En bares y sobre bares porque, se sabe, es un tema que Martín Kohan maneja. “Es imposible que pase un día sin ir a un bar. Tengo que estar enfermo para no venir. Y mucho, de no poder levantarme de la cama. Hay un tipo de bienestar que tengo en un bar que no encuentro en otro lado”, dice.
-¿Por dónde pasa?
-Hay una ecuación entre el gusto que tengo por estar solo y la angustia que me produce estar solo, de por sí son contradictorias, y el bar es la puesta en escena perfecta, sobre todo cuando sos habitué. Se da un efecto de compañía tácita en el sentido de que te conocés, hay un ámbito de familiaridad.
-En esta sección se equiparó con la sensación que te daba que tu mamá te prepare el desayuno.
-Es y a la vez no, porque si lo que pesara fuera estrictamente eso te quedás con ella. Tienen un principio de reserva que los padres, sobre todo las madres judías, no tienen. Por un lado ese entorno de reconocimiento y familiaridad y, al mismo tiempo, de prescindencia y discreción extrema. A La Orquídea (Corrientes y A. de Figueroa) vengo desde hace 12 años, los mozos son los mismos de siempre, pero nunca nos ponemos a conversar.
-Para tu trabajo te da equilibrio entre concentración y abstracción...
-Pero no solo tiene que ver con la escritura. Ahora me encuentro con una amiga y voy a otro bar. ¿O vamos a ir a encerrarnos a una casa? Al mismo tiempo no me alcanza con uno, porque me aburro y tengo que cambiar. Es una especie de itinerancia durante el día, por eso pido cortado, para evitar la úlcera.
Busca separarse de la imagen bohemia del escritor (sepa el lector que, además, escribe a mano: pluma para la ficción, bolígrafo para el resto). “Todo parece remitir a una imagen entre bohemia, romántica o boluda. Escribo a mano porque me gusta, me encanta y, ¿por qué voy a escribir apretando botones cuando puedo hacerlo dibujando en un papel? Después lo paso y a veces me lleva más tiempo que escribir la novela”, cuenta.
Si toca resignar la cancha, el fútbol también se ve en el bar. “Me da un poco de vergüenza decir esto, pero después de un par de derrotas de Boca en La Orquídea ya no veo los partidos acá. Me gusta ver fútbol en los bares, incluso cuando puede haber rivales, pero como Boca tiende a ser mayoritario igual que el peronismo, gritar el gol que otros gritan es más lindo que escucharte solo en tu casa”, avanza.
-¿Siempre por este barrio?
-Vivía a pocas cuadras y empecé a venir a este bar. Me mudé hace unos 7 u 8 años, y vuelvo.
-¿O sea que viajás para ir al bar?
-Sí. Desde la escuela primaria que no desayuno en casa. Es cierto que ahora mi lugar de barrio cambió: desayuno en Mill (Scalabrini Ortiz y Castillo) porque si no mi día arranca muy tarde. Pero después vengo para acá o a Montecarlo (Paraguay y Ravignani).
-Pero es un ritual que mantenés desde que eras chico.
-Empezó como una necesidad de los años de estudiante, que en realidad nunca terminan. Es muy difícil estudiar cuando uno vive con los padres. Volviendo a la cuestión invasiva... te hablan. Más toda la distracción propia. El primer bar que incorporé como lugar para irme, para estar, para eso de “me voy al bar”, fue el Savoy, en Cabildo y Ugarte, vivíamos por ahí. Ahora paso cada vez que voy al Arteplex.
Antes de entrar a dar clase en Puán hace una parada en Sócrates. “Pero es distinto. Si viviera en Caballito no sería mi bar”, apunta. Menciona a Oasis (ahora El Nacional, cerca del Nacional Buenos Aires), El Banderín y la avenida Corrientes. “Me gustaría haber llegado a ser habitué de El Destino (Humahuaca y Gallo), la discordancia total entre el nombre y el lugar. Estuve tres o cuatro veces pero no pertenezco”, sigue.
-¿Son los bares de acá o te pasa en otras ciudades?
-Ese es un punto crítico porque no en todos lados hay bares tan propicios. Termino consolándome con variaciones y en parte me obligo a imaginarlos como ideales, pero al mismo tiempo no esperan que te instales durante cuatro horas y surge el desconcierto. Donde encuentro un bar razonable tiendo mentalmente a llamarle La Orquídea o Montecarlo. Pero a veces la paso muy mal.
-¿En qué lugares o qué bares?
-En Brasil, por ejemplo, en general hay otra relación entre interioridad y exterioridad: son abiertos, con sillas de plástico, más bien patios de cerveza. En el hábito porteño esa ecuación es perfecta. Como espacio puramente interior, estás en la calle; como protección a la exterioridad, estás adentro.
-Acá jamás te sentás afuera...
-No, porque es la vereda. Me gustan los bares, no las veredas.
Fuente: Diario Clarín
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