viernes, 1 de agosto de 2014

No todo padecimiento debe ser resuelto con una pastilla

En sus cuatro décadas de psicóloga y especialista en niños, Alicia Stolkiner se ha ido convenciendo de que para dar la talla en su oficio hay que tener también inquietudes de sociólogo, historiador y antropólogo. “No se puede tratar al aparato psíquico como si fuera una entidad aislada, igual acá, en Brasil o en Mozambique. Como si fuera algo que es igual ahora, hace diez o veinte años”, dice esta mujer siempre atenta a la dimensión social de los fenómenos psicológicos o psiquiátricos, capaz de intercalar viejas anécdotas de pacientes con investigaciones de campo de colegas y ácidas observaciones sobre una publicidad de aspirinas. Hace ya varios años que Stolkiner y otros colegas suyos llaman la atención sobre algo que podríamos llamar “el síndrome de la pastilla mágica” y que ella describe más técnicamente como una “creciente medicalización de la sociedad”, que incluye a los niños. En las últimas décadas, en medio de las campañas de los laboratorios y la necesidad de encontrar soluciones rápidas a comportamientos a veces vinculados con grandes cambios culturales, puede ser que se medique por problemas de aprendizaje o déficit de atención (ADHD) a la mitad de los chicos de una escuela o que se hable de medicamentos preventivos, sin conocer las consecuencias de la exposición prolongada a ciertas sustancias. “Yo no me opongo a la psicofarmacología, sé que esos avances trajeron y permitieron muchos beneficios en el campo de la salud mental, trabajo siempre con psiquiatras y combinamos muchas veces el uso de medicación”, explica Stolkiner. “En lo que soy más reticente es en su uso en niños porque es un sistema nervioso en desarrollo. Y el sistema nervioso es un aparato delicadísimo que tiene vías de aprendizaje que después se institucionalizan. No hay demasiados estudios sobre qué efectos pueden tener estos medicamentos en 15 o 20 años. Tampoco se diferencia uso y consumo”.

¿Cuál es la diferencia?

En que al medicar, por ejemplo, tenés que considerar las condiciones vitales. Antes de meterle medicación a una chica de 21 años que ha tenido una crisis importante yo lo pienso, porque es medicación que en algunos casos tomará durante mucho tiempo y si esta chica tiene planteada por delante la maternidad, no puede dejar la medicación para ser madre porque es un problema. Es otra cosa si tiene 41 años, ya tuvo sus hijos. El uso racional de un medicamento es pensar el contexto vital. Eso no ocurre si alguien le aplica al chico un cuestionario para diagnosticar el ADHD con preguntas como “¿dice malas palabras?”. Y si tiene más de diez preguntas positivas, ya está. Antes hay que averiguar cómo hablan en la casa. Y por favor no lo apliquen en Córdoba, que somos el pueblo más mal hablado del mundo.

¿Pero a qué se refiere con lo del consumo?

A veces está el uso del medicamento como si fuera una mercancía más. Había una propaganda de aspirina que siempre cito y decía: “si el trabajo se te arruina, cafiaspirina”; “si te peleás con tu vecina, cafiaspirina”. Ahora, la cafiaspirina es un analgésico, antirreumático, antifebril y leve estimulante. No veo qué tiene que ver con que se te arruine el trabajo o te pelees con tu vecina. No es un producto destinado a resolver esos problemas. Si te peleás con una vecina anda a hablar o busca un mediador, con aspirina sólo te vas a producir una úlcera. No cuestiono el valor de la aspirina, pero te hacían la misma propaganda que cuando te venden un auto diciéndote que así vas a ser más sexy.

¿Cuáles son los principales cambios en la psiquiatría infantil?

Trataría de que señalemos los problemas por ámbito institucional, más bien. Uno de los problemas es el paquete de la escolaridad y el funcionamiento de la institución escolar. Hay un desfase entre lo que la escuela ofrece y la subjetividad de los chicos. Si hablás con docentes, sobre todo de secundario, las escuelas aparecen como ámbitos ingobernables. Entonces se recurre a la psicología, la psiquiátrica o la neurología para terminar tratando eso como si fueran problemas individuales de los chicos. Pero si yo voy a un colegio de la provincia de Buenos Aires cuyo arancel es dos veces un salario mínimo, con chicos de alto nivel socioeconómico, buen nivel de estimulación, partos y alimentación adecuada, descubro que casi un 40 por ciento de los chicos están medicados por trastornos o déficits de atención con o sin hiperactividad. La conclusión es que o estamos errando el diagnóstico o se está degenerando la raza.

¿Lo dice porque las teorías más duras del ADHD plantean que es genético?

Sí, plantean que es congénito, que es un daño neurológico no detectable por los aparatos ni por diagnósticos objetivos, sino en la conducta. Lo que ocurre es que cualquier chico que joroba entra en esa categoría. Ahora, yo me acuerdo de que cuando iba a la primaria las aulas tenían 40 alumnos, una maestra y no volaba una mosca. No digo que fuera bueno, era escuela vertical, fordista, sonaba el timbre y no importaba si estabas a 15 centímetros de la puerta, te quedabas fuera. Pero el gran cambio no es genético sino que la oferta de información de esa escuela, a pesar de que no era tanta, le permitía mantener cierto encanto. Ahora esa escuela que transmitía contenidos está en crisis. ¿Qué se les puede enseñar a los chicos de los romanos, si prenden la computadora y lo ven?

Volviendo al tema de la medicalización, usted plantea que antes cuando dolía una uña se la metía en agua con sal…

… y hoy tomás un analgésico.

¿A qué se debe la desaparición de esa especie de medicina intermedia, remedio de abuela?

Hay una parte estructural, la aparición de un nuevo actor en los sistemas de salud: las aseguradoras que buscan normalizar prácticas médicas y reducirlas a un protocolo preestablecido. Además se espera productividad del acto médico y esta productividad se mide en consultas por hora, lo que es un disparate. Si la consulta se hace en dos minutos, pulverizás el acto médico en la consulta, ni tenés tiempo a auscultar a la persona. Pero en los 90, cuando la economía neoclásica entró en el terreno de la salud metiendo el lenguaje y la ideología de ellos, fue como meter un elefante en una cristalería. Porque por ejemplo no todo padecimiento puede o debe ser resuelto con un medicamento. Pero se instala esa cultura de la solución inmediata que, ojo, tampoco es nueva. En los 60 o 70 surgió una gotita, Dimaval, que se les daba a los bebés para calmarlos. La llamaban cariñosamente “la gotita” pero era un psicofármaco que tiene entre sus componentes uno de los mismos que tiene la inyección letal.

¿Hay otros puntos de polémica en el ámbito de la psiquiatría infantil?

Sí, tenemos también una patología que se llama “síndrome de oposicionismo desafiante” para lo que en mi época se llamaba un malcriado. Y se toma como una patología psiquiátrica. No se pregunta a qué se opone, por qué, en qué contexto sale esta cosa caprichosa, sino que es un síntoma.

Antes hablaba de aseguradores, pero hay otra rama.

Sí, el complejo médico industrial, que tiene dos elementos: la producción de aparatología médica y la industria químico farmacéutica. Una gran empresa, cada vez que se le va a vencer una patente tiene que meter un medicamento que le dé una ganancia equivalente a la patente que se vence. Y como en cualquier producto necesita un mercado para ello. Esto obliga a ampliar el mundo de las patologías o pensar medicamentos no sólo como cura sino para lograr una salud perfecta. Son los medicamentos que se toman preventivamente, como la aspirina por día. Ya no es uso de medicamento para enfermedades sino que se incorpora a la potenciación de la vida cotidiana. Y para solucionar problemas cuyas soluciones no son médicas. 

¿Por ejemplo?

Por ejemplo para tratar a un chico caprichoso u oposicionista desafiante. Y sí, si le das un psicofármaco, algo de eso va a parar. ¿Pero de qué se trata? ¿Es chico oposicionista en qué contexto, qué se considera oposición, a qué se resiste? Ésas son preguntas que hay que hacer antes de enchufar un medicamento, pero esto es más trabajo, mucho más personal capacitado que incorporar un medicamento que produzca ganancias industriales.

Se habla de la importancia de que participen los pacientes. ¿Los niños necesitan alguien que haga de intérprete?

Ahí entraríamos en el tema de los derechos de la infancia, la autonomía progresiva, en que todo niño tiene derecho a ser escuchado, esa nueva concepción. Pero en un punto, son los padres los que tienen la patria potestad. Lo que sí, una cosa es tomar decisiones entre adultos donde el niño es el objeto de la decisión y otra ver de qué forma se lo escucha a él dentro del proceso de decisión, porque eventualmente si lo escuchás el niño te da la respuesta. ¿Te cuento una historia?

Sí, claro.

Mirá, una vez me llaman unos vecinos. Yo vivía en México. Mi hijo mayor iba al preescolar. Y estos amigos me llaman porque una de sus hijas había dejado de hablar. De golpe. Y no hablaba nada de nada. Entonces querían hablar comigo y les dije “está bien, dale, veámosnos”. La nena tenía cuatro años, era compañerita de mi hijo y justo mientras me preparaba para reunirme con ellos llega mi hijo del preescolar y se me ocurre preguntarle a él, un niño de cuatro años. Le digo: “Che, escuchame, ¿Mumi habla con ustedes?” Mi hijo me dijo “no, ya no habla más”. Y yo le pregunto: “¿Pero vos sabés por qué no habla?”. Y él me dice “Sí, porque le van a cortar acá en el cuello…”. Yo ahí levanto el teléfono, llamo a los padres y les pregunto, “¿Che, la están por operar a la nena?”. Y ellos me dicen “Sí, de las amígdalas, pero no sabe nada”. Tanto el pediatra como los padres consideraban razonable no decirle nada hasta dos o tres días antes. Y en medio ella dejó de hablar. El pediatra no sabía por qué, los padres no sabían por qué y yo tampoco. ¡Pero un pibe de cuatro años, analfabeto, sí sabía! Por eso digo que si sabés preguntar y sabés escuchar al niño, te vas a encontrar con cosas muy sorprendentes. 

Perfil de Alicia Stolkiner

Licenciada en Psicología por la Universidad de Córdoba, tras exiliarse en México en 1976, comenzó a trabajar en el ámbito infantil e investigar las secuelas de la represión política en los hijos de exiliados. Colaboró con la revolución sandinista en el armado de políticas de salud mental en Nicaragua. Una de las innovaciones fue que los profesionales tuvieron que hacer prácticas en colegios y no sólo en hospitales o consultorios. En 1984 se instaló en Buenos Aires, donde cursó el posgrado en Salud Pública (UBA) y continuó con esa triple tarea de psicóloga clínica, profesora e investigadora. Actualmente es docente en las cátedras de Salud Pública de la UBA, la Universidad Nacional de Entre Ríos y la Universidad de Lanús, donde también dirige el taller de tesis.  

Fuente: Juan Manuel Bordón para el Diario Z

No hay comentarios: