martes, 5 de junio de 2012

Mujeres comisarias

El rojo de sus uñas, los labios pintados, la falda corta y el rímel conviven con las placas y los escudos del uniforme policial. “Siempre fui coqueta. Sin tacos, aros y anillos no salgo ni a la esquina”, confiesa Susana Aveni, de 53 años, comisaria de la seccional 47ª, de Villa Pueyrredón. “La sociedad reclamaba a la mujer en las fuerzas de seguridad y por eso no podemos perder nuestra femineidad. Para patear puertas y masticar chicles con la boca abierta están los hombres. Nosotras estamos para otra cosa”, agrega Gladis Beatriz Cardoso, de 51 años, jefa de la Comisaría 52ª, de Lugano. Aveni y Cardoso fueron designadas, por primera vez en la historia de la centenaria Policía Federal, al frente de comisarías porteñas, un territorio hasta hace poco reservado a los hombres.
Se conocieron hace un año, el 31 de mayo de 2011, cuando la ministra de Seguridad, Nilda Garré, las designó –junto a otras ocho policías– como subcomisarias de las dependencias que hoy lideran. Cuentan que en seguida se hicieron amigas y que se juntan a cenar con frecuencia para apoyarse y charlar sobre los problemas de cada jurisdicción. Reunidas por Veintitrés, repasaron sus trayectorias, la aceptación de los vecinos y el deseo de transformar a las fuerzas de seguridad en una institución igualitaria.

–¿Cómo decidieron ser policías?

Susana Aveni: –Cuando terminé el secundario, mi primo hermano egresó de la escuela de cadetes y me comentó que se abría la primera convocatoria a mujeres, pero sólo podían inscribirse aquellas que ya estaban dentro de la fuerza, como auxiliares o suboficiales. Como yo no podía anotarme, hice el curso de ingreso a la Facultad de Derecho de la UBA, pero me bocharon en comprensión de textos. Ese año seguí estudiando inglés y piano. Me crié entre algodones: mis papás me llenaban de actividades para que tenga una mayor cultura general. En ese momento se empezó a hablar de divorcio y revolución femenina y ellos tenían miedo de que no me pudiera casar. Pero a mí jamás me interesó. Yo quería ser policía pero cada vez que lo mencionaba, mis padres ponían el grito en el cielo. No lo podían creer. Finalmente, en 1978 se abrió la primera promoción para mujeres que no pertenecían a la fuerza y sin dudarlo me inscribí. Al principio, mi madre no quería firmar la autorización para ingresar a la policía pero finalmente accedió.

Gladis Beatriz Cardoso: –Mi caso fue diferente, ya que mi papá es policía. Si bien él nunca nos habló ni nos intentó inculcar a mí y a mis hermanos que estudiemos para ser policías, los tres seguimos su camino. Pero primero me mandaron a estudiar inglés, hice el profesorado de guitarra y hasta me recibí en el conservatorio superior de música. Como era misionera de la iglesia, venía realizando trabajo social y quería continuar ese camino… Siempre tuve claro que no iba a ser maestra ni doctora. Mi único sueño era convertirme en policía. Igual, pese a tener una larga trayectoria en la fuerza, me casé y tuve dos hijos: Julián, que tiene 20, y María, 17.

–¿Qué piensan ellos de que usted sea comisaria?

G.B.C.: –Están acostumbrados. Cuando Julián estaba en salita de tres, me llamó la psicopedagoga muy preocupada porque mi hijo decía que su mamá era policía y me dibujaba de uniforme. Cuando le dije que efectivamente era policía, no lo podía creer, porque en la foja de datos familiares yo había puesto que era empleada. La respuesta de la especialista fue: “No puede ser, porque su hijo es un amor. No es para nada violento”. Mucha gente tiene prejuicios respecto de la policía. Mi prioridad siempre fue la familia. Se complica cuando querés estar presente en todos lados... Yo sé que si no voy a un acto escolar o a una reunión de padres trabajo con mucha angustia y no rindo. Por suerte tuve mucho apoyo de mis colegas para cambiar las guardias y estar presente con ellos en todo momento.

–¿Alguna vez imaginaron que iban a llegar a liderar una comisaría?

S.A.: –En realidad, cuando nosotras entramos no se podía acceder a este grado. El máximo cargo al que podíamos aspirar era el último grado de oficiales subalternos. A partir de un decreto que sacó Carlos Menem en los ’90 pudimos soñar con ser comisarios. Hoy tenemos posibilidad de hacer carrera, pero los primeros años fueron muy duros. Además, en cada jerarquía debíamos permanecer como mínimo siete años, mientras que los hombres sólo tres. Es una institución machista pero porque está creada y organizada por hombres.

G.B.C.: –En ese contexto, la mayoría de las mujeres entraba a la fuerza con la idea de trabajar en oficinas. No concebían la idea de subir a un patrullero. A mí siempre me gustó la calle y ahí no basta con tener jerarquía. Hay que saber escuchar y tomar decisiones con velocidad. Si en algún momento me crucé con un machista, que me perdone pero no me di cuenta, lo ignoré.

–¿Cuánto personal tienen a cargo?

S.A.: –270 oficiales, de los cuales 10 son mujeres.

G.B.C.: –Yo 60, también con 10 mujeres.

–¿Cómo toman los oficiales el hecho de recibir directivas de una mujer?

S.A.: –Bárbaro. Sinceramente, no hay ningún inconveniente.

G.B.C.: –Es que fue la sociedad la que requería que las mujeres estén al mando. Muchas veces me pasó que finalizaba mi horario de trabajo y tenía que quedarme porque había allanamientos y desalojos con mujeres y niños. En esos casos, es indispensable que haya una mujer.

–¿Qué le aporta una mujer a la fuerza?

S.A.: –Pienso que en determinadas circunstancias la comunidad se acerca más cuando hay una mujer. Nosotras somos más de charlar con los vecinos y preocuparnos por conocer los problemas de las personas.

G.B.C.: –Nuestra calidez natural hace que las personas se abran más. Cuando entro a las oficinas de los jefes de servicios y está el denunciante declarando, yo me acerco, lo saludo, le pregunto qué le pasa y él me empieza a contar detalles que no había mencionado antes. Los muchachos no quieren perder tiempo y nosotras somos más charlatanas.

–¿Cómo las recibieron los vecinos?

G.B.C.: –La comunidad donde yo ejerzo es de mujeres muy sufridas, maltratadas… La mayoría está sometida a los quehaceres domésticos y cuando me ven de uniforme, ven un peldaño al que quieren llegar. Los barrios siempre responden positivamente a la policía mujer.

–Sumado a sus designaciones, hoy está Nilda Garre como ministra de Seguridad y Florencia Piermarini al frente del Servicio Penitenciario Bonaerense. ¿Podría llegar una mujer a estar al frente de la Policía Federal?

S.A.: –Por supuesto. Mi límite es el cielo.

–¿Les queda tiempo para ser femeninas?

S.A.: –Sí. Nunca hay que perder la femineidad. Yo me pongo el uniforme con tacos y no me los saco nunca. Anoche estuve en Constituyentes y General Paz con la barra brava de Chacarita y corrí con los tacos y maquillada. Inclusive, siempre tengo masitas y tés saborizados para ofrecer en las reuniones.

G.B.C.: –La sociedad reclamaba a la mujer en las fuerzas de seguridad y por eso no podemos perder nuestra femineidad. Para patear puertas y masticar chicles con la boca abierta están los hombres. Nosotras estamos para otra cosa.

–¿El uniforme necesita cambios?

G.B.C.: –En mi vida privada jamás uso pantalón o corbata. Sinceramente, no me gusta tener que vestirme de nene para ir a trabajar. Siempre corrí de tacos y nadie se me escapó.


Fuente: Revista Veintitrés

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