Es profesor universitario, pero su oficio no importa. Es hincha de San Lorenzo, pero el papelón de Marruecos es un de- eso-no-se-habla. Es esposo y padre de dos niñas, pero todo aquello es lo que lo iguala. Acá lo necesario es el personaje urbaniartístico, segunda, tercera existencia de este noble ser humano, cuya personalidad no es lo que aflora sino lo que uno conoce. El Negro Rosminati tiene alias y apellido de cuento de fútbol, pero es el último macedoniano (de Fernández, no de la ensalada). Es alguien que pide evitar el uso de “esas certezas innecesarias llamadas comillas” y que entiende que el arte es de los burgueses. “Burgués: persona sin imaginación”. Rosminati y diez más.
El Negro es un teorizador retraído que después de un rato de whiscolas nos advierte: Mucho cuidado con el findeañero. Habla de ese especimen crepuscular que aparece para esta época del año con la firme intención de guiar tu felicidad (...) Tené en cuenta una cosa: las relaciones públicas son una carrera universitaria. Hay que hacer un esfuerzo enorme para relacionarse. En el fondo somos tenistas de alma, y si no lo somos de cuerpo es por falta de constancia. No estamos hechos para coexistir. Eso es un esfuerzo para las oficinas de Recursos Humanos”.
Y el Negro es el último macedoniano; es decir, una persona capaz de perder el hilo sin componer intencionadamente una digresión. Cree que si hubiera bares con humo podría practicarse un extravío realmente genuino. Hoy en día, hermano, hasta se toman clases de improvisación. ¡La improvisación se estudia! Estamos mal.
En un mundo que exige hasta presencia de ánimo resulta complicado describir a un hombre preocupado por escapar de la apariencia. El Negro Rosminati: podría patear el penal más largo del mundo o protagonizar una película de Taratuto, sin embargo es un fugitivo con vida curricular y evidente goce por la imperfección. Su misión en el mundo, hoy en día, consiste en resistirse abiertamente al saludo findeañero y a los buenos augurios de cualquier orden y naturaleza.
Arriesga que el que organiza la cena de trabajo de Fin de Año fue boy scout en otra vida. Y dice más: cuidado con los amos del deber ser y los practicantes de epílogos. Esos son nostálgicos de manual y, algo peor, son optimistas. “A un optimista se lo reconoce porque, por lo general, escucha a Bon Jovi”. Uy, se nos escaparon las comillas, Negro.
Detrás de su humo de timidez y de fumador, pero sobre todo de timidez, El Negro sostiene que el findeñero es un propagador de angustias nunca estudiado por las universidades yanquis. Estos capituladores seriales, dice, son los mayores responsables de que uno entienda el paso del tiempo.
¿Para qué corona roban estos puntuales?, se pregunta y se responde: no sé, pero sin ellos sería más fácil vivir y menos traumático envejecer. Son patoteros de almanaque, una clase de tradicionalista que parece inofensivo, pero no no no, tres veces no, como en la canción de Miranda! Te lo digo yo, hermano, que siento el profundo desahogo de faltar a todo lo que asistí por haber sido educado de forma sociable (...) Si he llegado a tenerle un miedo indescriptible a la soledad, de la cual, sin embargo, no pude escapar ni en compañía de Marcelo Tinelli. Esa calidad de concurrente me hizo tan mal, Firpo, que ahora me desahogo siendo un faltante de elite. La falta y la Fe empiezan con “f” y se parecen demasiado, ¿lo notaste?
Esto que viene ahora es buenísimo: si la Navidad promoviera el recogimiento y prohibiera La Noche de los Shoppings existirían muchísimos findeañeros menos. En el fondo, dice, son sólo víctimas de un error de interpretación sobre la vida de Jesús: creen que la austeridad de su delgadez crucificada debería traducirse en la confección de talles extra small. Pobrecitos.
Te lo digo de todo corazón porque me caes bien: hay que cuidarse del finalizador de ciclos. Esa es una clase urgencia y las urgencias siempre piden sumisión o acatamiento. Lo que por alguna razón no puede esperar es lo que te pasa por arriba. La urgencia no pregunta, no quiere saber. Sospechemos de las urgencias a menos que se hable de ambulancias (...) Ojo al piojo: el findeañero sabe lo que es un buen vitel thoné. Es gente de dogmas sinceros, pero confesables deliveris (...) Si llegas a cruzarte con alguien que brinde por “la paz en el mundo” o pronuncie la palabra “prosperidad”, no lo dudes: mandale la Afip. Otro dato: el findeañero es el mismo que puede bailar el carnaval carioca sin saber que su vida es una verdadera ruina.
Fuente: Hernán Firpo para Clarín
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