martes, 7 de abril de 2015

Galpón Piedrabuenarte: la Revolución empezó en un predio abandonado

En el barrio Piedrabuena, lleno de historias y leyendas, hace ocho años tres jóvenes comenzaron a montar un sueño dentro de un galpón abandonado por el Teatro Colón. La semilla germinó y del predio abandonado y marginal creció un espacio que, sin apoyos institucionales y a fuerza de prepotencia de trabajo, está modificando la cara y la identidad de todo lo que lo rodea. El diseño urbano no es inocente, ni siquiera cuando parece accidente. El barrio Comandante Piedrabuena está lleno de mitos y leyendas que se remontan al momento de su construcción a fines de la década de 1970. Por empezar, el plano de una sección laberíntica y futurista impracticable para la vida cotidiana y real, que es la misma estructura que pese a su fama de barrio recio ha atraído innumerables productoras para filmar comerciales y aledaños. Quizás porque la primera parte del barrio se desarrolló durante la autoproclamada Revolución Libertadora en forma de chalets – las torres actuales lo fueron durante la última dictadura militar – es que figura como “zona residencial” y por eso los vecinos se pasaron tres décadas pagando impuestos que no les correspondían. Es el mismo espacio donde el Teatro Colón utilizó como depósito durante casi treinta años cinco galpones que habían sido obradores. En uno de ellos, almacenó sueños en forma de escenografía sin utilizar. Por esas cosas de la vida, en medio del predio cubierto por el abandono donde los pibes iban a drogarse, entrado el siglo XXI un incendio se comió cuatro de los galpones. El único sobreviviente – ¿tenía que ser?, ¿cosa e mandinga? -, el de los sueños. “Se transforma un terreno baldío en una ciudad artística que detona una revolución dentro del barrio”, dice Luciano Garramuño y Juan “Pepi” Garachico suma que “se convierte en una base operativa de intervenciones en el barrio”. Ambos son el motor, cuerpo y alma del Galpón Piedrabuenarte, un proyecto que lleva ocho años y está transformando el barrio Piedrabuena. Es un viernes de abril al mediodía – un abril donde se sale emponchado por la mañana y para la tarde se anda en remera y con el abrigo a cuestas -, a la salida de Rompiendo los Esquemas, el programa de radio que Garramuño y Pepi tienen en FM La Boca. La entrevista transcurre en Plaza Miserere (más conocida como Plaza Once), donde reposa el mausoleo de Bernardino Rivadavia rodeado de Cromagnón – con sus murales y la memoria de su incendio fatal – y la celebérrima Estación Once del Ferrocarril Sarmiento – con el recuerdo de haber protagonizado su propia tragedia -. Sobre la plaza, artistas callejeros conviven con evangelistas pregonando en voz alta. Días atrás, había también un par de chicos que no debían superar los 12 años dándole al pegamento – la bolsita de polietileno teñida de un amarillo mostaza agarrada fija en una mano – y apurando transeúntes; el día de la entrevista no están más. Al costado, colectivos van y vienen igual que los panchos de los kioscos ubicados ahí nomás frente a las paradas. También está la línea H, que el día que esté terminada conectará por primera vez en la historia de Buenos Aires los extremos sur (Pompeya) y norte (Recoleta y Retiro) de la ciudad. Para la época del incendio, el artista suizo residente en Buenos Aires Gian Paolo Minelli estaba realizando un documental (eventualmente multipremiado) sobre Garramuño. Hete aquí que este había conseguido un acuerdo con el cuidador del predio para utilizar la escenografía del galpón en recitales, con la condición de que devolviera el material intacto. Tras el incendio, el Colón decidió retirarse para siempre de Piedrabuena y el elefante vacío dejaba al documental sin final. En lo que sería la coda de la película, se puede ver a Garramuño, Pepi y Roy Falco – amigos, emprendedores, limados soñadores – tirando la idea de un centro cultural. Quizás tenía que ser, o será cosa e mandinga, o será la voluntad nomás; desde 2006 el galpón se transformó en Galón y Piedrabuena en Piedrabuenarte. Hace ocho años, tres jóvenes de Piedrabuena se mandaron la patriada de transformar un galpón abandonado en usina cultural de un barrio con fama de pesado. Hoy, son principalmente Garramuño y Garachico los que dedican su vida – sin exageración – a Piedrabuenarte. Pepi pinta murales de siete pisos e involucra permanentemente a los vecinos. Garramuño lleva adelante un registro pormenorizado de todo lo que se hace. Su mirada recorre cada rincón del barrio con La mirada del vecino, una serie fotográfica interminable que transita todo Piedrabuena y sube como parte de la andanada de posts diarios en la página de Facebook del centro cultural – “es la revista del barrio”, dice -. O, también, con Piedrabuenarte TV, el canal de YouTube que armaron ya hace lejos y hace tiempo, o en Rompiendo los Esquemas. Con los murales, Piedrabuena se ha convertido en un museo público – Garramuño describe el efecto como “cambiarle la piel a una persona” -. Lo que se inició como una intervención de prepo, ahora multiplica obras clásicas como el Guernica conviven con una panorámica del barrio que ocupa toda la pared exterior de uno de los puentes que conecta calles y torres – “tenés tu barrio pintado en tu barrio, como un culto al barrio”, define Pepi -, o “paisajes, que rompen con el paredón gris”. Pepi marca un antes y un después de Piedrabuenarte, “antes era un barrio peligroso que no quería ir nadie y ahora es un barrio que vienen artistas de todo el mundo a visitar” y Luciano agrega que “una de las frases que se repiten, hay gente que te dice ‘ahora puedo invitar a mis amigos del trabajo’ o ‘ahora puedo traer a mi novia’”. Psicólogos, escultores, pintores, fotógrafos, investigadores, extranjeros, vecinos; todos han participado del Galpón, lo han estudiado o han intercambiado material (caso Londres y Toronto) en esta casi década. Hace un par de años que el Galpón está sin actividades por refacciones para ponerlo a punto y estar en regla, pero eso no ha detenido su accionar. Por caso, el funambulista de prestigio internacional Sebastián Petriw tapizó los medios de comunicación con la imagen de su caminata aérea entre dos torres. O que el predio ha sido limpiado y transformado en un gran living verde habitado por esculturas, juegos y una huerta. O también están las cinco escuelas públicas que se están construyendo en una sección del terreno – y que van a rodear al Galpón -, fruto del derrotero de idas y vueltas de un proyecto originalmente presentado en 2010. La peculiaridad, es que todo esto Garramuño y Garachico lo han conseguido sin plata ni apoyo institucional de ningún tipo… Autonomía e independencia son dos banderas que los hombres de Piedrabuenarte suelen sostener como estandarte. Es algo que aparece más de una vez en la charla. El vínculo con lo político, agrega el cronista, no es algo lineal; en un barrio como Piedrabuena, todas las fuerzas partidarias buscan hacer de distintas maneras algún tipo de trabajo de territorio (debate sobre modalidades y objetivos, al margen). Piedrabuenarte ha intentado siempre mantenerse equidistante, con la consigna de que lo importante es el Galpón y el barrio. El proyecto que dio pie a la construcción de escuelas, al ser tomado por el Gobierno de la Ciudad los corría del espacio (literalmente). Debate fuerte mediante con la legisladora Victoria Gorleri – presidenta en ese momento de la Comisión de Educación por el partido gobernante en Buenos Aires -, mantener la postura dio sus frutos. Dice Garramuño que “esa discusión, que fue fuerte pero con respeto, la empujó a averiguar quiénes éramos y qué estábamos haciendo”. Fruto de ese mismo proceso fue el empuje que recibieron del expresidente del bloque PRO en la legislatura porteña Fernando De Andreis – ahora al frente del Ente de Turismo de la ciudad -, quien consiguió que Piedrabuenarte fuera declarado de Interés Cultural. Autodidactas al mango, es otra idea que podría definirlos. “Yo no tengo estudios. O sea, hice la secundaria, llegué a quinto de chaumyo, chamuyando a los profesores. (…) Yo aprendí a soldar en el Galpón, aprendí a trabajar con cemento en el Galpón”, cuenta Luciano. “Nosotros nunca estudiamos, lo que hacemos nunca lo estudiamos. Yo nunca aprendí dibujo en una escuela”, señala Pepi. Garramuño y Garachico han conseguido canjes por arriba y por abajo con cuanta empresa de construcciones y servicios ha pasado por Piedrabuena – el barrio está en emergencia edilicia desde 2008 -. Para cortar el pasto, arreglar baños, levantar paredes, remover escombros, dar pintura para los murales – y grúas para los más complicados en altura -. Hubo momentos en que estas empresas dejaban maquinaria en el predio y Garramuño ofrecía ser contratado como sereno – con lo cual, esencialmente pasaba las veinticuatro horas ahí dentro -. Actualmente, el remanente de uno de las estructuras incendiadas fue desarmada y están pensando cómo vender los fierros para hacer unos mangos extra. Pepi, por su parte, hace trabajos plásticos de todo tipo en el barrio, incluyendo tatuajes, como el que lleva el propio Garramuño (uno que le ocupa la mitad de la espalda y es, como no podía ser de otra manera, Piedrabuena). Junto con la prepotencia de trabajo, hay que entender una cosa: desde 2006 y hasta que fue cedido recientemente legalmente al centro cultural, Piedrabuenarte era un okupa sin ningún tipo de personería. Garramuño y Pepi coinciden en señalar que las cosas comenzaron a tomar un giro relevante una noche de 2009 y que fue clave la presencia del padre Ramón Abeijón. Abeijón había llegado ese mismo año, reemplazando al párroco anterior. Desde el inicio, tomó la decisión de involucrarse con las problemáticas del barrio y apadrinar a Piedrabuenarte, llevando actividades parroquiales al Galpón, pero también llevando el Galpón a la parroquia. Recuerda Garramuño que llevaron adelante eventos, que “fue algo que no se había visto en nuestra parroquia, que es que adentro del altar había bandas, se colgó el circo…”. Una vez, entraron en medio de una misa y lo escucharon decir que prefería ver a la gente en Piedrabuenarte antes que arrodillados ahí en la parroquia. Una noche, Garramuño y Garachico fueron alertados de que había un intento de toma del predio. “Estábamos comprando un pollo y lo llamaron a Ramón – relata Garramuño – y le dijeron que estaban ocupando. Ramón nos llama que tengamos cuidado que iban a ocupar. Nosotros no le dimos mucha pelota, dijimos ‘siempre dicen lo mismo’. A las ocho de la noche estábamos caminando por el barrio y nos llama una vecina que escucha tiros. Cuando vamos para el predio, el tiroteo era entre los ocupantes y la policía (Federal)” Cuando los vecinos de Piedrabuena mismos se sumaron al tiroteo, la Federal se retiró, quedando fuego cruzado entre civiles. Ahí fue cuando el padre Abeijón se calzó la sotana y, llevando una Virgen consigo, fue a ambos lados del conflicto. Ni Garramuño ni Pepi cuentan qué es lo que dijo, pero la cuestión es que la balacera se detuvo y la toma acabó. Garramuño y Garachico piensan que, de haber sido distinto el resultado de esa noche, se habría terminado la historia del Galpón. Sin embargo, no mucho tiempo después Abeijón fue reubicado y reemplazado. El entuerto, por su parte, trascendió al punto que el Gobierno de la Ciudad finalmente decidió tomar cartas en el asunto y Piedrabuenarte tuvo una reunión convocada por el por entonces cardenal Jorge Bergoglio – hasta ese 2009 asiduo visitante de Piedrabuena -, que no pudo ser. El estilo liberal de Abeijón no había cuajado bien con todos, “en los fieles conservadores, como que mucho no gustó”. No obstante, hoy el recuerdo de la influencia de Abeijón sigue vivo. “Eran las tres de la tarde y Ramón aparecía con el termo a ver qué estábamos haciendo. Eran las tres de la mañana, y estaba comiendo guiso con nosotros en el Galpón”, cuenta Garramuño, que en estos días subió fotos de la restauración de una cruz donada por el sacerdote. Entre los misterios de Piedrabuena, cuenta Garramuño, se encuentra el de cómo se obtuvieron las tierras. La lógica pensaría en adquisición o expropiación por parte del gobierno militar, en función del interés en la construcción del barrio. Pero el dueño original reclamó mucho tiempo que las tierras le habían sido tomadas sin compensación de ningún tipo. La cuestión es que, cuando Piedrabuenarte inició la movida de su legalización con el gobierno de la ciudad, saltó un dato curioso: los terrenos no están a nombre de nadie desde la época de la construcción de las torres. Irónicamente, eso mismo facilitó el trámite de concesión, que en 2012 les otorgó el derecho de uso del predio por 30 años. Por otra parte, Piedrabuenarte fue seleccionado para el programa Puntos de Cultura, de la Secretaría de Cultura de la Nación, pero hasta ahora no podía cobrar la suma que reparte el programa porque la Asociación Civil aún no estaba conformada – cuestión que está por saldarse -. Pensando en presente y futuro, la mira está puesta en finalizar el trámite de la Asociación Civil – lo que, a su vez, va a permitir buscar diferentes líneas de financiamiento – y en recomenzar las actividades del Galpón (hay una lista de 50 talleristas). También está conformar una productora, publicar un libro y desarrollar un documental propio sobre el barrio. “Tenemos ganas de expandir este proyecto. Hay tanto trabajo hecho, tanta transformación lograda, que hay que salir a contarla”, dice Garramuño pensando en que les gustaría poder recorrer el país, “donde hay muchos galpones abandonados, muchos artistas”. Ah, y por si faltara algo, también seguir con los murales. Eso sin mencionar que, por intermedio de Víctor Bassuk en representación de la Secretaría de Cultura de la Nación, Pepi y Garramuño fueron invitados a participar del Programa de Intercambio de Residencias Artísticas que lleva adelante dirección nacional de Política Cultural y Cooperación Internacional. Esto último consiste en que ambos irían a Nueva York como colectivo artístico en representación de Piedrabuenarte (que significa ir representando tanto al espacio como al barrio), Pepi como muralista y Luciano a realizar el registro fotográfico de toda la actividad, para luego recibir en el Galpón a un colectivo proveniente del exterior. Pero, ni Pepi Garachico ni Luciano Garramuño quieren eternizarse en Piedrabuenarte y desearían que el barrio se apropie del Galpón al punto de que ellos puedan seguir otro camino. “Lo ideal sería vivir como artistas. Vender nuestras obras. (…) Un objetivo a largo plazo, sería que el Galpón funcione sin nosotros dos”, dice Garachico. Para Garramuño, “si nosotros hicimos todo esto en diez años sin plata, con plata me parece que tenemos que hacer un quilombo bárbaro. En el barrio hay un antes y un después de Piedrabuenarte, pero este es el principio del después”.

Fuente: Emprende Cultura

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