jueves, 17 de diciembre de 2015

“Sin Confucio ni Mao, no quedó nada más que el dinero”


“Fue culpa mía, el chef no era chino”, dice el escritor Qiu Xiaolong (Shangai, 1953) sobre su malograda experiencia en un restaurante oriental porteño. Por suerte, se desquitó con los churros. “Son parecidos a los nuestros, me gustaban mucho de chico”, recuerda. Poeta, traductor y amante de la buena cocina, como su personaje el inspector jefe Chen Cao, el escritor dice que en comida china no pasamos de lo que para ellos es fast food. Xiaolong vive en los Estados Unidos, donde emigró tras la masacre de Tiananmen, aprovechando una beca para estudiar a T. S. Eliot. Aún así, y siendo un aplomado crítico de la realidad socio política de su país, vuelve a China un par de veces al año. Lo dejan. Allí, sus libros llegan censurados, sin fechas, nombres ni contextos precisos, pero mantienen el tono de oscuro retrato sobre la acelerada transición político económica de la segunda potencia mundial. Habla del pasado, sufre y analiza la Revolución cultural (impulsada por Mao en 1966) que signó la persecución de su familia, pero sobre todo, marca las contradicciones de una economía de mercado imparable en un sistema unipartidista cuyos crujidos son minimizados por el trepidante crecimiento económico. Devenido en una de las estrellas del festival de novela policial BAN! Xiaolong, dio charlas y presentó su última novela traducida al español, El crimen del lago (Tusquets), que se suma a títulos como El caso Mao o Muerte de una heroína roja, policiales sociológicos con el tono particular de un poeta que cruza a Confucio con sus versos modernos.
-¿Se considera un escritor americano?

-Chino y americano, pero ni lo uno ni lo otro.
-Como usted, el protagonista de sus novelas es poeta y traductor, pero trabaja de policía. Muestra su insatisfacción discursivamente, pero al actuar no se aparta del sistema, ¿sufrió usted esa misma contradicción?

-Sí, antes de irme a EE.UU. soñaba con la posibilidad de hacer algo en China para quedarme en el sistema, cambiarlo desde adentro. Creí eso un tiempo, pero luego entendí que en China son otros quienes lo hacen todo, y a veces tienes que comprometerte, moverte en un área gris. Quería que mi personaje hiciera algo y al mismo tiempo que sobreviviera, por eso es un anti héroe.
-Sobrevive porque siempre evalúa los riesgos, pero usted los cuenta, y va más allá… 
-Hasta hace unos años, cuando iba a China, tenía sentimientos encontrados. Veía todos los problemas, pero por otro lado, veía la mejora económica. En la ciudad de Shangai, cada año ves nuevas autopistas, y las condiciones de vida mejoran para la mayoría de la gente. Muchos intelectuales chinos veíamos esa dualidad. Pero un intelectual debería ser más cínico, más pesimista, descreer de esta clase de futuro. La parte económica va bien, pero los problemas políticos y sociales cada vez son más.
-Por las tradiciones de una sociedad milenaria, ¿el capitalismo chino podría ser distinto al estadounidense?

-Sí, es diferente. Hay una expresión oficial usada en los diarios, dicen que es capitalismo primitivo, eso significa que no es materialista, y también que es menos humano. En este país, puedes hacer cualquier cosa con tal de obtener beneficios. Pero eso no es todo, en términos de ideología política no tenemos un sistema legal confiable, eso es un problema, porque acá o en EE.UU. el sistema es legalmente confiable, al menos puedes ver algo de justicia. Pero en China, si algo envuelve al partido comunista, si amenaza su posibilidad de mantenerse en el poder, es un secreto a voces que no pasará de ahí.
-Es paradójico. China es un país comunista amenazado por la lucha de clases, dicho en términos marxistas… 
-Gran paradoja.
-¿Cómo se puede resolver esa contradicción?

-Esa es una buena pregunta. Están resucitando las ideas de Mao, alguna gente incluso dice: “La Revolución cultural, bien!”. Y con Mao, todo el país era pobre.
-Sus novelas son críticas con la revolución cultural, pero nostálgicas de los primeros tiempos del comunismo, ¿es una idea mía?

-Creo que tienes razón, pero no se trata exactamente de nostalgia. Durante muchos años el pueblo chino creyó en Confucio. Había algo en qué creer y eso le daba un sentido a todo lo que hacías. Después de que el Partido Comunista tomara el poder en 1949 la gente creyó en Mao, en Marx, y otra vez, no importaba si estaba bien o mal, pero al menos creías en algo. Tras la revolución cultural ¿en qué se podía creer? Sin Confucio ni Mao, no quedó nada más que el dinero. Creo que la gente debería creer en algo, uno debería tener algún tipo de sistema de valores, pero en China todo corre al ritmo del dinero y el beneficio.
-En sus libros esa oscuridad es evidente, ¿qué le dicen los lectores chinos?

Primero, no tienen acceso a las versiones sin censurar de mis libros; segundo, soy consciente de que hay un cambio entre los lectores. Cuando mi primer libro fue traducido al chino, hace como diez años, muchos se enojaron, pensaron que solo escribía sobre las partes oscuras de la sociedad, que debería escribir de todos los logros obtenidos por China, pero este tipo de opiniones cada vez son menos, y ahora me dicen que hice un trabajo muy honesto, así es como la gente empieza a cambiar, es algo, y me gusta.
- Después de la Revolución cultural, Deng Xiaoping introdujo la economía de mercado en un marco ideológico comunista… -Xiaoping introdujo el mercado. Cuando yo era chico, los libros de la escuela contaban que eso era la explotación de la clase obrera, y ahora es simplemente algo más. En tiempos de Mao todo era del Estado, ahora es como acá, hay compañías del estado, compañías privadas… y tienes tu propia casa o departamento, muchas cosas son incluso más capitalistas que en los Estados Unidos. Pero ideológicamente aún hay un sistema unipartidista que controla todo. Sucede con los medios, no puede haber otras voces.
-Pero el sistema no puede controlar Internet
Exacto, aunque el gobierno chino pone mucho dinero para hacerlo. El título en francés de mi nuevo libro de esta serie (sin traducción al español) es Cyber China. La gente toma de Internet la información pese a las trabas del gobierno, que en cierto modo, son efectivas. Voy a China una o dos veces por año y no puedo usar Google o Facebook, no te lo permiten. Claro que hay gente que igual accede, los hackers, si lo necesitas, pero tengo que ser muy precavido, así que no los uso.
Fuente: Clarín

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