Su historia forma parte del tiempo aquel en que Corrientes era “la calle que nunca duerme”. Y aunque no estaba sobre esa avenida, el lugar era parte de ese circuito –desde la avenida Callao hasta Leandro N. Alem– donde transcurría toda la movida de la noche porteña entre las décadas de 1920 y el final de la de 1950. Traducido al castellano, el nombre del sitio (“Canta Claro”) no suena muy atractivo. Pero en francés, y en aquel Buenos Aires, decir Chantecler era sinónimo de tango, lujos y placeres para artistas, políticos, turistas y dandys. Es decir: la first class de una sociedad muy distinta de la actual.
Lo inauguraron en diciembre de 1924 en Paraná 440, a unos metros de Corrientes, con la actuación del sexteto de Julio De Caro. Su dueño era Charles Seguin, un francés que, además de ese espacio, tenía los teatros Casino y Tabaris, entre otros negocios. Para instalarlo, el hombre no había mezquinado presupuesto: tres pistas de baile, un gran escenario, palcos con cortinados de pana roja como en los teatros, teléfono privado para hacer los pedidos a la barra y, en el fondo del local, hasta una exótica pileta de natación climatizada donde jóvenes y esbeltas muchachas realizaban juegos acuáticos. Todo se complementaba con espectáculos de varieté y shows con artistas que solían llegar desde los famosos y cercanos teatros Maipo y El Nacional.
En la entrada del edificio existía una dársena para que los autos pudieran dejar a los concurrentes directamente sobre la puerta. Solía recibirlos un muchacho de raza negra que después se iba a convertir en el presentador de las orquestas que actuaban allí. Se llamaba Angel Sánchez Carreño. Algunos decían que había llegado desde Cuba, pero los historiadores descubrieron que había nacido en el Gran Buenos Aires en marzo de 1880. También cantante de boleros, Sánchez Carreño fue más conocido por su seudónimo: “El príncipe cubano”. Y a él se le atribuye haber bautizado al violinista y director Juan D’Arienzo (luego emblema bailable del Chantecler) como “El rey del compás”.
Por supuesto que la bebida símbolo del lugar era el champán. Y aunque allí actuaron grandes maestros como Carlos Di Sarli, Joaquín Do Reyes, Héctor Varela, Atilio Stampone, Leopoldo Federico y Eduardo Del Piano, su máxima estrella siempre fue una madame. Giovanna Ritana (Jeannette) era la bella y joven mujer de Amadeo Garesio, un hombre nacido en Córcega, pero que había llegado a Buenos Aires con una compañía de trapecistas. Dicen que Garesio y Ritana regenteaban varios prostíbulos porteños. Y que, a la muerte de Charles Seguin, quien no tenía descendencia, habían heredado el Chantecler. Cuentan que madame Ritana solía florearse por los salones acompañada del brillo de sus alhajas y luciendo en la mano una copa de burbujeante champán.
El cabaret Chantecler fue demolido en 1960 y con él se fue toda una época en la que la velada solía terminar a las 10 de la mañana, con la gente comiendo puchero después de una gran partida de pase inglés, en la que, entre pedido y pedido, se anotaban hasta los mozos. También quedó en el olvido la imagen de Ritana y muchas otras chicas que vivieron en ese carrusel con alegrías de ficción. Pero lo que sí se recuerda es aquel affaire que en diciembre de 1915 tuvo como protagonista a Carlos Gardel, justo el día en que cumplía 25 años. Fue una emboscada a la salida del Palais de Glace de Recoleta y, en medio de una supuesta discusión. Esa noche, Gardel recibió un balazo en un pulmón y se salvó de milagro. El ataque había sido un encargo de Amadeo Garesio porque se había enterado que el cantante solía tener encuentros clandestinos con Ritana, su mujer, quien entonces manejaba uno de sus prostíbulos, en la calle Viamonte. El episodio iba a quedar zanjado y archivado después de una intervención de Alberto Barceló, el caudillo político de Avellaneda, y su ladero Juan Nicolás Ruggiero, amigo de Gardel y de Garesio. Pero esa es otra historia.
Fuente: Clarín
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