Será muy diferente a como lo había imaginado Mauricio Macri.
El lunes el Indec dará a conocer el índice de pobreza correspondiente al primer
semestre de 2019, el último dato antes de la elección y antes de que finalice
su mandato. Y el número que se difundirá será de una elocuencia lapidaria.
Algunos organismos privados, como la Universidad Católica o
la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo hablan de cifras en
torno de 34% para esta primera mitad de año, y con tendencia a agravarse en el
segundo semestre, de manera tal que el año finalizaría con un índice de entre
35% y 37%.
Por su parte, Martín González Rozada, de la Universidad Di
Tella, uno de los investigadores que habitualmente publica cifras en línea con
los datos oficiales, adelantó que la primera mitad del año había cerrado con
una tasa de 35%.
Lo cierto es que cualquiera sea la cifra, todos dan por
descontado que será peor que el 32% publicado en marzo, es decir la medición
correspondiente al segundo semestre de 2018.
Peor aún, se superará ampliamente el 32,2% medido al inicio
de 2016, en el comienzo de la gestión macrista. En aquella oportunidad, el
presidente había dicho que la mejora de esa cifra era el parámetro que por el
cual él aceptaba que se evaluara su gestión.
Peor "timing" político no se podía pedir: la
noticia se difundirá justo en el cierre de la campaña electoral, y cuando Macri
intenta levantar la moral de la
militancia con su convocatoria a la gira del "Sí, se puede".
Pero siempre se puede empeorar: porque el registro que se
espera para la segunda parte de este año –ya con el impacto pleno del salto
devaluatorio post-PASO- es peor todavía que el de la primera mitad, cuando se
logró cierta estabilidad cambiaria y la mayoría de los asalariados recibieron
incrementos por las paritarias.
Los expertos no tienen dudas de que la estadística todavía
debe reflejar un agravamiento adicional por la inestabilidad financiera de
estas últimas semanas.
"Tenemos una economía que reacciona muy rápido a la
cotización del dólar", argumentó en una reciente entrevista radial Eduardo
Donza, investigador del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad
Católica. Para este experto, la forma de que se frene el agravamiento en la
medición de pobreza es "una estabilización del tipo de cambio, para que se
estabilicen los precios".
De todas formas, su previsión es que "en el mejor escenario,
se podría volver a valores de 2015, cercanos al 30 por ciento".
Y hay otro dato que confirma la dificultad del momento: el
aumento de la pobreza no se debe únicamente a un efecto de la suba del dólar o
a una aceleración inflacionaria –situaciones que, podría argumentarse, pueden
ser pasajeras- sino que además está motorizada por un aumento del desempleo.
Ese es el factor principal que determina quiénes están incluidos dentro de la
economía productiva y relativamente formal y quiénes pasan a depender de la
asistencia estatal.
En concreto, la última medición, correspondiente al segundo
trimestre del año, volvió a marcar un empeoramiento de la situación, con un
desempleo que ya llega a 10,6% y tiende a subir en la medida en que la
industria y el comercio no repuntan.
La conclusión es que posiblemente el lunes próximo se
confirmará que, desde el inicio de la gestión Macri la población que vive bajo
la línea de pobreza se incrementó en casi dos millones de personas.
El problema de argumentar sobre pobrezas buenas y malas
La difusión del dato más temido por el Gobierno implica todo
un desafío para su estrategia comunicacional. Se descuenta que la oposición
sacará todo el provecho posible de un número que deja en ridículo el objetivo
de "pobreza cero" enunciado por Macri el día de su asunción en el
cargo presidencial.
En marzo pasado, cuando ya se daba por descontado que habría
un empeoramiento del indicador, Macri preparó el terreno y habló del tema días
antes de que el Indec diera a conocer la cifra. En ese entonces, todavía se
sentía ganador con vistas a las elecciones y trataba de argumentar que se
trataba de una etapa pasajera, producto de un inevitable ajuste que luego iba a
dejar lugar para un crecimiento sostenible.
El argumento del Presidente, expresado en discursos y
entrevistas periodísticas, apuntaba a diferenciar entre los factores
estructurales de la pobreza (como la falta de educación, vivienda e
infraestructura adecuada) y los pasajeros, como las variaciones de precios de
la canasta familiar.
"Vamos a tener la misma pobreza que recibimos, pero
distinta, porque no hay más cepos, no hay más tarifas que nos dejan a
oscuras", dijo Macri en una entrevista televisiva.
"La de hoy no es la pobreza estructural, hemos atacado
eso", agregó el Presidente, quien mencionó como ejemplo que hoy se han
agregado 5.000 kilómetros de asfalto a la red vial nacional, y que oponía la
situación actual como un innegable avance respecto de la que existía durante la
gestión de Cristina Kirchner.
Y luego, ya el día en que se difundió el dato, ese mismo
planteo fue reiterado en conferencia de prensa por los ministros Dante Sica y
Carolina Stanley, que intentaron atenuar el impacto de la mala noticia.
En aquel entonces Stanley había manifestado que se trataba
de "un día triste", pero no dejó pasar la oportunidad de recordar
que, a diferencia de lo que ocurría durante el kirchnerismo, cuando se había
suspendido la difusión del indicador, ahora había un gobierno que reconocía el
problema y lo tomaba como prioridad de su gestión.
Y, siguiendo la línea marcada por el Presidente, enfatizó
que la pobreza no sólo se mide por el ingreso sino también por el acceso a
ciertos servicios básicos. Y que lo segundo es incluso más importante que lo
primero, porque hace a la calidad de vida y forman parte de una mejora
estructural.
Por eso, Stanley recordó que "a muchos barrios llegaron
cloacas y agua potable" y "se avanzó con el asfalto en los
barrios".
Es decir, la argumentación macrista consistía en plantear el
tema casi en términos de "pobreza mala" y "pobreza buena".
Un discurso que, como las urnas mostraron con elocuencia, no logró prender en
la mayor parte de la población.
El desafío más grande de la campaña
Ya en la fase final de la campaña y con el macrismo abocado
a levantar la moral de su electorado, las primeras señales dejan en claro que
el argumento de Macri se va a profundizar.
En los últimos días se han difundido spots televisivos en
los que, con la firma del Gobierno, se exhiben testimonios de personas que
habitan en sectores carenciados y a los que, por primera vez luego de décadas,
les llegó una mejora en su calidad de vida gracias a obras de infraestructura.
Así, se ven un isleño que explica maravillado las ventajas
de tener, por primera vez, electricidad; un habitante de un pueblo del interior
de la provincia que ya no se inunda cada vez que llueve; un señor mayor se
asombra de cómo por primera vez pueden tomar agua corriente sin tener que recurrir
a rudimentarias técnicas de "potabilización" casera.
El objetivo parece claro: combatir la sensación de que
"con las obras no se come" y que los gastos en infraestructura vial
sólo logran el cometido de mejorarle la vida a la clase media para no tener tanto
atascamiento de tráfico.
Esta comunicación será complementada con una serie de
anuncios que Macri prevé hacer hasta que se realice la elección presidencial.
Pero lo cierto es que, por más que sea sabido y esperado, el
índice de la pobreza y la confirmación de un empeoramiento en la situación
social tendrán un impacto innegable en la campaña electoral y en el humor de la
población.
En un país hipersensibilizado, Macri se enfrente a uno de
sus desafíos más duros: asumir que el argumento de que "pasaron
cosas" no es suficiente para justificar el mal resultado en el indicador
que él mismo señaló como el fundamental para evaluar su gestión.
Fuente. iProfesional
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