No se pierdan esta crónica de un periodista de Prensa Latina que vivió la tragedía de la caída del gobierno de Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973. Ahí va:
* El autor, Víctor Osorio Reyes, es director periodístico de Crónica Digital. (Fuente: Federación Latinoamericana de Periodistas)
El 11 de septiembre de 1973, las tropas del Ejército tomaron por asalto las oficinas de la Agencia Informativa Latinoamericana Prensa Latina, de Cuba, en el centro de Santiago. Allí estaba parte de los cubanos que llegaron a Chile durante el Gobierno de la UP y que se convirtieron en mito, fantasma y pesadilla para la oposición de centro-derecha.
El periodista argentino-cubano Jorge Timossi –en quien se inspiró Joaquín Salvador Lavado, “Quino”, para la creación de Felipe, el amigo de Mafalda– era entonces el corresponsal jefe.
El joven reportero Jorge Luna Mendoza llegó muy temprano ese día a la oficina, ubicada en el piso 11 (el último) de un antiguo edificio en Unión Central, hoy Bombero Ossa, casi esquina con Ahumada.
Aquella experiencia fue determinante para su vida. Peruano de nacimiento, terminó cubano por adopción. “Aquí también comencé a transformarme en un periodista en forma”, comenta. Desde entonces desarrolló una destacada carrera, como corresponsal de Prensa Latina en diferentes lugares del mundo.
Hace casi dos años, regresó por primera vez a Santiago, ahora como corresponsal-jefe de la oficina. Estos son algunos de los recuerdos que compartió con Crónica Digital.
Hace 35 años
La corresponsalía se encontraba conformada ese día, aparte de Luna y Timossi, por los chilenos Omar Sepúlveda y Orlando Contreras, y los cubanos Mario Mainadé y Pedro Lobaina. Otros trabajadores de la oficina no pudieron llegar, pero habían compartido con ellos labores durante los aciagos tres años del Gobierno de Salvador Allende.
La primera noticia de lo que ocurría llegó a medianoche y la recibió por vía telefónica Mainadé, que cumplía su turno de guardia de redacción. Una voz grave le informó: “Ha comenzado el golpe”.
“A partir de allí, en la oficina quedábamos sujetos a cualquier agresión, pero decidimos quedarnos a cumplir con nuestro deber profesional y solidario. Hicimos todo lo que fue posible con el télex y el teléfono para enfrentar el bloqueo de la información”, relata Luna.
Los aparatos y las máquinas de escribir los mantenían en el suelo, bajo las mesas, con el objeto de prevenir la acción de los helicópteros militares que disparaban hacia los edificios para acallar a los francotiradores.
Luna intentó fotografiar los tanques, con medio cuerpo fuera del balcón, y Timossi tuvo que gritarle que dejara de hacerlo.
Al mediodía, luego del bombardeo de La Moneda, “un grupo de 21 soldados, al mando de un sargento, irrumpieron –al parecer por error– en la oficina buscando los redactores de la revista Punto Final, que quedaba en nuestro mismo piso, en circunstancias que los colegas de ese medio hacía por lo menos 48 horas que ya no aparecían por ahí”.
Los soldados “se mostraban muy nerviosos, preguntaban qué era Prensa Latina, sin reparar en las fotografías y afiches en las paredes del comandante Fidel Castro o del Che Guevara. Fueron tres las revisiones, mientras reducían a escombros todo el mobiliario de la vecina revista Punto Final”.
A Contreras y Lobaina, “los hicieron parar en el balcón de la oficina, expuestos, como fórmula de detener los disparos de francotiradores”.
Otro de los momentos de tensión ocurrió cuando los soldados rastrillaron sus armas y los apuntaron a la cabeza al descubrir en un cajón un paquete “sospechoso”, hasta que comprobaron que sólo era una máquina para picar carne comprada por la redactora chilena Elena Acuña, quien se había retirado de la oficina poco antes.
Una de las imágenes que Luna nunca pudo olvidar ocurrió esa noche después del toque de queda. La oficina estaba a oscuras. De pronto, escucharon el ruido de los motores de los ascensores del edificio. Alguien estaba subiendo. La sangre se les heló en las venas. Los aparatos ya no cesaron más de moverse.
A Luna correspondió “la primera guardia con Omar, que hablaba rapidísimo y que, una y otra vez, repetía que el ruido ‘me pone los huevos de corbata’. No le entendí la frase, hasta que me explicó su significado. Los otros colegas también brincaban con el zumbido, aunque se suponía que dormían para relevarnos más tarde”.
Al día siguiente, por la tarde, partieron hacia la Embajada de Cuba y allí vivieron el acoso militar, incluyendo el intercambio de disparos con las tropas. Y, luego, a La Habana.
De la experiencia periodística en Chile nació un libro, “Grandes Alamedas. El Combate del Presidente Allende”, publicado por Timossi, y una crónica, “Las últimas horas de La Moneda”, que Prensa Latina pudo difundir sólo el jueves 13, pues la clausura de las comunicaciones con el exterior dispuesta por la Junta impidió su transmisión. Sólo posible darlo a conocer al mundo cuando llegaron a la capital cubana.
El periodista argentino-cubano Jorge Timossi –en quien se inspiró Joaquín Salvador Lavado, “Quino”, para la creación de Felipe, el amigo de Mafalda– era entonces el corresponsal jefe.
El joven reportero Jorge Luna Mendoza llegó muy temprano ese día a la oficina, ubicada en el piso 11 (el último) de un antiguo edificio en Unión Central, hoy Bombero Ossa, casi esquina con Ahumada.
Aquella experiencia fue determinante para su vida. Peruano de nacimiento, terminó cubano por adopción. “Aquí también comencé a transformarme en un periodista en forma”, comenta. Desde entonces desarrolló una destacada carrera, como corresponsal de Prensa Latina en diferentes lugares del mundo.
Hace casi dos años, regresó por primera vez a Santiago, ahora como corresponsal-jefe de la oficina. Estos son algunos de los recuerdos que compartió con Crónica Digital.
Hace 35 años
La corresponsalía se encontraba conformada ese día, aparte de Luna y Timossi, por los chilenos Omar Sepúlveda y Orlando Contreras, y los cubanos Mario Mainadé y Pedro Lobaina. Otros trabajadores de la oficina no pudieron llegar, pero habían compartido con ellos labores durante los aciagos tres años del Gobierno de Salvador Allende.
La primera noticia de lo que ocurría llegó a medianoche y la recibió por vía telefónica Mainadé, que cumplía su turno de guardia de redacción. Una voz grave le informó: “Ha comenzado el golpe”.
“A partir de allí, en la oficina quedábamos sujetos a cualquier agresión, pero decidimos quedarnos a cumplir con nuestro deber profesional y solidario. Hicimos todo lo que fue posible con el télex y el teléfono para enfrentar el bloqueo de la información”, relata Luna.
Los aparatos y las máquinas de escribir los mantenían en el suelo, bajo las mesas, con el objeto de prevenir la acción de los helicópteros militares que disparaban hacia los edificios para acallar a los francotiradores.
Luna intentó fotografiar los tanques, con medio cuerpo fuera del balcón, y Timossi tuvo que gritarle que dejara de hacerlo.
Al mediodía, luego del bombardeo de La Moneda, “un grupo de 21 soldados, al mando de un sargento, irrumpieron –al parecer por error– en la oficina buscando los redactores de la revista Punto Final, que quedaba en nuestro mismo piso, en circunstancias que los colegas de ese medio hacía por lo menos 48 horas que ya no aparecían por ahí”.
Los soldados “se mostraban muy nerviosos, preguntaban qué era Prensa Latina, sin reparar en las fotografías y afiches en las paredes del comandante Fidel Castro o del Che Guevara. Fueron tres las revisiones, mientras reducían a escombros todo el mobiliario de la vecina revista Punto Final”.
A Contreras y Lobaina, “los hicieron parar en el balcón de la oficina, expuestos, como fórmula de detener los disparos de francotiradores”.
Otro de los momentos de tensión ocurrió cuando los soldados rastrillaron sus armas y los apuntaron a la cabeza al descubrir en un cajón un paquete “sospechoso”, hasta que comprobaron que sólo era una máquina para picar carne comprada por la redactora chilena Elena Acuña, quien se había retirado de la oficina poco antes.
Una de las imágenes que Luna nunca pudo olvidar ocurrió esa noche después del toque de queda. La oficina estaba a oscuras. De pronto, escucharon el ruido de los motores de los ascensores del edificio. Alguien estaba subiendo. La sangre se les heló en las venas. Los aparatos ya no cesaron más de moverse.
A Luna correspondió “la primera guardia con Omar, que hablaba rapidísimo y que, una y otra vez, repetía que el ruido ‘me pone los huevos de corbata’. No le entendí la frase, hasta que me explicó su significado. Los otros colegas también brincaban con el zumbido, aunque se suponía que dormían para relevarnos más tarde”.
Al día siguiente, por la tarde, partieron hacia la Embajada de Cuba y allí vivieron el acoso militar, incluyendo el intercambio de disparos con las tropas. Y, luego, a La Habana.
De la experiencia periodística en Chile nació un libro, “Grandes Alamedas. El Combate del Presidente Allende”, publicado por Timossi, y una crónica, “Las últimas horas de La Moneda”, que Prensa Latina pudo difundir sólo el jueves 13, pues la clausura de las comunicaciones con el exterior dispuesta por la Junta impidió su transmisión. Sólo posible darlo a conocer al mundo cuando llegaron a la capital cubana.
* El autor, Víctor Osorio Reyes, es director periodístico de Crónica Digital. (Fuente: Federación Latinoamericana de Periodistas)
2 comentarios:
Wow!
Está muy buena!
Aquí, en Perú, ocurrió lo que llamó Fujimori ¡Disolver! ¡Disolver!
Caídas y levantadas.
Saudades de Jorge Luna.
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