Quien nunca se ha deprimido no puede imaginar el horror que vive quien padece de este mal. No se trata de tristeza solamente, ni de desgano, ni de falta de apetito, ni de irritación, ni de insomnio, ni de falta de concentración, síntomas todos asociados a la depresión.
La depresión es un coqueteo con la muerte. Por leve que sea el cuadro, siempre está ahí la muerte, al acecho. No la búsqueda de la muerte (salvo en caso muy severos) sino la idea de la muerte. Como miedo, como hipocondría, como vínculo desesperado con objetos queridos, como obsesión, como idea, como posibilidad, como infinito cansancio, como pérdida de la belleza (el color y el gusto), como inquietud perpetua, como anhelo de descanso.
¡Es que es tan difícil y doloroso estar vivo o descansar o gozar si se está deprimido!
Surge a veces sin aviso y sin motivos aparentes. La persona que está deprimida trata de explicar a sus cercanos y no puede, porque cada vez que se pone en palabras el dolor psíquico que representa, se trivializa de tal manera que el paciente se siente aún más solo que antes de expresarse.
Los parientes y los amigos intentan consolar, tirar para arriba al deprimido, incluso a veces se impacientan de la falta de empeño que éste le pone a recuperarse. “Lo tiene todo, no tiene derecho a ser tan malagradecida”, me decía un marido de su mujer deprimida. “Pero si no le ha pasado nada malo, ¿por qué está así?”, me decía una madre de su hijo deprimido.
La psiquiatría y la psicología han descrito mil causas y mil cursos de la enfermedad y de sus tratamientos, y sigue siendo un misterio en gran medida. Tal vez lo único que nadie discute es su base biológica fuerte y su asociación a pérdidas devastadoras en la infancia. Pero por qué surge a los 60 o a las 20, porque hoy y no ayer, no sabemos. Sí aventuramos muchas explicaciones, pero el misterio de la muerte que acecha a una persona viva sigue ahí apurando a los expertos porque se sabe que es la pandemia del siglo XXI.
Quien la vive está en el frío más brutal, sin esperanzas de que llegue la primavera.
Tal vez lo más sano es acompañar sin forzar y sin consolar racionalmente a quien sufre esta enfermedad. Ayuda la psicoterapia y la sicofarmacología, pero, como el cáncer, quien la padece no es responsable ni está en control de su mal. Quienes trabajamos en salud mental aprendemos a escuchar con respeto y a honrar el dolor inexpresable de los depresivos.
Mientras más grave el cuadro, mayor silencio y mayor vacío, al punto que uno siente que cualquier palabra es inútil, pero que escuchar no lo es. Mujeres que han cuidado a hijos o padres o maridos deprimidos relatan que tocarlos ayuda, al menos les da calor y les disminuye el miedo, algo que se asemeja al descanso.
La buena noticia es que hoy se recuperan todos o casi todos, la mala es que todos somos candidatos.
La depresión es un coqueteo con la muerte. Por leve que sea el cuadro, siempre está ahí la muerte, al acecho. No la búsqueda de la muerte (salvo en caso muy severos) sino la idea de la muerte. Como miedo, como hipocondría, como vínculo desesperado con objetos queridos, como obsesión, como idea, como posibilidad, como infinito cansancio, como pérdida de la belleza (el color y el gusto), como inquietud perpetua, como anhelo de descanso.
¡Es que es tan difícil y doloroso estar vivo o descansar o gozar si se está deprimido!
Surge a veces sin aviso y sin motivos aparentes. La persona que está deprimida trata de explicar a sus cercanos y no puede, porque cada vez que se pone en palabras el dolor psíquico que representa, se trivializa de tal manera que el paciente se siente aún más solo que antes de expresarse.
Los parientes y los amigos intentan consolar, tirar para arriba al deprimido, incluso a veces se impacientan de la falta de empeño que éste le pone a recuperarse. “Lo tiene todo, no tiene derecho a ser tan malagradecida”, me decía un marido de su mujer deprimida. “Pero si no le ha pasado nada malo, ¿por qué está así?”, me decía una madre de su hijo deprimido.
La psiquiatría y la psicología han descrito mil causas y mil cursos de la enfermedad y de sus tratamientos, y sigue siendo un misterio en gran medida. Tal vez lo único que nadie discute es su base biológica fuerte y su asociación a pérdidas devastadoras en la infancia. Pero por qué surge a los 60 o a las 20, porque hoy y no ayer, no sabemos. Sí aventuramos muchas explicaciones, pero el misterio de la muerte que acecha a una persona viva sigue ahí apurando a los expertos porque se sabe que es la pandemia del siglo XXI.
Quien la vive está en el frío más brutal, sin esperanzas de que llegue la primavera.
Tal vez lo más sano es acompañar sin forzar y sin consolar racionalmente a quien sufre esta enfermedad. Ayuda la psicoterapia y la sicofarmacología, pero, como el cáncer, quien la padece no es responsable ni está en control de su mal. Quienes trabajamos en salud mental aprendemos a escuchar con respeto y a honrar el dolor inexpresable de los depresivos.
Mientras más grave el cuadro, mayor silencio y mayor vacío, al punto que uno siente que cualquier palabra es inútil, pero que escuchar no lo es. Mujeres que han cuidado a hijos o padres o maridos deprimidos relatan que tocarlos ayuda, al menos les da calor y les disminuye el miedo, algo que se asemeja al descanso.
La buena noticia es que hoy se recuperan todos o casi todos, la mala es que todos somos candidatos.
Fuente: El Mercurio de Chile
1 comentario:
A raiz de la noticia que me resulta interesante me quepa una consulta. Puede una persona deprimida, ser distante, que no soporte preguntas, no compartir por ej. la mesa, ser irritable y a veces vergonzosa por una simple mirada?, agradecere su respuesta profesional a: gloria.lusa@hotmail.com - saludos
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