Cuando el todavía presidente Mauricio Macri creía que su reelección era un hecho casi natural, como la de todos los mandatarios argentinos y de la región que fueron por ella, manifestó que quería que su gestión fuera juzgada con respecto a si había podido o no reducir la pobreza. El hecho objetivo es que los números oficiales del Instituto Nacional de Estadística y Censos, organismo que cabe reconocer su administración volvió a poner en valor, certifican que el final de su mandato concluye con un 5,4 por ciento más de personas que se han empobrecido en la Argentina, nos referimos a un total de casi 16 millones de ciudadanos que se sumaron al 30% que dejó en 2015 el gobierno de Cristina Kirchner.
Terminado el ruido de las campañas y elecciones de agosto y octubre, el macrismo duro asumió con protocolo de derrota incluido, su retirada lenta de Casa Rosada pero no del podio en la carrera por encabezar la oposición.
El hombre más aferrado a la idea de sostener a su jefe político con poder de fuego es el titular del Gabinete nacional, Marcos Peña, quien diseña con sus colaboradores el sistemático esquema de negación que se impone puertas afuera, pero en particular a nivel interno en la alianza con el radicalismo y la Coalición Cívica, siempre dirigida por la temporalmente retirada Elisa Carrió.
La premisa que se difunde desde las usinas ubicadas en el primer piso de Balcarce 50, a su vez potenciada por los colaboradores mediáticos que aún responden a los llamados de la jefatura de ministros, es que Macri no perdió nada sino que logró conformar una oposición de 10 millones de votantes. Algo que es una falacia para la UCR, la CC, y quienes planifican desde la Ciudad de Buenos Aires la futura candidatura presidencial en 2023 del alcalde porteño, Horacio Rodríguez Larreta. Para ellos, además de que Macri perdió, esa diferencia es histórica y no le pertenece porque representa al antiperonismo de siempre.
Resulta paradójico, pero gran parte del crédito que el aún inquilino de la Residencia de Olivos le adjudica a Peña, proviene involuntariamente de muchos integrantes del frente que se impuso el pasado 27 de octubre, que a la hora de sacar conclusiones, dejó entrever un incómodo “sabor agridulce” luego de los contundentes guarismos electorales en primera vuelta.
Algunos analistas locales observaron la táctica pero soslayaron que la misma, en esta coyuntura partidaria, apunta principalmente a los potenciales competidores de Mauricio Macri al interior de la alianza Cambiemos, y no tanto a quien seguramente pretenderán corroer a partir del 10 de diciembre, el presidente electo Alberto Fernández.
El principal asesor político de la mesa chica macrista, Jaime Durán Barba, es quien sostiene que si se logró ganar una elección nacional en 2015 frente al peronismo dividido, cómo no se va conseguir mantener la jefatura de MM en una coalición de fuerzas que no tiene otras figuras que reemplacen al mandatario en salida, y que a su vez tiene sus propias facciones y fricciones endémicas.
La avanzada que neutraliza por ahora a Larreta, Vidal y al radical mendocino Alfredo Cornejo, llegó en forma de mensaje directo de la boca del propio fundador del PRO en la última reunión de gabinete ampliada en el Centro Cultural Kirchner, quien sacó a relucir como humorada el eslogan del #SiSePuede que no fue, y afirmó sonriente, “hay Mauricio para rato, o debería decir, hay Gato para rato”, algo que a los oídos del vidalismo larretista sonó más a advertencia que a chiste de salón. Consigna en la que Macri hasta se permitió utilizar el apodo que le pusieron sus detractores y que el consejero ecuatoriano le sugirió apropiar para anular la simbología negativa que lo atraviesa, ya que en la jerga carcelaria se denomina “Gato” a quien recauda en las penitenciarías para un jefe, sin que le importen los intereses de sus pares.
Para fortalecer el imperativo de encabezar la oposición al Frente de Todos se está organizando además una despedida al presidente saliente en Plaza de Mayo el próximo 7 de diciembre. Los que fogonean esta réplica al acto de CFK hace cuatro años cuando aseguró que se convertiría en "calabaza" (sin decir hasta cuándo), imaginan una muchedumbre que legitime una nueva versión del axioma que se utilizó tras las PASO: “El fracaso no pasó”.
Fuente: Juan Pablo Peralta para Globatium
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