El tercer productor mundial de miel, soja, ajo y limones; el cuarto de pera, maíz y carne; el quinto de manzanas; el séptimo de trigo y aceites; el octavo de maní.
Sí, Argentina produce muchos alimentos.
Y, sin embargo, entre uno y tres millones de argentinos sufren hambre.
Puede verse como una paradoja o como una injusticia o como una apreciación técnicamente fallida que pasa en muchos otros países, como China, el mayor productor mundial de alimentos, o Brasil, el más grande exportador de comida de América Latina.
Pero en ninguna otra nación la brecha parece ser tan grande como en Argentina, donde hoy una nueva crisis económica -hubo diez graves en 70 años-probablemente se traduzca, según el presidente, Mauricio Macri, en un nuevo aumento de la pobreza.
En un dato oficial que muchos argentinos saben de memoria, Argentina produce alimentos para abastecer a casi 440 millones de personas.
Y su población, según varios estudios, apenas pasa los 44 millones.
Es difícil saber cuántos de los 13 millones de pobres (30%) que se registran en Argentina sufren hambre; las dos variables no van necesariamente de la mano.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) de Naciones Unidas reporta poco más de 2 millones de argentinos con déficit alimentario.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO) habla de 1,5 millones y el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (ODS-UCA) estima 3 millones.
Se trata de entre un 3% y 4% de la población, muy cerca de la media de la región.
Pero de nuevo: no hay país en este continente que se jacte de ser, o haber sido, "el granero del mundo", como Argentina.
¿Qué es, entonces, lo que pasa? ¿Para dónde va toda esa comida? ¿Por qué no llega al sector más vulnerable?
Los grandes problemas
El hambre en Argentina, coincidieron varios expertos en conversación con BBC Mundo, no se debe a escasez de alimentos, sino a falta de ingresos, distribución desigual de la riqueza o ausencia de generosidad.
Aunque hay países más desiguales que Argentina, la economía de este país es una de las más frágiles de la región, azotada por años de políticas de Estado ambivalentes que han resultado en traumáticas etapas de inflación, devaluación y recesión.
Hoy gran parte de la producción, sobre todo de granos, se exporta, pero hay rubros como la carne, el vino y el trigo que en su mayoría se quedan y abastecen el mercado local.
"El problema de Argentina no es que falten alimentos", dice Iván Ordoñez, economista especializado en el campo. "No somos India ni Haití ni Venezuela; nosotros no importamos alimentos, todo lo que comemos es industria local".
"Lo que debería pasar, y no ha pasado, es que el mercado interno compita con el mercado externo, que se exporte más, se genere más riqueza y eso genere más empleo", asegura.
Los analistas coinciden en que la relación entre los gobiernos argentinos y el campo, marcada por el alza y la reducción de impuestos, es una historia de amor y odio que ha impedido la planificación y ha exacerbado la concentración de la propiedad y la producción.
"Los beneficios de la producción —explica Agustín Salvia, director del ODS-UCA— solo llegan al primer segmento de la sociedad, que es un 30% integrado al mundo, desarrollado, con altos estándares de consumo".
"Eso permite un derrame de ingresos al sector medio, que es el 40%, que vive de la prestación de servicios, pero apenas gotea al 30% más pobre, que depende de las asistencias".
"No solo hay que tener mejores programas sociales, sino una economía menos informal y más participativa, con pequeños centros de producción, de reciclaje y de cuidado", concluye el especialista en pobreza.
Como en casi toda América Latina, la tasa de informalidad en Argentina roza el 50% del empleo, una problemática que golpea a los más vulnerables, sobre todo en momentos de inflación y recesión.
Francisco Yofre, director de la FAO Argentina, atribuye una parte del problema a la falta de educación.
"Argentina es uno de los países que más desperdicia alimentos y uno de los de mayor consumo de azúcar y bebidas azucaradas", advierte.
Según números de la FAO, el 12% de la producción de alimentos en Argentina es desperdiciada y el 45% de eso es frutas y hortalizas, el rubro más caro y nutritivo.
"Estamos trabajando con el actual gobierno para concientizar a los hogares en estos aspectos, pero esto solo se soluciona con una política de Estado de corto, mediano y largo plazo", asegura.
"Vocación de generosidad"
Juan Carr es un porteño de ojos azules, bajito y risueño que a sus 56 años ha sido siete veces postulado al Nobel de la Paz.
A través de su Red Solidaria, un "hecho cultural" que organiza gente en 23 países para ayudar a poblaciones vulnerables, Carr es probablemente el argentino que más tiempo le ha dedicado a luchar y pensar el fenómeno del hambre.
Sentado en su oficina de Red/acción, un recién lanzado medio de comunicación enfocado en lo social, Carr le dice a BBC Mundo que hay dos razones para ser optimista.
Una, que el hambre ha bajado: "A finales de los años 90 morían 25 niños por día por desnutrición y hacia 2010 esa cifra, que hoy debe estar por ahí, era de 4 al día".
"Es un logro tremendo, que, en mi intuición, se logró gracias a una alianza entre el Estado, (la fundación católica) Cáritas y el campo", asegura.
En segundo lugar, Carr celebra que el hambre ya no solo es una preocupación de las organizaciones sociales o la izquierda: "Es un éxito cultural que los sectores conservadores también se preocupen por esto".
Ahora: ¿por qué sigue habiendo hambre en el país de la abundancia? Carr tiene una mirada distinta a los especialistas.
"Puede ser una razón económica o puede ser una razón técnica, pero desde mi intuición de no especialista creo que esto pasa, primero, por una cuestión cultural".
El problema con el hambre, explica, es que parece invisible: la gente que la padece es marginal dentro de la marginalidad.
"El hambre no necesariamente habla de la pobreza, sino de la invisibilidad, de la dispersión, de la marginación".
"Lo que se necesita —concluye— es levantar la mirada de los 43 millones (de argentinos) que sí comen (…) para comprender, entender y abrazar a una de esas personas que está entre el millón de gente con hambre".
"El argentino es muy reactivo, muy solidario. Pero solo voltea a mirar cuando el problema está ante sus ojos. Y en el hambre falta una maquinaria de visibilización".
Carr, graduado en veterinaria, se preocupa por no sonar prepotente, por no jugar de especialista, por no criticar a 43 millones de argentinos que no sufren hambre.
Pero lanza una pincelada: "Yo no sé por qué no le llega comida a ese millón, pero creo que tiene que ver con una falta de vocación por la generosidad".
Fuente: British Briadcasting Corporation en Esañol
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