lunes, 3 de octubre de 2011

Entrevista a Juan Martín Guevara, hermano menor del "Ché"

Después de varios años, decidió hablar de su historia familiar en una charla exclusiva con Tiempo Argentino. Hermano del símbolo que aparece hasta en el pecho de Mike Tyson, se niega a subirlo al pedestal de guerrillero heroico y a homenajearlo el 8 de octubre, porque recordarlo en la fecha de su muerte es difundir “un mensaje de derrota”. Anécdotas sobre el líder de la Revolución Cubana cuando era sólo una persona de carne y hueso.
Juan Martín, el menor de los Guevara, tiene lentes redondos, bigotes canosos y no se parece físicamente a su hermano Ernesto. Sin embargo, los lazos de sangre están presentes, tanto en cada una de sus palabras como en las paredes de su oficina. Detrás de su escritorio hay símbolos que inevitablemente remiten a él: libros, cuadros de habanos y una cantidad de fotos familiares en su computadora que son la envidia de cualquier coleccionista.
Para aquellas personas que conocen su historia, el “Tin” (como lo mencionaba el jefe guerrillero en las cartas a su madre) es lo más cerca que se puede estar del mito, de la persona, del revolucionario, del “Loco”, de “Chancho”, de “Ernestito” o de “Fúser” (una conjunción de “furia” y Serna, el apellido materno).
Juan Martín se refiere al Che, su hermano, como “Ernesto”, sus padres serán “el viejo” y “la vieja” y la mítica foto de Alberto Díaz (Korda) –presente hasta en el mate que él mismo ceba– será un símbolo criticado por representar la figura sacrificial del guerrero mártir. Además, reiterará que al líder hay que correrlo de la lucha armada y bajarlo a tierra para que sus ideas germinen hoy la semilla del “hombre nuevo”. Recuerdos de alguien que vivió la historia en carne viva.

–¿Por qué esperó tanto tiempo para hablar sobre el Che?
-Con mi hermana Ana María, que murió hace varios años, prácticamente una sola vez tocamos este tema y decidimos no hablar. Después hubo largos años en donde abrir la boca no era posible. Además, tuve una experiencia…
–¿Cuál?
–En 1966 yo tenía una librería y un periodista de la revista Gente, que es un asco de persona, se acercó y me quiso hacer una entrevista. Le respondí que no pero él insistía y me preguntaba dónde estaba Ernesto. Le repetí que no daba notas, que no sabía, y que si hubiese sabido, no se lo iba a informar a él. Al otro día, en la revista salió una foto de mi local, con mi imagen y la de él, sacada con teleobjetivo, de frente los dos y se leía: “Dice que desconoce donde está, pero por el modo de reaccionar es evidente que algo sabe.” Lo fui a buscar a la casa y lo agarré. “Vos me estas tirando a la SIDE, el FBI, la CIA y a todos, ¿estás loco?”, y lo provocaba para agarrarme a piñas. Desde ese día ni siquiera “a” les dije a los periodistas.
–Habrá sido difícil ser el hermano del Che durante la dictadura...
–Entre los ’70 y los ’80 era difícil. Entre 1975 y 1983 estuve preso (fue militante del Frente Antimperialista por el Socialismo). Por un lado, me despersonalizaban, era un número. Pero por otro ser el hermano del Che nunca fue neutral. En Sierra Chica era el 448, no podía decir que me llamaba Guevara. Pero hubo militares que vinieron a entrevistarme y sabían quién era mi hermano.
–¿Y eso cómo influía en la cárcel?
–A veces me pegaban de más, tenía un “plus” (risas), pero otras me convenía. Nunca fue indiferente. Una noche que nos sacaron de La Plata zafé de aparecer tirado porque eligieron a algunos para que no nos liquidaran.
–¿Por qué creés que no te mataron?
–Habrán dicho: “Si lo liquidamos a este se pudre más que si lo dejamos vivo” o “vale más con vida que muerto”, qué se yo, lo que se le ocurría al tipo que tomaba la decisión.
–Con la llegada de la democracia mantuvo el perfil bajo. ¿Por qué decidió hablar ahora?
–Últimamente decidí hablar por la emoción, es decir, “que el hermano hable”, aportar desde lo familiar. En Cuba es un tipo perfecto, no se robó ni un pan, y yo soy alguien que puede contar que no es tan así. Tenía de todo. Yo doy otra mirada, predispone distinto, no soy un intelectual, ni investigador, no soy importante, soy el hermano y eso impacta emocionalmente.
–¿Y cuál es el “para qué”?
–Para que la gente entienda que él era una persona normal, que luego se fue trasformando en lo menos normal del mundo y que cualquier otro puede ser así. Los grandes hombres aparecen cada tanto, pero no son imposibles... y él era nuestro, ¡argentino!
–¿Por qué destaca que era argentino?
–Mi familia fue nómade. Él nació en Rosario de casualidad, vivió sus dos primeros años en Caraguatay (Misiones), su niñez y juventud en Alta Gracia y después en la ciudad de Córdoba. Su madurez y juventud en Buenos Aires. Hizo viajes en bici, barco, moto. ¿Es rosarino? ¿Es misionero? ¿Cordobés? ¿Porteño? Para los cubanos, él es cubano. Hay que empezar porque es argentino y lo es en su manera de ser, su cultura, su humor. No hay manera de conocer a un personaje si no vas a su esencia. Ernesto y Celia, mis sobrinos nacidos en Cuba, tienen pasaporte argentino porque sienten la argentinidad de su padre, si no me imagino que tendrían el de la Unión Europea, porque es más lindo (risas).
–¿Cuál es la reacción de la gente cuando se enteran de su parentesco?
–Primero, la sorpresa sobre que haya un hermano, que exista, que sea normal, que cuente cosas, sus vivencias… Una vez, en un taller, mi socio me señala y le dice al mecánico “este es el hermano del Che” (risas), y yo respondí “¡Es un chiste! No sé porque miente.” Después, el tipo preguntaba si era o no… Se generaba todo un misterio.
–¿Y en Cuba hablaba?
–En Cuba no tenía posibilidad de decir que no. Por ejemplo, el 8 de octubre (fecha de la muerte de Ernesto) de 1972 mi hijo estaba internado en el Hospital Calixto García y la médica que lo atendió me invitó a un homenaje. Le comenté que lo mío no era eso y esta mujer me dio una “zaranda” de cosas diciéndome que eso era egoísta. Así que después de todo eso respondí, “ok, ¿a que hora es?” Era un patio muy grande, colmado de gente, yo ahí sentado y de repente se escucha…“acá con nosotros, el hermano del Che”, y me dejaron solo con un micrófono. Aún estaba fresca su presencia, había cubanos llorando. Yo hablaba y se me hacía un nudo, ni sé lo que dije… una emoción intensa que te trasladaba la gente. Las personas me contaban sus vivencias y cada vez más cargado emocionalmente. Fue una experiencia importante, y todo por esa mujer.
–¿Y cómo era ser hermano de Ernesto en la vida cotidiana?
–Hay dos etapas mías con él: una muy corta, que es las dos veces que nos vimos después del triunfo de la Revolución (una fue en Cuba y la otra en Punta del Este), y lo demás es la vida de familia.

Juan Martín Guevara de la Serna nació en Córdoba, en 1943, 15 años después que su hermano mayor, Ernesto, quien había nacido en 1928. Sus padres eran Ernesto Rafael Guevara Lynch y Celia de la Serna Llosa. El resto de sus hermanos fueron Celia, Roberto y Ana María. De espíritu aventurero, el grupo familiar nunca permaneció quieto por mucho tiempo.

–Comencemos por la vida de familia.
–Ernesto era loco, movedizo pero no muy distinto a mis hermanos, era uno más. Yo me llevaba bien por él, más que por mí, porque él era el mayor. Era Ernesto y yo su hermano, hasta que fue el “Che” y empecé a ser el hermano del “Che”.
–¿Era un buen hermano?
–Era excelente. Siempre estaba de viaje. Recuerdo cuando volvía que quería aprovechar porque sabía que en cualquier momento se iba de nuevo. Llegaba y ahí yo era el que le cebaba mate. Como había pava, el agua se enfriaba. Él me ordenaba “calentalo”, y yo “no”, y se lo tomaba así como se lo cebaba. Siempre estaba de humor, jodiendo, estudiaba de noche, cada dos por tres se las picaba, era difícil agarrarlo.
–¿Cómo era como hermano mayor?
–No sé como me vería él, pero yo era “el hermanito” que miraba con cierta cosa, no te digo de consejo, pero sí de decirte “sería bueno esto”. Te trataba de influir, pero no era de imposición de padre. Mis otros hermanos sí lo eran. Salir con Ernesto era una liberación.
–¿En qué lo trataba de influir?
–En el estudio lo intentó por todos los medios, pero no lo logró. No seguí ninguna carrera porque desde que me acuerdo viví en la calle, jugando a la pelota.
–Sin embargo, su familia era estudiosa y lectora.
–Yo leía mucho, pero nada de estudiar. Eso me lo combatió mucho, me decía que estudiara pero él no tenía autoridad moral para decirme eso porque empezó Ingeniería, luego siguió Medicina pero no hacía nada de médico, entonces yo le preguntaba: “¿Cuál es? ¿Estudiar una carrera para hacer lo que vos hacés? ¿Si casi ni ejerciste?” “Pero estudiar es otra cosa”, me respondía, y hablábamos de la disciplina. Lo mío era más una defensa que un argumento, no quería estudiar y ya.
–¿Cómo era ser hermano del Che en 1959?
–Recuerdo una anécdota, en La Habana, el 8 de enero de 1959. Él tenía un pañuelo en el brazo por un golpe y siempre jugábamos de manos. Cuando estaban todos, yo mantenía las formas, pero a solas empezábamos a decirnos de todo y a ser hermanos. “Sacate la gorra y el grado de comandante que conmigo no lo sos.” Me tiró un cachetazo, le contesté, le pegué en el brazo y él hizo un movimiento de mucho dolor pero enseguida me dio un piñón que me voló, me sentó y me dijo: “Nunca te descuides o descreas del enemigo.” Tenía eso de aprovechar el momento. Esa mezcla, por un lado, de rectitud, y por otro de saber cuándo es cuándo. Era intuitivo de un modo muy fino.
–¿Cómo se expresaba esa rectitud?
–Él era muy rígido, entonces se sentía con derecho a serlo con los demás y mucha gente no tenía ganas de eso. Si bien él era razonable, no era flexible, por eso algunas personas no querían trabajar con él (risas). Los tiempos para él eran descansar un poquito cuando se podía, pero quería hacer las cosas ya. Era una máquina, no paraba, siempre estaba pensando en hacer algo. Eso lo caracterizó en algunas cosas acá y las desarrolló en Cuba como dirigente.
–¿Por ejemplo?
–Por ejemplo, cuando en el Congo recibió la noticia de que la vieja estaba enferma y que era irreversible, se preguntó, como dirigente, si era lícito ponerse a llorar y no lo hizo, se la aguantó. Seguro lloró después, no es que no tuviera sentimientos, sino que no los quería mostrar.
–¿Y cómo era él con su familia por esos años?
–Si a Ernesto le decían que su familia lo visitaría en La Habana, iba a decir que no, entonces Camilo Cienfuegos, que era su compinche, le ocultó la noticia y se la dijo cuando ya estábamos en el aeropuerto. Cienfuegos era la única persona que podía hacer esas cosas y chistes con él.
–¿Cómo recuerda esa época?
–Tengo una foto en el Hotel Habana Libre, Hilton en ese momento, en la cafetería. Eso era un “fierrerío”, estaban todos los barbudos con los fierros sobre la mesa. Al lado del cafecito los mozos no lo podían creer. Y allí estaba Camilo, que era su cómplice, el único con el que se permitía hacer jodas, con el resto no.
–¿Esa rectitud la heredó de su familia?
–Ernesto nació en una familia normal, con ciertas cosas distintas, de clase media. Por parte de mi vieja, había mucha guita pero cuando se juntó con mi viejo esto ya no era así. Ella fue al Sagrado Corazón de Jesús, un colegio bilingüe, religioso, de monjas francesas donde estudiaban con mucha rigurosidad, así que eso lo sacó de allí.
–¿Cómo era la familia de su madre, Celia de la Serna?
–Ella quedó huérfana de padre a los dos años y de la mamá a los 15. Era la menor. La mayor estaba casada con un escritor del Partido Comunista argentino que estuvo en España en la época de la Guerra Civil por parte de los republicanos, es decir, que tenía una influencia cercana de este pensamiento. Otro hermano, Jorge de la Serna, era atípico, un poeta que vivía cerca de la naturaleza y que tenía mucha relación con Ernesto. También había opuestos. La otra hermana, Sara, estaba casada con el hijo del presidente de la República, el general Agustín P. Justo.
–¿Cómo era su madre?
–La vieja era una persona muy poco demostrativa, conseguir un cariño de ella era un premio. Era más fácil que te dijera “tac tac” (hace un gesto de reto) que “muy bien” o que te hiciera una caricia. Con mis tías era distinto, eran más afectuosas. La vieja era muy disciplinada, muy culta y te obligaba a ser culto, a saber y no hablar al divino botón. Años después, yo le decía que desde chiquita la hicieron arrodillar en granitos de maíz y rezar 10 mil padres nuestros. Ella se reía pero seguía siendo así, una persona con estoicismo, muy judeo-cristiana, sacrificial.
–¿Y su padre?
–Mi viejo era un tipo con una inteligencia fuera de lo normal. Pensaba y soñaba. Eso en mi hermano fue muy claro. Era un tiro al aire, siempre caía en cuatro patas, con un don de ubicuidad incorporado. Era un gran conversador, dibujante, pintor y actor. Como todos los actores, era un mentiroso encubierto que te pintaba la realidad de una manera que no era exactamente así. Tenía ideas raras y era de mandarse a hacer cosas. De esa conjunción nació Ernesto.
–Era mandado a hacer cosas… ¿Como cuales?
–Así, por ejemplo, mis padres fueron a parar a Misiones. ¿Qué hacían dos porteños en el medio del monte en una época en donde la única manera de comunicarse era con un barco que bajaba por los puertos del Paraná? No había caminos, no había nada. Era gente con otras cosas en la cabeza, diferente a lo que normalmente se solía hacer.
–¿Qué heredó el Che de ellos?
–El viejo le dio la decisión y el arrojo, la vieja la organización y la disciplina, o sea, lo que se empieza se termina. Él veía el final, ella el camino.
–¿Usted qué aprendió de sus padres?
–Mi viejo decía que siempre hay que ganar, como sea. Mi vieja que hay que ganar, investigar y ser el mejor pero con transparencia. Ella nos metió la ética, él nos metió ganar al rugby, al fútbol, en la vida, y sobre todo no dejarse pasar por encima. No existía que mi madre o que mi padre tuviera razón. No: todo se discutía. La educación que teníamos era no aceptar lo que nos querían imponer y así se daban discusiones.
–¿De qué tipo?
–Había discusiones de todo tipo en mi casa, no existía una unicidad. Mi casa era de un espíritu crítico muy fuerte. Todo pasaba por la discusión política. Los fines de semana era un hervidero de distintas procedencias. Ninguno de los cinco hermanos aceptábamos lo impuesto y Ernesto fue el de mayor profundización en sus criticas.
–¿Cómo era su casa en el día a día?
–Mi casa estaba llena de libros, mis hermanos eran todos estudiosos. Celia y Ernesto eran máquinas de leer, él escribía todavía más que ella. Sus libros estaban todos escritos. Si quería uno de él, tenía que bancarme las notas y opiniones que ponía por los costados, cosa que no me gustaba porque al final terminaba discutiendo con él y con el autor, o con los dos a la vez. La casa era dejada, no estábamos atentos a si no funcionaba una manija en una puerta, pero si faltaba un libro era un tema.
–¿Y tenían muchos amigos?
–La casa estaba siempre llena de gente, tanto en la época que yo me acuerdo como en fotos de Alta Gracia donde aparecen chicos peinaditos y luego todos desastrosos. Había de todo, no había filtro. En casa trabajaba Sabina Portugal, una boliviana típica, coya, que con su tonada hablaba poco, pero con Ernesto tenía conversaciones larguísimas, no sé de qué hablaban. Era la época del agio y la especulación y ella era peronista de base. No sabía esas palabritas pero sí que le cobraban de más, y yo creo que eso lo discutían. Muchas cosas se le metieron en la cabeza con las conversaciones terrenales. Luego él pasó por Bolivia en la época de Víctor Paz Estenssoro y ahí debe haber habido influencia.
–Este Ernesto era una persona de carne y hueso, pero ¿cómo es ser hermano del símbolo?
–(Pausa) De una familia puede salir un personaje histórico que excede lo normal, único. No hay muchos que estén en una camiseta y lo identifiques en Arabia o África y sepas quién es. Tal vez, más o menos, por ahí alguien no sabe exactamente su historia… Diego Maradona, Mike Tyson lo tienen tatuado. ¿Qué tiene que ver Tyson? Algo tendrá que ver, si no ¿para qué se lo va a tatuar? Nadie se tatúa algo que no le interesa.
–¿Qué opina de la “marketinización” de la figura del Che?
–Que hagan negocio ni me va ni me viene. Lo que miro es el fondo de la cuestión: si alguien quiso que no existiera, que no trascendiera, no ha podido. Ahora, hay otras cosas que tienen que ver con la petrificación del personajes, y en eso puede haber un interés de vaciarle sus ideas o banalizarlo como si fuera un rockero, pero el hecho de que esta imagen sea tan difundida es porque es imposible ignorarlo.
–¿Cómo le gusta que la juventud lo recuerde?
–Si lo ponemos tipo Cristo que luchó por nosotros, ¿quién va a creer que puede ser como él? Si existió es porque puede ser posible. Hay que darle herramientas a la juventud. La mediocridad se milita, entonces hay que usar la cabeza y esta es la idea de los museos y de los libros.
–¿Por qué no quiere destacar la fecha de su muerte (8 de octubre)?
–Porque es un mensaje capcioso, de derrota y muerte sin regreso, pero sí hay un retorno de su pensamiento. Si lo matamos ya está, éticamente un tipo increíble, pero no sigas por ese camino porque terminás igual… Hay una posibilidad de ir por ese camino sin terminar muerto y derrotado, si no, no sería posible que el mundo fuese mejor, al menos no en esa idea de no explotación del hombre por el hombre. Por eso es que digo que el 8 de octubre no es el mejor día para evocarlo y no es un tema de dolor. Vamos a recordarlo en su trayectoria, elijamos el día en que inauguró una fábrica, una escuela o cuando nació, pero el hombre, no el guerrillero y menos el guerrero muerto, el héroe que para serlo tiene que ser mártir y muerto. Es por eso que decidí hablar, no porque tenga mucho para a decir sobre cosas de fondo, sino para desacralizarlo, desmilitarizarlo, ponerlo en la tierra, trasladar sus ideas y que la gente se acerque a ellas, que las recepte.
–¿Qué opina del Che guerrillero?
–Yo lo retiro del guerrillero heroico porque esos son tres años de su vida. Me parece que hay que sacarlo de ese contexto guerrero. Lo principal de sus ideas está en el hombre nuevo porque así como estamos viviendo las cosas no funcionan, hay que buscar el equilibrio real. Son sus ideas y no su actividad guerrillera lo que hay que acercarle a la gente. La típica imagen de Korda no me parece que sea la que haya que trasladar.
–¿Hay que correr la metodología de la lucha armada entonces?
–Hacer hincapié en que la guerra es el modo para liberarse va a generar una serie de encontronazos que quizás en este momento no sirve, entonces ¿para qué meterse por ese lado si no es el principal? Quizás en Cuba fue un medio, pero la lucha armada funcionó allí y no en otros lados.
–Pero él fue comandante.
–Sí, fue el primer comandante que nombró Fidel Castro, pero él no era militar. Fue presidente del Banco Nacional, ministro de Industria, secretario del Partido Único … Él se fue haciendo a fuerza de ver las necesidades del objetivo, que no era militarizar el país sino transformar y hacer el hombre nuevo, ese es el punto clave.
Fuente: Tiempo Argentino

No hay comentarios: