viernes, 18 de marzo de 2011

Una anécdota personal e increíble de los días en que murió Kirchner

Un día después de la muerte del ex presidente, 28 de octubre de 2010, me tocó cubrir para Radio El Mundo la recorrida que el féretro con los restos de Kirchner haría desde Casa de Gobierno hasta el aeroparque metropolitano. Era un día lluvioso y un poco frío. Una vez allí, en la zona militar del aeropuerto Jorge Newbery fui testigo del paso silencioso de la Presidenta, Cristina Fernández, con anteojos oscuros, llorando y acompañada por sus dos hijos hacia el avión que los llevaría a Río Gallegos. Concluida la labor periodística nos quedamos con unos colegas departiendo en el hall central esperando que la lluvia cesara un poco para poder salir. Ellos comentaban algunas de las cosas que habían ocurrido en el velatorio de Néstor en Casa Rosada. Uno opinó sobre el joven, hermano de un funcionario de gobierno, que cantó el Ave María y emocionó a la mandataria. Mi compañero, Oscar Orquera, preguntó "¿y el que cantó el Himno? ¿lo escucharon?... lo hizo muy bien", apuntó y ahí quedó la cosa; yo no había visto a ninguno de los dos. Cuando vi que paró un poco el aguacero, salí caminando del lugar y frente a la costanera me instalé sin titubeos en la parada de colectivos de la línea 160. Allí había una pareja, él me miraba y seguía hablando con la mujer. Sólo alcancé a oír que al oído le decía "sí, yo lo vi..." y había un brillo extraño en sus ojos. Estaba vestido con un piloto y tenía los pantalones medios arremangados y muy mojados, en su cuello un pañuelo le daba un toque de bohemia distintivo, la dama también estaba muy mojada. En un momento él me preguntó, siempre sonriente, si estaba muy lejos Plaza Italia para ir caminando, yo le afirmé que si, y más con esa lluvia. Se rió y me contó que ambos habían llegado hasta el aeropuerto caminando desde Balcarce 50 para despedir al ex mandatario. Me sorprendí, convengamos que es un trecho muy largo para marchar y especialmente bajo del agua. En ese instante vino un micro y le pregunté al chofer si pasaba por el destino de los dos extraños y si me alcanzaba a mí a la zona del centro, el conductor me respondió que sí y trepamos sin dudas. Parados en el medio del colectivo nos quedamos hablando un rato sobre el insólito y largo recorrido que habían hecho. El hombre de cabello enrulado y varias cicatrices en la frente me contó que venía de cantarle el Himno a la Presidenta en la Casa de Gobierno. Ansioso le dije que mis compañeros acababan de hablar de él hacía unos minutos; le aseguré que lo habían aprobado como vocalista, otra vez rió. Me consultó si trabajaba de piloto, seguramente por mi saco y pantalón azul, le conté que no, que era periodista. Consultó de qué radio y si había visto a la Jefa de Estado. Con mi curiosidad habitual, le pedí detalles sobre su presentación ante el ataúd de Kirchner, simplemente me dijo "estuve bastante bien... mirá, le canté así"... bajito y sin apuro me entonó las primeras estrofas del Himno ante la mirada atónita del pasaje, que ya a estas alturas, no hacía otra cosa que escuchar nuestra singular charla. En eso me llaman de la radio para que cierre con un informe. Como tenía que leer algo que me había armado antes y sostenerme para no ser vencido por la inercia hablando por teléfono, le pedí a mi nuevo amigo que me sostuviera el papel mientras salía al aire en vivo. Su compañera, a quien él había conocido recientemente en el sepelio, reía debido a la escena casi fellinesca. Hice mi salida en el noticiero de la 1070, la cual no pude hacer en tono bajo como mi querido cantor, así que el pasaje empezó a preguntarse si eso no se trataba de un show en el cual en cualquier momento comenzábamos a pasar la gorra. Al llegar a Plaza Italia la dama bajó, la despedimos, intercambiamos teléfonos y nunca más la vi. El cantante, siempre con su tono de voz tan particular y medido, me dijo su nombre, se llamaba Carlos David y se dedicaba a la actuación desde hacia muchos años. Como eso no le dejaba para vivir también pintaba paredes y todo lo que se pusiera frente a su pincel. Ese colectivo, al que todos subimos casi al azar, lo llevaba casualmente hasta la esquina de su casa en Claypole. Con más intimidad y cercanía dentro del ómnibus me confesó que esa mañana vio en televisión lo mal que estaba la Presidenta y decidió acometer la aventura de tratar de cantarle en vivo y en directo. Opinó que los argentinos estábamos muy divididos "por eso de Cobos y el Campo", refirió entristecido, expresó que teníamos que unirnos y le pareció que entonar la canción patria era una buena idea unificadora en un momento tan duro. Frente a la historia yo le pregunté como había hecho para entrar en Gobierno esa mañana tan complicada, desde el fallecimiento de NK era impresionante la cantidad de gente que esperó muchas horas para llegar a dar su último adiós. Me habló otra vez con esa tranquilidad tan característica y expresó que esa mañana salió de su casa en el sur y cuando llegó a Plaza de Mayo lo primero que hizo fue cantar el Himno para la gente que allí se encontraba. Luego se acercó a la guardia de la Rosada y les pidió permiso para entrar. Obviamente le negaron el paso, pero él insistió hasta que milagrosamente un guardia que escuchaba el pedido se arrimó y le dijo a los policías: "yo lo escuché en la plaza, dejenlo pasar... es bueno". Y así fue nomas como Carlos hizo lo que pueden ver en el vídeo que está arriba y les comparto en esta historia. David siguió hablando conmigo mientras el 160 se dirigía hacia la zona de Almagro. En ese recorrido recordó cuando había tenido aquél terrible accidente que dejó su rostro marcado de por vida. En una estación del sur del Conurbano había intentado salvar a una muchacha que se quería suicidar, se arrojó a las vías del tren para socorrerla, cosa que logró hacer, y luego la formación le pasó por encima dejándolo al borde de la muerte. Me mostró sus piernas terriblemente lastimadas y rememoró que los médicos estuvieron a punto de amputarselas. Narró que en su paso por la terapia intensiva la vida le regaló una experiencia inigualable, él me la contó así: estaba flotando en un lugar maravilloso, adelante mío él, Jesús, resplandeciente con su túnica, y al costado ella, la Virgen María. Nunca más olvidaré esos ojos celestes. Yo estaba muy feliz pero me angustiaba un poco tener que dejar a mi hijo solo, entonces le hablé. Le dije "Hermano Mayor, yo necesito volver a la vida porque no puedo dejar a mi hijito sin nadie que lo cuide, tengo que estar con él. Jesús me dijo "tranquilo hermano menor, vas a estar con tu hijo muchos años más". Ahí desperté en el hospital con unos dolores insoportables, luego vi como me operaban las piernas y tiempo después, de a poco, me fui recuperando. Carlos David me juró que después de esa visión nunca más volvió a ser el mismo, me aseguró que desde entonces se dedicaba a ayudar a la gente, inclusive trataba de sanarlas con sus manos, además le ocurrieron luego muchas otras cosas que relacionó inclusive con algo que yo le conté sobre unas extrañas esferas de luz y energía que en una ocasión me tocó ver en Capilla del Monte, Córdoba. Me dijo con un tono muy manso "claro, entonces vos sabes de que te hablo ¿no?". No sé porque le replique "creo que sí". Dios nos está buscando a todos, agregó. En ese momento señaló a un hombre grande que venía sentado en uno de los asientos del fondo indiferente y casi me susurró "Ves, él a pesar de ser tan serio recién nos miró y se sonrió... también sabe de que estamos hablando porque le pasó lo mismo". Observé al caballero que me indicó y también hizo contacto visual conmigo con una sonrisa cómplice.. tal vez pensaba que me estaba divirtiendo con un loco, o que los dos estábamos para el Borda, algo que a esas alturas yo tampoco descartaba. Así fui llegando a mi destino y con el compañero temporal de viaje, al que yo ya llamaba Carlitos, nos abrazamos y alegramos por aquel delirante encuentro que él me aseguró "no era casual". Intercambiamos teléfonos, el que anoté de él nunca supe dónde fue a parar, y antes de que me tocara bajar nos miramos y reímos juntos como si nos conociéramos de siempre por la extraña e increíble jornada que nos había tocado compartir, esa en la que la Argentina y nosotros habíamos cambiado para siempre..

sábado, 5 de marzo de 2011

Un movilero suelto en Buenos Aires

La Ciudad de Buenos Aires, el lugar donde me toca circular permanentemente en busca de la información, tiene lugares hermosos, pero algunos tienen una magia especial. Podría estar nombrando sitios durante días pero hay uno que siempre me fascina para sentarme unos minutos cuando me toca estar cubriendo un móvil por la zona de Plaza de Mayo, para ser exactos en el barrio de Monserrat, a metros de Casa de Gobierno. En la esquina de Alsina y Defensa hay una plazoleta dedicada a los caídos en Malvinas, el lugar tiene algunos asientos y un monumento alusivo que semeja una fuente. Cuando ando por ahí elijo ese lugar para armar algún informe antes de salir al aire y me quedo viendo esta Iglesia llamativa y de una arquitectura mayúscula. Las imágenes que tiene son impresionantes. El color de los campanarios llama poderosamente la atención y pareciera que uno viajara en el tiempo a un Buenos Aires que ya pasó. Me enteré que es la Iglesia San Francisco con la Capilla San Roque inaugurada en 1754 y que perteneció a la Orden de los Franciscanos. El frente está coronado por esculturas que representan a San Francisco de Asís, Giotto, Dante Alighieri y Cristóbal Colón. Parte de la decoración interior y el retablo mayor desaparecieron en el incendio de 1955. Para repararlo se colocó sobre el altar principal uno de los tapices más grandes del mundo (8 por 12 m). Comparte el atrio la capilla de San Roque, que se abre el día 16 de cada mes cuando se celebra la fiesta patronal. En su interior se destacan imágenes en madera policromada del siglo XVIII