma Mirtha Penjerek. Se trataba de una adolescente de 16 años que había desaparecido en la tarde del 29 de mayo del año anterior. Al mes y medio, su cuerpo fue desenterrado en un baldío de Lavallol. La habían apuñalado tras estrangularla. Lo cierto es que el caso sacudió a la opinión pública. Y como suele suceder, se barajaban diversas hipótesis que iban desde un móvil sexual hasta una venganza hacia su padre, un empleado municipal al que se le atribuía una participación indirecta en la captura del criminal de guerra Adolf Eichmann. Colotto se inclinaba por la primera posibilidad, pero no tenía medios para avanzar en la investigación. Sin embargo, era consciente de que la resolución del caso lo catapultaría a la gloria. Antes había prestado servicios en Robos y Hurtos bajo las órdenes del legendario Evaristo Meneses, quien le profesaba un inocultable desprecio, al punto de relegarlo a un gabinete que investigaba hurtos perpetrados por empleadas domésticas. Ahora, en cambio, vislumbraba su gran salto. Y a tal efecto no dejó ningún detalle librado al azar. Tanto es así que chantajeó a una prostituta llamada María Sisti, de 23 años, para conseguir un testimonio que le permitiría fabricar el esclarecimiento del caso. De hecho, la mujer apuntó sobre Veccio, un comerciante de 47 años que tenía una tienda de zapatos a metros de la estación de Florencio Varela. El tipo daba el perfil del asesino, ya que solía organizar "partuzas" con menores de edad en las que participaban encumbrados empresarios y políticos. "¡Firmá, carajo!", insistió Colotto. Por toda respuesta, su víctima rompió en llanto. Con Veccio tras las rejas, Colotto se convirtió en una especie de estrella del firmamento policial. Pero el caso pasaría por ocho juzgados, antes de que la Cámara del Crimen de la Capital sobreseyera definitivamente al comerciante. Este recuperó la libertad el 5 de abril de 1965. Colotto, por su parte, tras ser acusado de apremios ilegales, fue puesto en disponibilidad. Ahora, 32 años después, juraría una y otra vez que Veccio era el culpable. Ya iba por el cuarto whisky. A BALAZOS POR LA PATRIA. A medida en que caía el anochecer, Colotto se fue poniendo cada vez más expansivo. Y siempre en voz alta, pero ya arrastrando las erres, se embarcó en un largo monólogo acerca de su propia biografía. Al respecto, contaría que trabajó durante muchos años en Presidencia, y que se tuteó con todos los mandatarios que habían ocupado el sillón de Rivadavia entre 1965 y 1974. Hasta contó alguna anécdota que lo tuvo a Perón como protagonista. También exhibió sus pergaminos y diplomas: el comisario dijo haber hecho cursos de relaciones públicas, seguridad jurídica y social, ceremonial, ciencias políticas y oratoria. Por cierto, Colotto era recordado por una de sus piezas discursivas. Esta fue pronunciada el 3 de noviembre de 1974, en una ceremonia fúnebre celebrada en el panteón policial del cementerio de la Chacarita. "Cuando la patria nos necesite, tus amigos seremos una masa compacta de cabezas y brazos. No somos sádicos, pero tampoco podemos permitirnos el lujo femenino de la debilidad”, dijo, antes de hacer una pausa para calibrar la reacción de los presentes. Luego prosiguió: "Si las puertas de la patria se vieran avasalladas por la subversión apátrida, las defenderemos a balazos". Junto a él, un féretro contenía los trozos de quien en vida fuera el comisario Alberto Villar, aquel jefe de la Federal que a la vez estaba sindicado como el hombre al mando de la Triple A. Dos días antes, él y su esposa habían muerto en el riacho la Rosqueta, del Tigre, al explotar en su lancha una carga de trotyl que había sido colocada por un comando montonero. Lo cierto es que Colotto había sido un íntimo del difunto. Fueron socios de una agencia de seguridad privada. Y a principios de 1974, luego de ser puesto Villar al frente de la jefatura policial, Colotto lo secundó como su hombre de confianza, a la vez que –según el testimonio del policía Peregrino Fernández– también habría cumplido funciones ejecutivas en esa organización terrorista de ultraderecha. "Tito (Villar) era un fenómeno", diría Colotto en la entrevista, ahora con los ojos inyectados en sangre. Luego aseguró haber sido una víctima de la última dictadura. "Fui un preso político", farfulló, sin que se le mueva un solo músculo del rostro. Y se empinó otro trago. En realidad, durante los años de plomo supo sacar dividendos de un jugoso negocio: vender datos falsos a familiares sobre el destino de las víctimas de la represión. Pero en esa época, efectivamente, Colotto conocería el otro lado de las rejas, puesto que el entonces ministro del Interior Albano Harguindeguy lo envió durante 123 días a la cárcel de Caseros. El motivo fáctico: un problema en una exportación de algodón; el motivo político: su alineamiento con el almirante Emilio Massera, justo cuando este mantenía una sorda interna con los mandos del Ejército. Ya en 1989, por obra del presidente Carlos Menem, recuperaría su condición policial. Y de la mano del radical Carlos Trilla se convirtió en jefe de seguridad del Consejo Deliberante. Tras dar un paso al costado en razón al repudio que provocó dicha designación supo mitigar su ostracismo con esporádicas gestiones por encargo, como presionar a un integrante de Corte Suprema y otras menudencias. El día de la entrevista, ya tambaleante, se prestó a la sesión fotográfica con una encomiable disposición. Incluso accedió a posar junto al inmenso retrato de Pinochet. "Extienda un poco el brazo, comisario", le indicó Giustozzi. Colotto obedeció y fue inmortalizado haciendo el saludo fascista. Luego se quedó dormido en el sillón. Esa es la última imagen que el fotógrafo se llevó de él. En las elecciones legislativas del 23 de octubre de 2005, Colotto fue primer candidato a diputado nacional por el partido Acción Ciudadana de Biondini. En la ocasión, cosechó apenas el 0,04% de los votos. Luego de su derrota electoral nunca más volvió a aparecer en público. Se cree que aún está con vida.

Fuente: Ricardo Ragendorfer para Infonews

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