Hace años le saca sonidos sutiles a un hermoso contrabajo chino, y él es oriental. Pero de la Banda Oriental: Humberto Pinheiro (79), uruguayo de Paysandú, para más datos. Su padre Alejandro –ancestros portugueses– tocaba el violín en la radio y en orquestas, su madre Angela –con sangre vascofrancesa– era cocinera de las buenas. Con sus tres hermanos mayores lo trajeron a los 4 años a vivir a San Fernando, pegado al terraplén y siempre con riesgo de inundación. Y fue a sus 6, después de una gran crecida que obligó a toda la familia a instalarse en casa de una “dama de beneficencia”, que los tocó la varita mágica: una amiga de la dueña de casa invitó a su mamá a cuidar una quinta. Estaba pegada a la famosa Sans Souci, de los Alvear. Era de la familia de Alejandro Agustín Lanusse, el general que le devolvió la banda presidencial al peronismo en 1973. Tuvieron de vecino a Balbín, entonces diputado provincial, y entre frutales y mucho fútbol con los amigos vivieron allí seis años, hasta que la quinta se vendió. Los Lanusse le pagaron el colegio San José de Victoria donde hizo la primaria (hoy vive frente a las cúpulas de San José en Balvanera). Se mudaron a Lanús y él cursó primer año en el Joaquín V. González pero largó para trabajar en el Centro y para ir haciéndose pícaro, leal y carismático en la calle. Fue desde cadete en la sede del Rowing Club en la Bolsa de Comercio hasta vendedor de la sastrería Costa Grande , en Corrientes y Esmeralda. En el medio, a los 19 se fue a probar a Lanús y, un par de años antes, había empezado a estudiar el contrabajo con un músico del Colón amigo de su padre y después con Fernando Cabarcos. Desde entonces no paró de tocar. Su debut con el tango fue a los 17 en la confitería Gran Sur, frente a la plaza de Lanús.
Arrancó con el conjunto de Humberto Juárez, luego pasó a la orquesta de Ernesto Tití Rossi, tocó con el cuarteto de Jorge Pracánico, con Lucio Demare y con Troilo. Y en 1966 creó el Tango Trío, un grupo con el que acompañó a infinidad de cantores y recorrió más de 40 países. Ese mismo año se casó con la mujer que lo sigue acompañando y que, todavía, “no entra a la cocina” porque el que cocina –herencia materna– es él. Su placer por la comida lo lleva a reunirse los jueves a mediodía con “Los 10 de Garello”; y su gusto por comunicar el tango, a co-conducir desde hace tres años “Retratos”, los sábados de 6 a 8 de la mañana por la 2x4, FM 92.7.
¿Cuándo tocaste el primer instrumento?
Desde los 5 ya agarraba la guitarra. Y cuando mi viejo se compra el contrabajo, yo tenía un
combinado
muy lindo que sonaba como si estuviera la orquesta ahí. Un día no estaba mi viejo, agarré el contrabajo, puse un tema en el
combinado
y empecé a tocar encima. Tenía 16 años.
¿Qué venías escuchando en ese combinado?
Tango, folclor , y un poco los boleros que les gustaban a mis hermanas.
¿Sabías algo de música?
Nada.
¿Quién se dio cuenta de tu oído absoluto?
Se comentaba, pero yo nunca me la creí. Porque tener oído absoluto es como tener los ojos lindos o la dentadura linda.
Pero a vos te resultó importante.
¿Te imaginás cuántos cantores acompañé? 50, 60, 70. Nunca supe en qué tono cantan el tango, ni me interesó. Escucho y arranco.
¿A qué cantantes acompañaste?
A todos. A Charlo, a Oscar Alonso, al Polaco, a Rivero, a Hugo del Carril, a Ruth Durante, a María Graña, a Floreal... Hasta la acompañamos con el trío a Alba Solís en la película Carne , de Armando Bo y con Isabel Sarli.
¿A quién no pudiste y te hubiera gustado acompañar?
Lógico: Magaldi, Gardel, Corsini.
¿Por qué empezaste con el bandoneón a los 75 años?
Se me ocurrió por la visita de un amigo. Y por la admiración de siempre a los bandoneonistas con los que toqué: Ahumada, Rovira, Mederos, Marconi, Pane, Saluzzi, entre tantos. Todos los bandoneones que pasaron me fueron dejando algo.
¿Qué riqueza le aporta el acompañante al cantor?
Cuando se van entendiendo, le hace un colchón para que el cantor se soporte. Si se juntan es la comunión. Por ejemplo Pepe Trelles con Walter Ríos, o Mamone con Morán.
¿Qué sabor sentís al subir al escenario?
El sabor de la comunicación, de entregar a la gente algo que viene a buscar.
¿Escuchás otras músicas?
Clásico mucho. Ahora Martha Argerich. Y escucho Caruso: tengo grabaciones de él de 1901.
¿Cuál es tu tesoro, además de los dos instrumentos?
Las fotos, que van a tener un destinatario: mis amigos. Y mi discoteca, que va a ser para Del Priore.
¿Sos melancólico?
Total. Romántico.
¿Qué hacés cuando la depresión no te quiere soltar?
Ahora agarro el bandoneón, y antes el contrabajo. O escucho radio. O mis cd. Y la sociabilidad me saca, también.
¿Qué es la música para vos?
Se convirtió desde muy chico –porque ya cantaba en coros del colegio– en una cosa diaria, necesaria.
¿Qué te faltaría hacer?
Creo que mi vida termina con el tango y, si puedo, con la radio.
¿Qué madera tiene que tener el músico de tango?
El respeto a lo que se está haciendo. Y condiciones naturales.
¡Qué valor le das al respeto!
Total. Es pensar en la gente, es ver la necesidad de la gente de la calle.
De los cantantes ¿qué aprendiste en tantos años?
La necesidad del músico autodidacta de acompañar a un hombre, y que el hombre lo acepte, es una enseñanza. Quiere decir que uno está posibilitando un acompañamiento a una persona que le agradece que lo acompañe. Y es importante porque con esa persona graba, convive, viaja, juega.
¿Qué significan los amigos?
Sin los amigos no se podría vivir.
¿Cómo domesticaste tu ego?
Con las necesidades que pasé. Nunca pensé tener un auto cuando era trabajador raso; para mí viajar era el tren y el colectivo, el tranvía o el dedo.
¿Tenés algún lugar favorito en el mundo?
Me gustó mucho la alta montaña de Mendoza. Y París.
¿Qué te alegra el día?
Vivir.
¿Y qué te enoja?
Que me duela algo. Las rodillas, la columna...
¿Algo de lo que te arrepentís?
No haber estudiado música.
¿Seguís con el Tango Trío?
Tengo un proyecto para ir a Zurich. Ya está casi listo.
Fuente: Clarín
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