martes, 10 de junio de 2014

reconocimiento facial: la cara oscura de una tecnología

Joseph J. Atick se movía por el pabellón del International Trade Center de Washington como si fuera el dueño del lugar. En un sentido, lo era. Era uno de los organizadores del evento, una exposición de la industria de la seguridad biométrica. Y, además, una cantidad de los dispositivos que se exhibían, como un puesto de control de un aeropuerto por reconocimiento facial, le deben su existencia a su trabajo. El doctor Atick, físico, es uno de los empresarios pioneros del sector. Primero contribuyó al desarrollo de la tecnología básica de cotejo de rostros en los 90, y luego entró a los negocios e hizo avanzar los sistemas usados por organismos estatales para la identificación de delincuentes o para impedir fraudes de identidad. “Hemos salvado vidas”, dijo durante la conferencia a mediados de marzo. Gracias en parte a su impulso, el negocio mundial de la seguridad biométrica —usar las singularidades fisicas de la gente, como sus huellas digitales y rasgos faciales– hoy florece. En el 2012 generó US$7.200 millones, estiman informes de Frost & Sullivan. En sus rondas por la exposición, el doctor Atick saludaba cálidamente a los representantes de la industria en sus stands. Cuando ya no lo oían, sin embargo, se preocupaba en voz alta por lo que estaba viendo. ¿Cuáles eran las políticas de esas empresas para retener y reutilizar los datos faciales de los consumidores? ¿Podían identificar a individuos sin su consentimiento explícito? ¿Respondían también a pedidos de organismos estatales? Hoy consultor, Atick se encuentra en una posición delicada. Al mismo tiempo que gana dinero con una industria que ayudó a impulsar, se siente obligado a alertar sobre su proliferación. No le preocupa tanto que organismos del Estado utilicen el reconocimiento facial abiertamente para fines específicos –por ejemplo, los departamentos de automotores que escanean las caras de los conductores para evitar duplicaciones de licencias y fraudes–. Lo que sí le inquieta es la explotación potencial para identificar a ciudadanos comunes, sin que lo sepan, en sus vidas en público. En Internet, a todos nos rastrean. Pero para el doctor Atick, la calle sigue siendo un refugio, y le preocupa haber, quizás, fomentado una tecnología que podría trastocar el orden social. A muchos en la industria biométrica, la advertencia de Atick les parecería sorprendente. El reconocimiento facial, para ellos, no difiere de un auto: una tecnología neutral cuyas ventajas superan en mucho a los riesgos. Vislumbran un mundo donde, en vez de depender de documentos de identidad que se pueden perder o de pasaportes fáciles de dejar olvidados –o de hackear–, uno podría desbloquear su smartphone o acceder a bancos, edificios, estacionamientos y gimnasios con solo mostrar la cara. Atick también ve beneficios en estos usos. Pero pone un ejemplo contrario, a modo de advertencia. Hace apenas unos meses conoció NameTag, una aplicación que, según su comunicado de prensa, estaba disponible en un formato anterior para quienes probaban Google Glass. Los usuarios solo tenían que mirar a un extraño y NameTag les proporcionaba, al instante, el nombre, ocupación e información pública del perfil en Facebook de ese extraño. “Básicamente estamos permitiendo que nuestros conciudadanos nos vigilen”, me dijo el doctor Atick. (Su posición fue compartida por Al Franken, senador demócrata y presidente del subcomité senatorial sobre privacidad, tecnología y la ley. Preocupado por que NameTag facilite el acecho, Franken pidió que se postergara su presentación en público; a fines de abril, el desarrollador de la aplicación dijo que acataría esta solicitud.) Atick está igualmente preocupado por lo que se estaría gestando silenciosamente en empresas más grandes. En los últimos años, varios gigantes de la tecnología adquirieron startups de reconocimiento facia l. En 2011, Google compró Pittsburgh Pattern Recognition, una empresa de visión por computadora desarrollada por investigadores de Carnegie Mellon University. En 2012, Facebook adquirió la israelí Face.com. Google y Facebook no quisieron hacer comentarios para este artículo sobre sus proyectos relacionados con esta tecnología. Atick señala que la tecnología que él ayudó a desarrollar requiere de salvaguardas especiales. A diferencia de la identificación mediante huellas digitales u otras técnicas biométricas, el reconocimiento facial puede utilizarse a la distancia, sin que la persona se dé cuenta; podría, entonces, relacionar la cara e identidad de la persona con la de las fotos que ha subido a la Red. En EE.UU., una división del Departamento de Comercio organizará una reunión con representantes del sector y defensores del consumidor el martes para comenzar a elaborar un código de conducta voluntario para el uso comercial de la tecnología.

Fuente: iEco de Clarín

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