En 1977, José Luis Lee llegó a Buenos Aires con su familia. Tenía 13 años y venía con su padre, madre y hermanos. En Corea del Sur, el señor Lee había trabajado durante veinte años en una empresa perteneciente a una base militar norteamericana.
“Experimentó la colonización japonesa, la guerra de Corea y perdió a sus tres hermanos. Para sobrevivir buscó medios para subsistir y se fue como civil a Vietnam cuando Estados Unidos atacó –cuenta José Luis sobre su padre–. Después, con el país dividido, la posibilidad de guerra era inminente y él no quería eso para nosotros.”
La familia viajó a la Argentina, donde desde hacía un par de años sus compatriotas buscaban suerte en Buenos Aires, como antes lo habían hecho en Lamarque, Río Negro. Al bajar del avión, el señor Lee se agarró la cabeza: “¡Otra vez la guerra!”, dijo. En el aeropuerto había militares por todas partes. Era plena dictadura.
Casi 40 años después, José Luis es vicepresidente de la Asociación Coreana en la Argentina y recuerda a su padre mientras maneja por la avenida Carabobo. A un lado y al otro, se despliega lo que se conoce como el Barrio Coreano (Baek-ku). Se ven restaurantes, una iglesia presbiteriana, un templo budista, supermercados y un local en el que se baila y comparte K Pop (pop coreano).
En 2015 se cumplen 50 años de la primera inmigración coreana al país. La comunidad planea hacer una gran celebración en septiembre. Además de un festejo, sería un modo de profundizar la apertura del barrio hacia el resto de los porteños; para reforzar un puente que invite a recorrerlo y a disfrutar de esa cultura de bajo perfil y fuertes raíces.
La idea de la Asociación Coreana es apostar por el barrio. Para que se queden quienes viven ahí y que lo frecuenten los que vienen de otras partes.
El Baek-ku se extiende sobre avenida Carabobo, desde Eva Perón hasta Castañares. En las calles aledañas están las casas, pero sobre esas avenidas se desarrolla la vida comercial más activa y accesible para los porteños. Todo está ahí, a la vista, pero con una sutileza que exige la búsqueda.
Esta zona del Bajo Flores es una de las regiones históricas de asentamiento de la comunidad en la ciudad, pero muchos han empezado a mudarse a calles cercanas a la avenida Avellaneda, donde hay una fuerte actividad textil, ocupación que desarrolla un importante porcentaje de coreanos. “Ninguno hacía eso allá, en Corea –explica José Luis–. Cuando vieron que a uno le fue bien, lo fueron imitando.”
Él se corrió de las tradiciones. No sólo se casó con una rusa, cuando la tendencia es contraer matrimonio con gente de la comunidad, sino que se recibió de odontólogo: “Soy el fruto de la educación pública. Cuando mandaba cartas a Corea y contaba que había estudiado sin pagar, me preguntaban si existía un país así”.
Los que siguen en el barrio mantienen una rutina que circula entre los trabajos, las ceremonias religiosas, las salidas a los restaurantes y las compras en los mercados. Un universo bastante clásico que en los últimos años se sacudió con una movida que poco a poco crece y que se asienta en dos pilares: la cocina y la música.
“La alimentación coreana está ligada a la salud”, cuenta Alexandra, o Hye Hyun Son, su nombre coreano. Ella se crió en la Argentina, pero volvió a vivir a Corea y ahora está en Buenos Aires por sus cursos en Estudios Latinoamericanos. Sus padres son dueños de Midam, un restaurante de comida tradicional que invita a la integración. Tiene una ambientación delicada con muñecos de cultura oriental y occidental y varios libros de la biblioteca personal de Alexandra. Su madre prefiere no hablar, pero convida una infusión de membrillos con miel y dátiles que preparó recién. Más tarde, también ofrecerá kimchi, la estrella de la comida coreana por excelencia.
“Cada casa tiene su kimchi, es bien picante”, advierte Miguel Jung, otro miembro de la Asociación Coreana en la Argentina. Esta comida que despierta fanatismos es un tipo de col fermentado, ácido y picante, que se sirve como acompañamiento. La cocina coreana es toda una aventura y los que están ávidos por nuevos sabores de a poco se acercan y quedan prendados.
La apuesta desde la Asociación Coreana es animar a los compatriotas a que abran sus puertas por fuera de la comunidad. La tarea no es fácil. Por lo general, los restaurantes son más bien comedores apáticos donde la idea prioritaria es alimentarse y lograr intimidad con el grupo que acompaña. “Resabios de los años de pobreza”, explica José Luis, que agrega: “Aquí se les dio prioridad a otros aspectos y no a la explotación turística. El año pasado empezó un proyecto, junto con la comuna, para que el barrio comience a ser un lugar de itinerario para los turistas. De a poco intentamos darle más estética y armar algunos eventos culturales para que la gente identifique”.
Para quien quiera incursionar en la comida coreana, lo ideal es probar con los locales que están sobre Carabobo, ya que son los más habituados a recibir gente que no pertenece a la colectividad. También conviene llegar temprano, ya que la actividad es hasta las diez de la noche. En Midam, por ejemplo, hay fotos en el menú para orientar y ofrecen una degustación de pequeños platos que acompañan al principal. La bebida fuerte es el soju, un destilado a base de arroz, equivalente al saque japonés.
Si el Barrio Chino de Belgrano tiene sus mercados con productos exóticos, los de esta zona de Flores no se quedan atrás: decenas de variedades de tés, jugos de uva enlatados, chicles con sabor floral, comidas disecadas como camarones, y hasta máscaras de baba de caracol para la cara. Sólo hay que buscar y preguntarles a los empleados, que por lo general funcionan como traductores. También están las pastelerías, que venden un poco de todo, desde dulces hasta bolsas con 20 kilos de arroz, que es el promedio de consumo de una familia coreana tipo por mes.
La comida trasciende fronteras culturales y la música también. Corea del Sur se ha convertido en una potencia de exportación de tecnología, cine y K-Pop, esa variante del pop que propone canciones pegadizas, coreografías, y que tuvo a sus primeros seguidores en el mundo del animé.
En la Argentina hay más de veinte mil fanáticos activos que bailan, estudian su cultura y casi militan el estilo. Buenos Aires fue sede del campeonato latinoamericano de K-Pop hace unas semanas y todos los meses el barrio coreano recibe cerca de 500 chicos y chicas que llegan para bailar y compartir su pasión.
En invierno se juntan en el salón de Arirang Eventos, donde el resto del tiempo hay casamientos o cumpleaños, pero cuando recibe a los seguidores de K-Pop es el lugar en el que muchos porteños bailan frente a una pantalla gigante, se sacan fotos, comen delicias coreanas y aprovechan para compartir sus conocimientos del idioma.
De a poco, las puertas se abren y los cruces ocurren. El año pasado, sobre la avenida Avellaneda, se festejó el Día de Corea y fue un éxito. Para septiembre esperan duplicar la apuesta en el Parque Chacabuco al celebrar el 50º aniversario de la llegada de esta cultura milenaria al país. Entre comida, música y otros festejos, cuenta José Luis que habrá una suelta de barriletes coreanos, los “pangp’aeyon”, que son rectangulares y miden unos dos metros. Dice que nunca pudo verlos allá, en Corea. No será el único, entonces, que los vea por primera vez.
DÓNDE COMER
• Midam, Carabobo 1559. Tel. 4633-0589
• Una Canción Coreana, Carabobo 1549. Tel. 4631-8852
• Dae Won, Balbastro 2055. Tel. 4633-4480.
Fuente: Diario Z
No hay comentarios:
Publicar un comentario