martes, 9 de julio de 2019

La crónica que el fallecimiento de De La Rúa me trajo a la memoria

La foto que elegí para esta crónica me tiene entre ese hormiguero que fue la noche del 19 y la madrugada del 20 de diciembre de 2001. Por esos años vivía en Lomas del Mirador en el partido de La Matanza y estudiaba en la Universidad Nacional de esa entrañable localidad a la que siempre estoy volviendo. Las últimas imagenes de los días previos a la postal me dejaron en la retina inmensas y desesperadas colas en cajeros automáticos y puertas de los bancos. El límite de poder extraer sólo mil mil pesos en las entidades había enloquecido a los ahorristas y a quienes tenían depositados sus sueldos y ya veían los primeros síntomas del bautizado "Corralito", impuesto erróneamente por Domingo Cavallo. Basta decir que se retenía el dinero de la gente, para que la gente quisiera urgente su dinero. Aún no entiendo a quienes defienden esa insólita decisión. El clima era estresante y en las mañanas, cuando trabajaba en la radio de la UNlaM, me enteraba únicamente de malas noticias. Salía cargado  de mala vibra a intentar rescatar unos pesos de un Galicia que había en la ex Ruta 3 cerca de la calle principal de la ciudad cabecera de distrito, San Justo. Era desgastante pero yo tenía una ventaja, vivía sólo en una casa que una querida compañera de facu me alquilaba por poca plata, ya que su hermano y familia se habían ido a vivir a España debido a la crisis económica que no cesaba y la misma había quedado sola. Ella estaba al fondo sola y entre los dos nos cuidábamos en un barrio que a medida que avanzaba la miseria tenía a los vecinos de la villa de emergencia Santos Vega cada vez más movilizados. No voy a caer en discriminaciones inquisidoras ni mucho menos, me crié en esos lugares y hasta soy uno de ellos, pero eso no quitaba que el barrio en torno a esa zona, y también a la villa Las Antenas, estuviera preocupada. El que hacía circular los rumores de saqueo había logrado su cometido. Si hay algo que reconocer sobre la presidencia de Fernando De La Rúa, es que debe ser de las que menos blindaje mediático tuvo. De pasar a ser el hombre del año para la Revista Viva de Clarín, donde se contaba que el candidato de La Alianza era un tiempista y dominaba cinco idiomas, el ex senador y ex intendente de la ciudad de Buenos Aires pasó a ser mostrado como un hombre de pocas luces. Los acontecimientos se aceleraban y no voy a contar lo que todos ya saben a nivel de los acontecimientos de conocimiento público. Lo cierto es que la mañana del 19 de diciembre fui a la emisora de la facultad a trabajar como siempre y lo que más recuerdo era como todos mirábamos la placa roja de crónica que marcaba como un contador geiger en Chernobyl los casi 5 mil puntos del Riesgo País. Ese maldito índice que inventó JP Morgan Chase para decidir unilateralmente en qué países sus clientes deben invertir o salir corriendo.
Volví a casa y la verdad es que, más allá de la pobreza, mi heladera estaba vacía porque no había ido al chino de la vuelta por cansancio. Inventé algo para picar con lo que tenía e intentaba segur con una antena de aire lo que se decía en la tele mientras también escuchaba la radio en mi pieza. La cosa se iba poniendo cada vez peor. Alrededor de las 20 hs escucho por mi pequeño radio reloj (no tenía cable y mucho menos Internet) que había gente que salía a la calle a quemar gomas y plantarse en las esquinas diciendo que la cosa no daba para más. Me entero que De La Rúa acata el peor consejo que su circulo le podía haber dado, declarar el Estado de Sitio. A partir de ahí los hechos se desarrollaron como el agua embravecida que cae por la Garganta del Diablo en las Cataratas del Iguazú. Vi por la "caja boba" que empezaba el cacerolazo que se convertía en cadena en los canales de aire. Fui a golpear la puerta de mi vecina y amiga, quien ya estaba en deshabillé y como para irse a tirar. Le pregunté si sabía lo que está pasando y me dijo sin vueltas que no. Le hago prender el televisor y allí no hicieron falta más palabras. Todos convocaban al Congreso y Plaza de Mayo. Le dije a Marina "tenemos que ir". Ella tenía auto y yo, a esas alturas, ni posibilidades de llegar en colectivo. Me miró con cara de pocos amigos y me dijo que ni en pedo salía a la calle con ese quilombo, menos con su vehículo. Picoteamos algo y sin insistir me fui para la vivienda de adelante donde yo sabía que no iba a dormir en toda la noche. La cosa se iba poniendo más caliente y de repente me golpean la puerta del fondo. Era ella vestida de verano, hacía mucho calor en ese mes, y me dijo "bueno, dale, vamos!". No dudé, me cambié la ropa y salimos a lo Starsky y Hutch por avenida Emilio Castro rumbo al centro. Era cierto, cada dos o tres cuadras había autoconvocados en las esquinas con fogatas y cantando que era hora de que el gobierno se fuera. Nos fuimos acercando y la Ciudad de la Furia era una película distópica. Cruzamos en el móvil raudamente Callao y le dije "dejemos el auto acá y caminemos porque esto está complicado". Eso hicimos y a medida que por la avenida sin transito fuimos avanzando entre los que marchaban hacia Yrigoyen y Rivadavia para quedar frente a la explanada del Parlamento sobre Entre Ríos. Eran miles, unos solos, otro acompañados por sus familias, grupos de amigos, hombres, mujeres, chicos. El canto que rezonaba cada 10 minutos era "que boludo.. que boludo.. el Estado de Sitio, se lo meten en el culo". Hasta ahí todo parecía una manifestación más, como las que se daban desde el '83 con la vuelta de la Democracia, pero claro, a los lejos, mirando Avenida de Mayo hacia Casa Rosada, un humo blanco y unos borrosos cuerpos oscuros avanzaban como endemoniados. Muchos decían "es la Infantería que ya reprimió en la plaza y viene para acá. Algunos les daban bola y otros como nosotros, no tanto, pero... En unos 15 minutos algo me picaba en la garganta mientras buscaba a mi compañera a la que había perdido entre las masas. El picor pasó a ser ardor que mis jodidos bronquios empezaron a no soportar. Uno me dijo "son los gases lacrimógenos de la yuta, hay que salir de acá porque vienen a dar palos". Me empecé a  asustar porque no encontraba a Marina hasta que ella me vio a mi o yo a ella, no recuerdo bien, pero si que la tome del brazo y le dije "para donde está el auto yaaa". Preferimos no escapar por Callao porque era un despelote, trotamos por Solís, y de golpe unos vehículos civiles tiraban no se qué cosa, pero como conocedor del ruido de las balas en el Conurbano, entré en pánico. No eran gases, no balines de goma, eran de metal y pólvora. Absolutamente letales. Ya no tenía tanto miedo por mí sino por mi amiga que temblaba mientras veíamos que pequeños grupusculos de jóvenes se arrojaban dentro de los huecos de los negocios con vidrieras que no tenían rejas y estaban oscuros. Los gritos de "tiran a matar, tiran a matar".. todavía retumban en mi cabeza. Si era así o no, ya no importaba, la situación era horrorosa. Nos escondimos en varios umbrales y locales hasta que encontramos el tan deseado Volswagen de Marina, temía que por su cabeza pasara la idea de tirarme en el camino por el desastre en el que la había metido. Con el motor y el auto en marcha le pedí perdón y me dijo "ya fue, yo decidí venir, ahora tenemos que salir de acá". Ahí me di cuenta que en situaciones como esas las mujeres manejan mejor que Fangio. En cuestión de minutos estábamos volviendo a casa sanos y salvos, nada más que con el ardor en ojos y garganta que cesaba muy lento. Llegamos, tomamos algo, charlamos y ella se fue a dormir a su casa. Yo tenía tanto calor que me quité la remera, me dejé el jeans y me tiré con el torso desnudo en el piso. No daba más. Me desmayé. Serían las 4 de la mañana y las siguientes 7 horas transcurrieron para mi en total oscuridad. Me dormí con el televisor prendido. De pronto el ladrido de mi perra Rita, el zumbar ensordecedor de un helicóptero y gritos desde la calle me despertaron, también sonó el teléfono con la voz del coordinador de la radio donde trabajaba para decirme que no vaya porque la universidad (donde como ya les expliqué funcionaba, y sigue transmitiendo la señal)  iba a estar cerrada y vallada. Salí al patio interno, subí los escalones que me llevaban a la terraza que abarcaba toda la casa, y a metros, encima mío, la nave de la policía flotaba con tipos asomados a sus puertas aéreas que contrastaban con el cielo celeste en un día caluroso y muy soleado. No entendía si filmaban o apuntaban con armas a cientos de personas de todas las edades que corrían por la calle lateral a la de mi domicilio llevando alimentos en cajas, bolsas y otros en chanquitos. Hombres y mujeres con niños en brazos escapaban de nadie que los persiguiera en tierra (porque no había uniformados más que en el bicho que agitaba sus hélices ruidosas sobre nuestras cabezas) desde el supermercado chino que estaba a una cuadra y había sido saqueado por completo. Creí estar en una película de guerra, vi cosas tiradas por toda la calle. Eran algunas de las mercaderías que se caían ante la desesperación de la fuga. Bajé y en la TV mostraban la Plaza de Mayo con gente que intentaba llegar a Balcarce 50 en medio de una batalla campal contra los infantes federales que daban palos desde sus caballos, hasta a las Madres de Plaza de Mayo. El vació en el estómago y el ruido a nervios que oía desde mis tripas me recordaron que no comía hacía muchas horas. Abrí la heladera y no había nada más que un limón sin exprimir, como cantaba Charly, y volví al piso a observar el pueblo yendo a pedir la renuncia de la administración de De La Rúa. En mi radio Samuel Gelblung pedía a los gritos que el Ejército salga a la calle y todo eran flashes con mis colegas en el lugar de los hechos. Mi vecina volvió y me preguntó cómo estaba, si había comido. Le conté que me explotaba la cabeza y me invitó a ingerir unos alimentos que me había guardado a sabiendas de mis olvidos a la hora de tener que comer. Fuimos a su comedor, le pregunte si había visto lo de la calle y el helicóptero y me contó que se encerró porque sabía que estaba todo mal afuera. Le dije que era lo mejor que podría haber hecho. Volví  a mi casa adelante y pensé en ir a comprar algo igual. Tomé plata del cajón de mi mesa de luz y en ese instante me di cuenta que esos papeles, en ese momento, no tenían el más mínimo valor.. ¿dónde iba a comprar?. La anarquía momentánea me hizo sentir que el Estado era tan frágil como eso que llaman realidad. De todos modos salí a las calles del barrio y miraba como todavía, ya con total calma, los vecinos seguían llevando lo que quedaba en los comercios orientales más cercanos. No me quedó otra que sonreír cuando una persona en cuero y un vaquero convertido en short arrastraba un carro de supermercado con diferentes bolsas de alimentos. Desde un balcón, uno que lo conocía le gritó "cheee!!.. y de tomar no agarraste nada?"... él lo miró esquivando el sol insoportable del verano y le contestó "Naaaa.. estaba todo natural!!"... Cuando volví sin nada de nada la pantalla mostraba el helicóptero presidencial levantando vuelo desde la terraza de Casa de Gobierno.. la voz de fondo decía a los gritos "se va el presidente, se va el presidente". Ya sin ese cargo, hoy se fue de este plano el mismo personaje que fue protagonista del desastre que dejó más de 30 argentinos muertos y un vacío imposible de llenar..

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