(Por Osvaldo Ardizzone).- ¿Por qué es que corre tanto usted, señor? ¿No ve que arriba hay un cielo azul y un rebaño de nubes de algodón y abajo esa muchacha de vestimenta azul con los ojos cargados de aventura? ¿Por qué es que usted se apura tanto, señor? ¿No ve que anda la vida?
Juan… Ya estamos al borde del Borda… De tanto correr, no vemos ni medio. La vida, el tiempo, se te piantan como los árboles del camino al paso del tren…
De purrete, cuando iba sentado a la ventanilla, en la aventura ferroviaria de un tren que me parecía de juguete, no me podía explicar ese vértigo de los durmientes que se desplazaban como si quisieran atraparme, ni de esos árboles que se me iban quedando atrás. En esos años en que nunca supe qué era la prisa, la urgencia, los objetivos, las metas, eso de aprovechar el tiempo.
En cambio, ahora me atemoriza, me desconcierta, esa descontrolada y ambiciosa necesidad de llegar, de ganar, de alcanzar, de poder, en esa angustiante alternativa del ahorro o nunca…
¿Te acordás, Juan de aquellas caminatas sin rumbo por las calles quietas del atardecer, charlando de cualquier cosa, de nada quizá, de todo, tal vez, pero con el tiempo para mirarnos a los ojos, para conocernos por dentro, para cambiarnos las esperanzas limpias, los sueños de alas cortas…? Para recalar en el estaño de un boliche de gente laburante y compartir las pausas de un aperitivo mientras en la vitrola, ya casi afónica, se molía un tango de Homero en la voz de Florentino, del Gordo Troilo…
Para tirar la bronca contra el capataz ortiva, para “perderse” un rato discutiendo si el bocho del maestro Pedernera andaba por ahí con la elegancia del Huevo Pontoni… Para irse a paso lerdo, tarareando los versos de Romance de Barrio… Puteando, por ahí, contra la vida, pero queriéndola a tu manera, al menos con el techo seguro, con un fin de mes sin angustias, sin berretines de hacerte rico, sin soñar con el BMW, ni la pantalla color…
Escuchando a ese colifa lindo que hacía versos de amor o dedicados a la amistad, discutiendo si había sido mejor Alem que Alfredo Palacios, mientras no faltaba aquel piantao de la Constitución que te recitaba de memoria el Artículo 14… ¿Te acordás? Yo casi me lo olvidé… “Nos, los representantes del pueblo de la Nación Argentina, reunidos en Asamblea General…” ¿Sabés, Juan, que siempre me sacaba un 10 en Instrucción Cívica con el profesor Javier López que era un gran camarista, según nos decía a los alumnos…?
Se acabó, Juan. El país, desgraciadamente, es Nimo, sí, el periodista, el Crítico Nº 1, Guillermo Nimo. El país es Nimo bailando un tango por televisión en un lamentable grotesco dirigido por los abnegados apóstoles de nuestra música ciudadana… El país es un campeonato de furcios organizado por Gerardo Sofovich para luego concluir en una apasionada rueda final entre los más famosos “furcistas” del país, hasta consagrar al rey del furciómetro.
¿Y todos nosotros, qué? Resignados miembros de la desamparada gilada que juegan apuestas a ver quién gana, en tanto, detrás de las bambalinas, los amos del divertimento ligero, frívolo, ni siquiera humorístico, siguen preparando redes, siguen armando tramperas para ingenuas y mansas palomitas torcazas… El país es Guillermo Nimo es la polémica en el bar asombrado con su seleccionado exclusivo. El país es la comicidad repetida ya “imbancable” de un Minguito que apenas si es una mueca del analfabetismo que invade el país… El país es la Albinoni “encontrándose” detrás de un árbol un director de financiera con una pasaje de avión y la promesa de un viaje de negocios al estrecho del Bósforo… El país es la quiniela disfrazada que se vende por radio. El país es el garito legalizado donde se puede “escolasear” carrera por carrera como en los años pecaminosos del “demócrata” Barceló. El país es el fútbol triste de todos los domingos, el fútbol triste de la selección campeona del mundo, los embargos que persiguen a Boca, la investigación privada a Consoli, la neurosis de Maradona.
El país es este miedo que nos agobia con tanta inseguridad, con tantas incertidumbres, con tanto desconcierto. El país es el purrete que extiende la mano en el tren, en el subterráneo, es el vecino de mi casa cuya mujer vende mercadería que fueron el precio de su despido, después de treinta años de trabajo. El país es el discurso del capitán de ingenieros Álvaro Alsogaray, ex ministro de economía, para explicar las causales del deterioro de nuestra balanza de pagos.
El país es la gente que corre por las calles de nuestro Wall Street de diez de la mañana hasta las cuatro de la tarde, especulando con el dato que le viene de buena procedencia, jugándose la vida al alza del dólar, comprando, vendiendo, gastándose el alma, los sueños, a esa fiebre de la moneda verde, que es la única que le proporciona una esperanza, aunque sea sórdida. El país es el lenguaje esóterico del bono, de las tasas de interés, de la tablita, del complejo Yaciretá, del producto bruto…
El país es una pena, Juan, una gran pena…
Juan… Ya estamos al borde del Borda… De tanto correr, no vemos ni medio. La vida, el tiempo, se te piantan como los árboles del camino al paso del tren…
De purrete, cuando iba sentado a la ventanilla, en la aventura ferroviaria de un tren que me parecía de juguete, no me podía explicar ese vértigo de los durmientes que se desplazaban como si quisieran atraparme, ni de esos árboles que se me iban quedando atrás. En esos años en que nunca supe qué era la prisa, la urgencia, los objetivos, las metas, eso de aprovechar el tiempo.
En cambio, ahora me atemoriza, me desconcierta, esa descontrolada y ambiciosa necesidad de llegar, de ganar, de alcanzar, de poder, en esa angustiante alternativa del ahorro o nunca…
¿Te acordás, Juan de aquellas caminatas sin rumbo por las calles quietas del atardecer, charlando de cualquier cosa, de nada quizá, de todo, tal vez, pero con el tiempo para mirarnos a los ojos, para conocernos por dentro, para cambiarnos las esperanzas limpias, los sueños de alas cortas…? Para recalar en el estaño de un boliche de gente laburante y compartir las pausas de un aperitivo mientras en la vitrola, ya casi afónica, se molía un tango de Homero en la voz de Florentino, del Gordo Troilo…
Para tirar la bronca contra el capataz ortiva, para “perderse” un rato discutiendo si el bocho del maestro Pedernera andaba por ahí con la elegancia del Huevo Pontoni… Para irse a paso lerdo, tarareando los versos de Romance de Barrio… Puteando, por ahí, contra la vida, pero queriéndola a tu manera, al menos con el techo seguro, con un fin de mes sin angustias, sin berretines de hacerte rico, sin soñar con el BMW, ni la pantalla color…
Escuchando a ese colifa lindo que hacía versos de amor o dedicados a la amistad, discutiendo si había sido mejor Alem que Alfredo Palacios, mientras no faltaba aquel piantao de la Constitución que te recitaba de memoria el Artículo 14… ¿Te acordás? Yo casi me lo olvidé… “Nos, los representantes del pueblo de la Nación Argentina, reunidos en Asamblea General…” ¿Sabés, Juan, que siempre me sacaba un 10 en Instrucción Cívica con el profesor Javier López que era un gran camarista, según nos decía a los alumnos…?
Se acabó, Juan. El país, desgraciadamente, es Nimo, sí, el periodista, el Crítico Nº 1, Guillermo Nimo. El país es Nimo bailando un tango por televisión en un lamentable grotesco dirigido por los abnegados apóstoles de nuestra música ciudadana… El país es un campeonato de furcios organizado por Gerardo Sofovich para luego concluir en una apasionada rueda final entre los más famosos “furcistas” del país, hasta consagrar al rey del furciómetro.
¿Y todos nosotros, qué? Resignados miembros de la desamparada gilada que juegan apuestas a ver quién gana, en tanto, detrás de las bambalinas, los amos del divertimento ligero, frívolo, ni siquiera humorístico, siguen preparando redes, siguen armando tramperas para ingenuas y mansas palomitas torcazas… El país es Guillermo Nimo es la polémica en el bar asombrado con su seleccionado exclusivo. El país es la comicidad repetida ya “imbancable” de un Minguito que apenas si es una mueca del analfabetismo que invade el país… El país es la Albinoni “encontrándose” detrás de un árbol un director de financiera con una pasaje de avión y la promesa de un viaje de negocios al estrecho del Bósforo… El país es la quiniela disfrazada que se vende por radio. El país es el garito legalizado donde se puede “escolasear” carrera por carrera como en los años pecaminosos del “demócrata” Barceló. El país es el fútbol triste de todos los domingos, el fútbol triste de la selección campeona del mundo, los embargos que persiguen a Boca, la investigación privada a Consoli, la neurosis de Maradona.
El país es este miedo que nos agobia con tanta inseguridad, con tantas incertidumbres, con tanto desconcierto. El país es el purrete que extiende la mano en el tren, en el subterráneo, es el vecino de mi casa cuya mujer vende mercadería que fueron el precio de su despido, después de treinta años de trabajo. El país es el discurso del capitán de ingenieros Álvaro Alsogaray, ex ministro de economía, para explicar las causales del deterioro de nuestra balanza de pagos.
El país es la gente que corre por las calles de nuestro Wall Street de diez de la mañana hasta las cuatro de la tarde, especulando con el dato que le viene de buena procedencia, jugándose la vida al alza del dólar, comprando, vendiendo, gastándose el alma, los sueños, a esa fiebre de la moneda verde, que es la única que le proporciona una esperanza, aunque sea sórdida. El país es el lenguaje esóterico del bono, de las tasas de interés, de la tablita, del complejo Yaciretá, del producto bruto…
El país es una pena, Juan, una gran pena…
Fuente: Portal de la UTBBA
2 comentarios:
Es una lástima que este sea el único comentario. Así vamos, diría don Ardizzone, un grande del periodismo deportivo. Se comentan tantas pavadas, se habla de tantas pavadas, por tres días la televisión puede hablar de la desaparición de alguien mientras en Irak, en Afganistán,en Libia, en Somalía, desaparecen en el aire a diario por el hambre o por las bombas y nadie busca su nombre.
Miguel Angel Mori
Fantastico recordarlo al garn Osvaldo Juanpi!
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