jueves, 10 de mayo de 2018

Bellini, el argentino que figura en los archivos de la Reserva Federal como el mejor falsificador de dólares de la historia norteamericana

El primer boliche que conocí a mediados de los '80 fue el legendario Pinar de Rocha. Era en esas matinee de Ramos Mejía. Yo iba a estudiar al Colegio Nacional de Comercio Juan Bautista de La Salle, donde existía una antiquísima rencilla con el French.. sólo por ser un colegio privado, de esos donde asistían los que llamábamos "chetos de ramos". De todos modos en materia de "la noche del oeste", todos nos cruzábamos por allí, pese a algunas hinchadas y peleítas cada tanto en algún reducto, en Juan de Los Palotes, Crash (donde Sandro filmó "Subí que te llevo"), y por eso bailábamos y deambulábamos por los lugares internos donde habíamos identificado que había estado El Gitano con Darío Vittori y la bella Mariquita Valenzuela. También yirábamos por Moon en la Avenida Gaona, lugar que antes había sido el histórico For Export, y cientos de bares, barsuchos y lugares para jugar a los vídeos, flipper y los infaltables pool.
Volviendo a esa tarde (alrededor de las 19:30), en que debuté en mi ingreso a Pinar, nunca olvidaré la sensación de entrar a una cueva oscura, mágica y misteriosa. Desde una puerta, que seguramente en algún tiempo fue una importante casona antigua, portero mediante crucé un puente desde donde sólo se divisaban luces tenues en los pisos y en el techo lejano de la pista, humo, reflectores, astros de vidrio, y una vibración de parlantes potentes que reproducían Telekinesis de Sosa Stereo. Me invadió el cuerpo una sensación de emoción, miedito, cosquilleo y orgullo. Había llegado la hora de buscar chicas de verdad, no las chicas.. sino la búsqueda. De eso les contaré otro día. Lo cierto es que con el tiempo, de todos los lugares, ese pasó a ser mi preferido. Entre idas y vueltas, la suerte estaba conmigo y un día me encuentro al hermano más chico de mi viejo, mi tío Roberto. Quien "trabajaba" allí como una suerte de hombre de "seguridad". Claro, él era el karateca de la familia y entrenaba a muchos policías de la comisaría de RM (eran esas las iniciales como denominábamos muy cancheros al lugar más "céntrico" de La Matanza). Ese pariente, al que todos los canas llamaban con respeto de maestro en artes marciales "El Turco", me dio una tarjeta con su nombre y me señaló a un rubio grandote al que le gritó "Vikingooo!.. este es mi sobrino, cuando venga te ve a vos o algunos de tus chicos y pasa.. ok?". El gigante barbado se sonrió y levantó el pulgar. A partir de allí iba a Pinar a la tarde, a la madrugada, y a veces a ayudar en determinadas actividades en la semana, por ejemplo, tarjetear y ayudar en programas que se hacían desde allí, tanto de radio o los primeros canales de cable. Así a los 16 años ya tenía en Radio Nativa (hoy la 101, 1) mi primer ciclo de rock que se llamaba "Nada que ver con Nada". Llevabamos con una amigo, José Luis, grupos de la zona con músicos que después se hicieron muy conocidos como las "Mata Violeta", lideradas por Érica García o Tía Newton encabezado por Carca, y muchos otros. Lo que más me asombraba era el séquito de tipos y mujeres que rodeaba a un pelado que absolutamente todos miraban con temor y devoción. Mi tío le hablaba de igual a igual y creía que era su amigo. Naaa!... lo hacía de simple caradura nomas. Un mediodía me dijeron "ese es el dueño boludo!!". Aaaah.. dije haciéndome el sorprendido, el famoso Bellini, respondí como asombrado. Lo que en realidad me llamaba la atención era que nunca lo hubiera imaginado calvo. Cada mes, entre esas paredes iba conociendo más historias sobre el personaje en cuestión. Todas giraban en torno a la nocturnidad, los estupefacientes, las muchachas de la noche, la droga, e inclusive sus contactos internacionales con el narcotráfico. Algo que en parte yo tomaba como cuentos urbanos que su gente dejaba circular y hasta quizás inventaba. Que tenía mucha guita era obvio, siempre en autos de lujo, compañeras exuberantes, y un ejército de muchachotes que lo cuidaban como si se tratara de Pablo Escobar Gaviria. Solía cruzarlo a diario en pasillos internos vacíos de todo, él siempre flaco y desgarbado me saludaba como a uno más de sus "empleados". Yo sólo iba a tirar unas tarjetas para entrar con amigos y divertirnos, ver grupos que jamás hubiéramos visto por el valor de las entradas. Yo vivía en Isidro Casanova, y para mi Ramos Mejía era como Nueva York. En casa a veces no teníamos para morfar y no faltó la ocasión en que chicos que conocí en ese templo bailable me mataban el hambre y hasta me prestaban pilcha para salir, como decíamos, de gira. Esa zona del oeste cercana a Ciudadela y Liniers para una lado y Haedo para el otro, era muy particular. Convivían personas con guita, sin guita, chorritos con canitas y porreros con caretas. Bellini era un mito viviente, algo que  resaltaba cuando se lo veía llegar o salir de Pinar y otros lugares. Pocas veces escuché su voz, siempre breve y de baja intensidad. El tiempo me fue llevando por otros rumbos matanceros pero alejados de RM.. habían salido los Cadillacs, la serie "Los profesionales" y el maldito "Corte Bodie", una suerte de rasurada poco más corta que la de los Héroes de Mayo que dejaba afuera de los locales nocturnos a los pelilargos. Yo tenía "las lanas" por la cintura, así que después de un tiempo de esconder semejante porra entre las ropas en mi espalda, usar gomina con agua, y otros trucos, ya nada pude hacer para que cada patovica que encontraba me dijera "no entrás, te lo dije la semana pasada, sino te los cortás.. afuera!!". Llegué a las calles de las noches casanoveras, pero esa.. esa es otra historia.
Ahora que nos encontramos en medio de esta nueva corrida cambiaria, esa tragedia cíclica de la que la Argentina parece no desprenderse jamás, recordé el día que me enteré que había dólares falsos en bancos estadounidenses que ni la Reserva Federal había podido detectar. Después de eso y el crimen de una bailarina de Pinar en el que Bellini tuvo mucho que ver, di cuentas que la realidad superaba a la leyenda y la ficción. Comparto una de las tantas notas que escribió Jorge Boimvaser para MinutoUno al respecto:

Ascenso y caída de un hombre de la noche llamado Bellini

Cuando los socios de Daniel Bellini en la imprenta clandestina de Parque Leloir fueron detenidos, ninguno de ellos conocía el paradero del dueño de Pinar de Rocha. Pero una mujer que oficiaba de secretaria de la banda, tal vez despechada por Bellini, le contó a un agente de la SIDE que el empresario de la noche había previsto un refugio en una isla de Paraguay, suponiendo que ese podría haber sido su refugio después de la huida de Argentina.



Eran tiempos en que Asunción continuaba gobernada por militares que habían desterrado al dictador Alfredo Streossner después de haber usufructuado el poder junto a él a lo largo de cuatro décadas,  y se permitía, mediante el pago de un abultado peaje, a diversos delincuentes mundiales, pernoctar en sus tierras bajo la condición de mantener un prudente bajo perfil. 



Daniel Bellini había llegado a una remota isla cumpliendo esas condiciones, y en tales circunstancias estableció un santuario de incógnito en un remoto paraje al cual solo se podía acceder por vía fluvial o en helicópteros. Con los gobernantes de entonces las solicitudes de detención de interpol eran papel pintado, asú que los EE.UU. usaron otra forma de persuasión, Conminaron a las autoridades a que entregaran a Bellini bajo amenaza de enviar escuadrones de Marines vía marítima y aérea a arrestarlo aún violando las leyes internacionales. El gobierno de Asunción no quiso enemistarse con el gigante del Norte y de común acuerdo, una vez localizado el santuario de Bellini, fue apresado junto a sus dos acompañantes con las cuales gozaba las delicias del paraíso terrenal, y traído a la Argentina. 
Años después, una estrategia maestra de su defensor Víctor Stinfale le permitió recobrar la libertad y retornó a la noche de Pinar como si nada hubiera ocurrido.
Quedaba en danza en la investigación judicial detectar de qué forma habían sido ingresados a la plaza los dólares falsificados en Parque Leloir. Y no fue difícil hacerlo. En la quinta allanada, uno de los automóviles encontrados era un Peugeot 504, perteneciente a quien se desempeñaba en esos momentos como uno de los directores en ejercicio del Mercado Central: Hernán Bernasconi, ex abogado de Daniel Bellini. El movimiento diario en ese Mercado representaba sumas millonarias, y en ese tráfico de billetes abismal se filtraban los papeles truchos impresos en la quinta de Bellini.La única forma de que Hernán Bernasconi zafara de los lazos de la justicia era obteniendo alguna forma de inmunidad. Eduardo Duhalde, zar de la Provincia de Buenos Aires, encontró la solución. Aunque Bernasconi había recalado en el Mercado Central merced a su contacto con Antonio Cafiero, el hombre fuerte del peronismo bonaerense advirtió que el Juzgado Federal de Dolores se encontraba vacante. No hay que olvidar que los jueces tienen fueros igual que los legisladores, por lo cual en ese entonces, no existía el Consejo de la Magistratura, la designación de Bernasconi fue apurada en el Senado de la Nación y en un abrir y cerrar de ojos el es socio de Bellini fue nombrado juez federal.
Al Servicio Secreto de la Reserva Federal le importaba que Bellini y “el gallego” Fernández estuvieran fuera de circulación, y una vez conseguido ese objetivo las piezas menores del engranaje las dejó en manos de la justicia argentina.La tragicomedia de Hernán Bernasconi ofreciendo simulacros justicieros como presunto paladín de la lucha contra las drogas cuando montó la escenografía del sonado "Caso Coppola" es a esta altura un hecho anecdótico.
El material más precioso que los agentes norteamericanos nunca pudieron llevar a Washington, fueron las plancha de impresión donde habían sido dibujados los billetes falsos. En la espesura de las muchas manos que intervinieron en el caso, siempre se supuso que alguien se las había quedado para reutilizarlas en otra ocasión. Pero tampoco nadie confirma ni desmiente la leyenda urbana que se desliza en torno a las misteriosas planchas metálicas. 
Así fue la historia de Daniel Bellini, quien figura en los archivos de la Reserva Federal de EEUU como el mejor falsificador de dólares de la historia norteamericana. Hoy su destino corre por carriles más complicados, como es la muerte de su joven mujer.

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