sábado, 6 de abril de 2013

La locura de los militares en 1982 y la propuesta de Borges para las Islas Malvinas



Lo increíble acecha en las grietas. Yo estaba encerrado, casi en tinieblas, en el calabozo de castigo de la cárcel de Caseros. En aproximadamente cuatro metros cuadrados solo había lugar para mí, una cama de metal adosada a la pared y un inodoro medio roto. En medio del sopor del aburrimiento oí que se abrían puertas a lo lejos: alguien ingresaba a la sala de aislamiento. Oí de inmediato una llave que giraba en la cerradura de mi puerta. En la penumbra del calabozo apenas si distinguí la cara del guardiacárcel. Me sorprendí porque había emoción en su mirada. Con un hilo de voz me dijo: “está perdonado, lo llevo de nuevo al pabellón; ahora todos estamos en el mismo bando”. Creí que me jugaba una broma. No: la broma macabra se la estaban jugando al país. Era el 2 de abril de 1982 y la Junta Militar había decidido recuperar por las armas las Islas Malvinas. “Ahora estamos todos en el mismo bando”, dicho por el guardiacárcel, fue de lo menos sorprendente que me sucedió en la épica jornada del 2 de abril. Al llegar al pabellón comprobé que entre los presos políticos había un clima de extraña euforia que no logré descifrar hasta que puede hablar con ellos en el patio de recreo. Todos (menos uno) apoyaban la medida. Lo hacían en distinto grado: la mayoría de los peronistas (en especial, los montoneros) pensaban incluso que debían ofrecerse como voluntarios para ir a luchar al archipiélago; otros, más marxistas, hablaban de dar un apoyo crítico; otros apoyaban pero se negaban a firmar una declaración pública. Con el correr de los días, en la cárcel nos comenzaron a tratar un poco menos mal y nos dieron algunos beneficios: leer los diarios y las revistas sin censurar los artículos políticos (que, obviamente, no decían nada que pudiera desagradar a los militares). Estábamos en guerra. La gente aplaudía en las calles, llenaba Plaza de Mayo vivando al general Fortunato Galtieri y la inmensa mayoría de los presos políticos detenidos en la cárcel de Caseros (luego supe que lo mismo sucedía en todas las demás prisiones) acompañaba el sentir popular. Yo me veía como sapo de otro pozo. Siempre fui borgeano, pero cuando por esos días leí que Borges declaró que proponía que Inglaterra y Argentina se pusieran de acuerdo para darle las Malvinas a Bolivia para que ese país lograse su ansiada salida al mar, me di cuenta que esa iba a ser mi posición política: “las Malvinas para Bolivia” era una posición más lúcida, más pacífica, más sabia, menos ilusoria y delirante que el “ahora todos estamos en el mismo bando” que había dicho el guardiacárcel y se había transformado en el eslogan del momento. Mi patria es mi lengua. Todo ser humano es mi semejante: sin fronteras de ningún tipo. No apoyo las divisiones soberanas ni las guerras. Hacia mediados de mayo de 1982, cuando ya era visible que Inglaterra iba a pelear hasta el fin, supe que morirían miles de jóvenes (del interior profundo, los más pobres, los de piel más oscura), pero que se acababa por fin la dictadura militar. No sé cómo hubiéramos salido de ese sin infierno sin esta loca y asesina aventura de la Junta Militar. En las grietas anida la esperanza.

Fuente: Daneil Moloina en el blog Puede Colaborar

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