CIUDAD DE MÉXICO — El nuevo gobierno de México tiene una
estrategia para lidiar con el presidente estadounidense, Donald Trump.
No hacerlo enojar ni ceder ante él e intentar convencerlo de
participar en un ambicioso plan de desarrollo e inversión que busca contener la
migración mediante la creación de empleos en Centroamérica.
Y si Trump no queda convencido, recordarle que hay otro
poderoso actor en la región que ha demostrado estar dispuesto a llenar el vacío
que deje Estados Unidos y a convertirse en una presencia poderosa en su país
vecino: China.
En pocas palabras, ese es el plan del gobierno mexicano para
distender el conflicto en torno a los miles de migrantes apiñados en su
frontera con Estados Unidos en espera de poder cruzar.
El enfoque del gobierno mexicano fue dado a conocer
oficialmente la semana del 9 de diciembre, cuando el presidente Andrés Manuel
López Obrador presentó lo que él calificó como un “Plan Marshall” con el fin de
abordar las causas de origen de la migración centroamericana. Se trata de una
iniciativa de 30.000 millones de dólares para rehabilitar la región y para
recibir a los migrantes en México con visas, atención médica y empleos.
La propuesta, que los funcionarios mexicanos han comparado
con aquel plan de reconstrucción de la Europa posterior a la Segunda Guerra
Mundial, rompe con la estrategia del predecesor de López Obrador, quien
consideró permitir que las personas que buscaban asilo en Estados Unidos se
quedaran en México, tal como exigía Trump.
El nuevo plan de México es, en muchos aspectos, todo lo
contrario a la promesa de Trump de acabar con la migración, la cual incluye
construir un muro, desplegar al ejército y recortar la ayuda para
Centroamérica.
Los funcionarios mexicanos afirman que no tratarán de
enfrentarse a Trump al pedirle que abra las puertas de su país a los migrantes;
eso solo haría enojar al presidente estadounidense y ellos opinan que, de todos
modos, no lo haría.
Sin embargo, tampoco prevén establecer un acuerdo con
Estados Unidos para mantener a los solicitantes de asilo en suelo mexicano. Eso
permitiría que Trump se atribuyera una victoria que los funcionarios mexicanos
no están dispuestos a otorgarle.
En cambio, lo que quieren es dirigir la conversación hacia
el desarrollo de la economía de América Central y la creación de empleos en la
zona para que la gente no tenga que desplazarse al norte.
¿Y cómo espera el nuevo gobierno de López Obrador convencer
a Trump de interesarse en invertir en Centroamérica?
China es la respuesta, o al menos la amenaza que se percibe
en Estados Unidos sobre la creciente participación de Pekín en la región.
A pesar de que no hay certeza de que apoyar un plan para
frenar el éxodo de habitantes centroamericanos sea parte de los intereses de
China, en años recientes ese país ya ha aumentado su presencia en América
Latina: ha financiado proyectos de infraestructura, ha afianzado sus conexiones
con los gobiernos e incluso ha convencido a unas cuantas naciones
centroamericanas de cambiar su reconocimiento diplomático de Taiwán a China, un
punto de fricción con los estadounidenses.
Al plantear en privado la posibilidad de que China
contribuya al nuevo plan de desarrollo en la región, México intenta usar la
realidad cambiante de esta zona a su favor, ya que no puede dar por hecho que
Estados Unidos quiera cooperar.
“Durante mucho tiempo ha habido una competencia por influir
en Latinoamérica, donde China está dispuesta a invertir miles de millones de
dólares en infraestructura y energía que Estados Unidos simplemente no va a
invertir”, dijo Duncan Wood, director del Instituto México en el Centro Woodrow
Wilson.
No obstante, esta estrategia también es un reflejo de las
distintas personalidades de López Obrador y Trump: ambos tienen estilos poco
ortodoxos —aunque de lados opuestos del espectro político— y ambos están
dispuestos a romper con convenciones arraigadas.
“Hay una oportunidad ahí, en parte debido a Trump y en parte
debido a Andrés Manuel”, opinó Wood.
A diferencia de su antecesor, López Obrador está dispuesto a
trazar una ruta independiente en su respuesta al gobierno de Trump: en cierta
medida por necesidad y en cierto grado por la convicción de que la única manera
de combatir el problema de la migración es al atender sus causas fundamentales.
Para ello, México buscará la ayuda de quien sea que se la
ofrezca, incluso de China, la cual ya ha expresado interés en el plan de López
Obrador para extender una vía de cientos de kilómetros para el llamado Tren
Maya, un tren de mercancías y turistas en la península de Yucatán al que
defensores del medioambiente se oponen rotundamente.
Claro que esto no significa que México vaya a dar un giro
hacia la colaboración generalizada con China, dada su antigua relación con
Estados Unidos. Y la sugerencia de que Pekín tal vez participe en la costosa
propuesta mexicana no la vuelve más viable.
“Simplemente no hay dinero”, comentó Mark Feierstein, quien
dirigió la oficina de asuntos del hemisferio occidental en el Consejo de
Seguridad Nacional estadounidense durante el gobierno de Barack Obama.
Feierstein hizo notar que actualmente Estados Unidos ya dedica más de 650
millones de dólares al año en la región del Triángulo Norte, que incluye a
Guatemala, Honduras y El Salvador.
Pero eso quizá no es tan relevante.
“En todo caso, es un buen elemento para negociar”, señaló
Doris Meissner, investigadora sénior del Instituto de Política Migratoria en
Washington. “Ambas partes están presentando sus estrategias políticas y sus
puntos de vista sobre cómo consideran que deben proceder”.
La idea de que China podría aumentar su influencia en México
surgió incluso antes de que López Obrador entrara en funciones, el 1 de
diciembre.
“Durante la transición, escuché de algunos altos
funcionarios mexicanos que si Estados Unidos no trataba a México con respeto,
después no sería una sorpresa ver un submarino chino en un puerto mexicano”,
dijo Juan González, asesor para temas de Centroamérica del exvicepresidente
estadounidense Joseph Biden.
“Creo que fue una exageración”, mencionó, aunque añadió:
“Pienso que México percibe un mayor riesgo derivado del proceso político de
Estados Unidos y está diversificando sus intereses”.
Desde que asumió la presidencia, López Obrador ha dado
varias sacudidas a la clase dirigente.
Anunció la cancelación de la construcción de un nuevo
aeropuerto, un proyecto multimillonario que ya estaba avanzado, y suspendió de
manera temporal las nuevas licitaciones para la exploración petrolera en
México. También redujo los salarios de los funcionarios de gobierno y propuso
una ley para desmantelar una reforma educativa.
En sus primeras semanas en el cargo, al igual que hizo
durante la campaña, López Obrador se ha enfocado en asuntos nacionales: una
visión doméstica que difiere de las de varios de los últimos presidentes del
país, quienes veían en el escenario global el futuro de la nación.
No obstante, la crisis migratoria se volvió una prioridad a
la fuerza, y resultó ser una frustrante prueba inicial para López Obrador.
La llegada de miles de migrantes que viajaron en caravanas
desde Honduras y otros países centroamericanos han hecho relucir un problema ya
existente, lo que ha aumentado el nivel de riesgo y ha obligado a López Obrador
a decidir cómo manejar la situación a tan solo unos días de haber tomado posesión
del cargo.
Durante décadas, México se mantuvo en silencio mientras
cientos de miles de migrantes —muchos de ellos mexicanos— cruzaban la frontera
hacia Estados Unidos. Sin embargo, en años recientes, la condición de la nación
como un país de paso ha cambiado.
México se está convirtiendo en un destino y no solo un
camino hacia Estados Unidos. Cada año son más las personas que solicitan asilo
en México, y muchas más optan por quedarse y buscar trabajo ahí. Un cuello de
botella en los procesos en Estados Unidos ha significado que miles de migrantes
se queden varados durante meses en la frontera en espera de su entrevista
inicial de solicitud de asilo.
En 2014, a petición del gobierno de Obama, el entonces
gobierno mexicano adoptó una estricta estrategia de vigilancia a lo largo de su
frontera sur con Guatemala, que consistía en gran medida en la detención y
deportación de personas. No obstante, no logró frenar el flujo de migrantes.
En la actualidad, con la llegada a México de caravanas que
han traído a unos 10.000 migrantes y han puesto los reflectores globales en su
situación crítica, las redadas y deportaciones masivas no son una opción, a
decir de algunos funcionarios mexicanos. Pero tampoco lo es cerrar un acuerdo
con el gobierno de Trump para acoger a los migrantes por tiempo indefinido.
Así que el gobierno de López Obrador está tratando de
integrarlos a la sociedad mexicana y de recaudar dinero para invertir en
proyectos que puedan crear empleos y prosperidad en la región.
“No basta solo con señalar que hay que atender las causas de
la migración”, afirmó Marcelo Ebrard, secretario de Relaciones Exteriores de
México, y agregó que en este país quiere competir “con la narrativa de que la
mejor forma de hacer frente a la migración es excluyendo y controlando”.
De cierta forma, esto es una aceptación de que México forma
parte de un concurrido pasillo migratorio y de que, con o sin la ayuda de
Estados Unidos, debe ocuparse del asunto.
“Al fin el problema del Triángulo Norte y la migración se
percibe como un tema regional”, dijo Rafael Fernández de Castro, director del
Centro de Estudios México-Estados Unidos de la Universidad de California,
campus San Diego, y exasesor presidencial para temas de política exterior del
presidente mexicano Felipe Calderón. “Hay una ventana de oportunidad: nunca
habían estado tan claros el conocimiento y la conciencia sobre esto como lo
están ahora”.
López Obrador también ha mostrado interés en desempeñar un
papel de liderazgo más amplio en la región, tal como lo hizo México en los años
setenta y ochenta.
“México quiere recuperar el liderazgo en la región”, dijo
Rodolfo Cruz Piñero, director del Departamento de Estudios de Población en el
Colegio de la Frontera Norte en Tijuana. “México le está diciendo a Estados
Unidos: ‘Puedo controlar esta región, pero necesito que me ayudes
económicamente’”.
“¿Qué va a pedir Estados Unidos? Esa es la gran incógnita”,
agregó.
Fuente: The New York Times
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