miércoles, 18 de junio de 2014

El Mundial es ficción

Decía el poeta inglés Coleridge que frente a la ficción se produce una suspensión voluntaria de la incredulidad. Esperamos que algo grande nos ocurra aunque otros vayan a hacerlo. ¿Tiene sentido gritar un gol? ¿Ganamos y perdemos? ¿O ganamos los cuarenta y un millones de argentinos y pierden los once que están en Río? El sociólogo Pablo Alabarces reflexiona en este texto mundialista y anfibio. 

1. El chico de la estación de servicio que acaba de putear a Messi, la señora que plancha mientras su marido ve el partido, el abuelo que no oye ni ve bien, los taxistas que no están manejando sino concentrados en el televisor, van a gritar al mismo tiempo. Dirán “gol” a los tres minutos y, luego, otra vez, a los veinte del segundo. Gritarán: “¡Vamos!”, “¡Ahora sí!”, “¡Vamos que podemos!”. Y cada vez lo harán en primera persona del plural. Igual que el Pollo Vignolo, el relator oficial, a quien el “nosotros” no se le cae de la boca: “vamos, no nos hagan sufrir”. Parece que algo nos está pasando. Parece que jugamos, que sufrimos, que gozamos. Que esperamos que algo grande nos ocurra, aunque ellos vayan a hacerlo.

2. Frente a la ficción, se produce una “suspensión voluntaria de la incredulidad” (willing suspension of disbelief). (La idea no es mía, sino del poeta inglés Coleridge). Esto es lo que permite, decía Borges, que creamos que ese señor llamado Hamlet realmente perdió a su padre a manos de su tío, y que por eso puede volverse loco y hacer la cantidad de macanas que hace en escena. A veces falla: por eso algunos gauchos saltaban a la arena del circo a defender a Juan Moreira, cuando los Podestá representaban su obra en los circos criollos. Pero generalmente funciona. Por eso, por ejemplo, lloramos en el cine: porque creemos que el padre protagonista de El gran pez no es Albert Finney sino Edward Bloom y que se está muriendo, de veras. Es tan simple como eso. Por eso, también, lloramos hace veinte años cuando Maradona fue expulsado del Mundial de 1994. Porque creíamos demasiadas cosas –posiblemente, nuestra incredulidad estaba suspendida por demás, exageradamente: creíamos que Maradona representaba un ideal democrático, que era la supervivencia del peronismo plebeyo e insurrecto e irreverente, y que era castigado por eso, y que la sanción y la derrota implicaban el fin de ese relato. Lo que demuestra, de paso, la eficacia de algunas ficciones. El Mundial es eso: todas las ficciones, todas juntas.

Fuente: Revista Anfibia

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