Nací en Filadelfia a finales de la Segunda Guerra Mundial, en una familia judía de clase media. Mis recuerdos más nítidos son las populosas cenas, repletas de humor desenfrenado y cantidades impensadas de comidas grasosas que podían obstruir las arterias de una manada de hienas. Durante años, pensé que el pollo era un vegetal y que la ruta normal de la sopa era entrar por la boca y salir por la nariz.
En los 60 me mudé a San Francisco y participé en los movimientos “beat” y “hippie”. Como poeta –pésimo–, tuve el privilegio de pasar el tiempo con figuras icónicas de la generación beat, como Allen Ginsberg y Gregory Corso. Era una época de cambios radicales, que rechazaba los valores materialistas y belicistas. Protestamos contra la guerra de Vietnam. En esos años tuve la oportunidad de forjar una amistad duradera con Noam Chomsky, todo un caballero, un gran humanista y un intelectual prominente de nuestro tiempo. Marchábamos y cometíamos actos de desobediencia civil en defensa de los derechos humanos, de los grupos minoritarios, los homosexuales, los pueblos indígenas y las mujeres. Experimentábamos con nuevas formas de arte y de pensamiento.
En los 70 trabajé en centros de rehabilitación para drogadictos. Hasta ese momento, la adicción se consideraba un problema de guetos y poco se había hecho para resolverlo. Una subclase compuesta por negros y latinos parecía fácil de controlar. Pero cuando el problema afectó también a la clase media blanca se levantó cierto clamor público, los medios de comunicación comenzaron a tomar el tema en serio y proliferaron los lugares de atención.
En 1994 me trasladé a México DF y trabajé en México City Times. Era un periódico con escaso personal, donde escribía, editaba, diseñaba páginas y hacía café. Escribía una columna satírica sobre política.
El país de Moctezuma era una tierra fértil para la crítica y el material para mis columnas brotaba como la mala hierba. El Partido Revolucionario Institucional (PRI) disfrutaba de 65 años de gobierno sin oposición. Se decía que México era una democracia que cambiaba su dictador cada seis años. El PRI era un movimiento político enigmático hecho de humo y espejos, donde el estilo triunfaba sobre la sustancia, como en un juego de manos: aquí lo ves y ahora se ha esfumado.
En México conocí a Ana, mi pareja argentina. Ella trabajaba para el diario Reforma, escribiendo críticas teatrales. Ibamos al teatro. Me quedé inmediatamente embelesado con esa antigua experiencia comunitaria, sostenida en el intercambio mágico entre el público y los actores. Y empecé a escribir obras de teatro.
En el 98 vinimos a vivir a Buenos Aires. Me encanta mi país adoptivo por el sentido del tiempo elástico, por la pasión, la creatividad, el ingenio y la curiosidad intelectual. Además, los lazos familiares son fuertes y la amistad es algo muy valorado. Entre otras cosas a destacar, la arquitectura es magnífica y existe un ambiente teatral sólo igualable a Nueva York y Londres. ¡Y la carne! Como carnívoro fiel, siento que he muerto e ido al cielo.
Los bares bohemios de la ciudad merecen todo un capítulo aparte. Después de vivir unos 14 años en San Telmo, hace dos que nos mudamos cerca de Callao y Corrientes. Voy a tomar café, a leer y a escribir a La Academia, donde me atiende la sociable moza Ana María y Juan Carlos, desde el mostrador, está siempre listo con una sonrisa. Me encantan la decoración sin pretensiones, la variedad de personajes y las mesas de billar.
Aunque es común en las grandes ciudades, la mala educación es difícil de soportar. Pero creo que es el precio de vivir en lugares tan estimulantes. Me acuerdo de una broma sobre un turista en Nueva York, que después de varias veces de pedir ayuda y de recibir respuestas groseras, se acerca a un hombre y le solicita unas direcciones: “¿Me puede decir cómo llegar Central Park o yo debería simplemente irme a la mierda?” Esta ciudad también me brindó la oportunidad de presentar mis obras de teatro al público. La actual, que se titula “Sueños americanos y un elefante”, es una comedia satírica que incorpora mi fascinación por el humor y la crítica social. Esta es su segunda temporada, en el teatro La Mueca, de Palermo. Estoy muy orgulloso del trabajo de todos para hacerla.
Fuente: Clarín
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