En la madrugada del 30 de marzo de 1910 el agente Juan Quintana, corrió hacia la plazoleta ubicada junto a la calle México atraído por una trifulca. Al llegar, vió tendido en el suelo, aun aferrando el cuchillo en su mano derecha, al reincidente Andrés Cepeda, que conocía de los sucesivos manyamientos a que los ladrones y alborotadores más conspicuos eran sometidos en las comisarías de la capital.
No es mucho lo que se sabe de Cepeda, fuera de que era ácrata, amigo de Errico Malatesta, José Razzano, Gabino Ezeiza y Evaristo Barrios, ocasional colaborador de “La Hoja Obrera”, voraz lector del periódico tradicionalista montevideano “El Fogón” y habitué de la Penitenciaría Nacional donde, entre otras desocupaciones, despuntaba el vicio de la poesía.
“Argentino, de veinticinco años, soltero, de tez blanca, pelo castaño y bigote ídem, ojos castaños, cigarrero, lee y escribe”, lo fichó la policía de la Capital cuando el 13 de diciembre de 1894 fue acusado de robar un reloj de pared a doña Catalina Bares, domiciliada en La Rioja 2280.
De ahí en más, ya no se detuvo, entrando una y otra vez en la Penitenciaría por ebriedad, desorden, hurto y riñas diversas, como la descomunal trifulca del almacén de Independencia y Castro Barros en la que, al llegar, la policía encontró a un parroquiano con un hachazo en la cara, a otro con las manos tajeadas y un tercero con una puñalada en el vientre.
A Cepeda lo hallaron en su domicilio de la calle Oruro, con dos balazos.
Si bien las detenciones con causas documentadas son numerosísimas –al parecer, no había robo ni pelea en la barriada en la que no interviniera–, la mayoría de las entradas no registran razones, pudiendo deberse a su condición de Ladrón
Conocido, de desertor del servicio militar, de anarquista o de homosexual, según hace hincapié el investigador Osvaldo Bazán, para quien los desencuentros de Cepeda con el orden instituido se debían a sus ideas ácratas y a la homofobia imperante.
Nada sabríamos de quien en el futuro será tenido como “El divino poeta de la prisión” más que el suelto de La Nación del 31 de marzo, “Muerte de un LC”, de no ser porque dos años después de su fallecimiento, su antiguo compinche de correrías “El Pibe Carlitos”, en su primera grabación para la Columbia Records, incluyó seis poemas de Cepeda, aunque cambiándoles el título y atribuyéndoselos, según era costumbre: «Me dejaste» (El poncho del olvido), «La mariposa» (Gorjeos), «El almohadón» (Amargura) «Yo sé hacer» (A Hernández), «Pobre madre» y “El sueño”.
También Lola Membrives convertiría en un éxito “El pingo del amor”, pero la mayoría de los poemas que se conservan de Cepeda se deben a un compañero de la Penitenciaría, Raymundo Bianco, “El argollero de Constitución”, a quien le dedicó así la serie de poemas agrupados con la carátula de “‘Triste’, por Andrés Cepeda”: “A mi querido Compadre Don Raimundo Bianco (El argollero) Como alto exponente de cariño. (Cárcel Nueva) Bs. As. 17-4-1904”.
Con los años, don Raymundo le arrimará esas hojas a su sobrino, el payador Francisco Bianco, quien las publicó en 1939 con el título “Las glorias de Andrés Cepeda”, para “evitar –dirá– el permanente plagio y la profanación que sufrían por parte de otros cantores y poetas”.
Don Raymundo explicó a su sobrino que el autor de esas “hojas” era “un paisano de Brandsen”, pero hasta eso es dudoso en Cepeda (el historiador Roberto Segurado no pudo encontrar dato alguno sobre el poeta ni en la secretaría parroquial de Brandsen ni en los registros civiles de los departamentos vecinos).
Como buen anarquista y LC solía borrar sus huellas, usaba diversos alias y si nadie puede dar fe de que hubiera efectivamente nacido el 18 de mayo de 1869 ¿por qué creer que se llamara realmente Cepeda?
Tampoco son claras las circunstancias de su muerte. Al parecer acababa de salir del café La Loba Chica, para algunos situado sobre Paseo Colón entre Venezuela y México y que se batió en duelo criollo en la plazoleta ¿contra tres cuchilleros, como dice el mito tanguero? ¿contra uno solo, como suponen otros? ¿muerto a traición por un coruñés agraviado, como sostiene Bianco?
Y aunque a Cepeda jamás le faltaron razones para la pelea, en este caso ¿había sido por algún motivo en particular?
En el ambiente del tango, donde se hace exagerado alarde de virilidad y hombría, los gustos de Cepeda perturbaron a más de cuatro, pero en una comunicación el académico José Barcia informa que “Hablé con un viejo malandrín que lo conoció y más de una vez compartieron el cuadro de la leonera.
Me aseguró que la muerte de Cepeda fue el epílogo de una disputa por la posesión de un muchacho maricón, porque tanto él como su matador eran bufarrachos”.
Su colega de la Academia del Lunfardo, Miguel Ángel Lafuente, confirma: “Visitamos al anciano poeta Martín Castro, con quien conversamos acerca de viejos escritores populares.
Al referirse a Cepeda nos ratificó Castro que aquel tenía inclinaciones sexuales aberrantes”.
“Le gustaban los jopende”, precisó el viejo payador.
Todo es posible e igualmente dudoso en la vida de Cepeda.
Pero hay algo cierto: por más que el agente Quintana se lo preguntara varias veces, el agonizante Cepeda se negó a identificar a su asesino.
Los tangos “Sangre maleva” y “No fue batidor” son, para Bazán, “un homenaje bastante claro a un anarquista reputado como delincuente y homosexual”.
Pero si todo era posible en su vida, también lo sería en su muerte, como que a su velorio realizado en la calle San Juan entre Solís y Entre Ríos, cayera la policía para llevarse presos a todos los dolientes, Argollero de Constitución incluido.
Fuente: Teodoro Boot para Red Nacional y Popular de Noticias
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