Más allá de la irónica tapa de la Revista Barcelona y el sentimiento de "ver al futuro repetir el pasado", como dice la canción, hay que intentar entender un par de cosas para salir de la burda lógica binaria del Boca-River, o K-M, Zurdo-Facho, Gorila-Radicheta, etc, etc. No podemos soslayar que el modelo agroexportador sigue más vigente que nunca y ese es un problema en este contexto y se administre de esta manera. ¿Qué significa eso?.. bien: la Argentina necesita dólares para comprar todo lo que no produce, especialmente insumos para el campo, así como para todos los demás rubros de la pequeña producción. Esos productores, el Estado nacional, y las provincias necesitan moneda estadounidense también para pagar los prestamos que se le otorgan, más los intereses de esos créditos que siempre son usurarios, más allá de los eufemismos y vueltas que se le quiera dar al asunto. Hasta cuando se abren las importaciones, como pasa ahora, quienes ingresan en ese negocio (más rentable en estas situaciones) deben abonar con billetes norteamericanos todo Bien o Servicio que adquieran. Basta agregar que un argentino, además de pagar precios dolarizados que van desde el rubro inmobiliario, automotriz, y a veces hasta el alimenticio, requiere papeles verdes para salir del país, ya que nuestro peso está devaluado para nosotros y para cualquier nación de mundo. Lo increíble es que el único sector que por sus exportaciones permite el ingreso de esa moneda que nosotros no imprimimos ni emitimos, sino la Reserva Federal de los Estados Unidos, es el Campo. Sin embargo ocurre un hecho insólito: a sabiendas de que es el más beneficiado, debido a que es el único junto al mundo financiero, que no paga impuestos importantes para salir a vender los productos que genera u operar ganancias. En las últimas décadas el mundo agrario recibe multimillonarias utilidades en dólares de manera ociosa, algo que también les permite endeudarse en esa moneda porque automáticamente adquieren mejor capacidad de pago que cualquier otro rubro de la economía. Lo hace mediante el alquilar de sus tierras a pooles sojeros multinacionales. Cuando se intenta tocar esa renta ociosa, que en definitiva se extrae de hectáreas que pertenecen a la Nación, más allá de los títulos de propiedad que corresponden a un pequeño grupo de familias terratenientes que se han ido diversificando con el tiempo, invierten la prueba, como se dice en el ámbito judicial, y afirman que esos gravámenes no son pagos fiscales sino Retenciones. Con ese criterio cualquier ciudadano que habita suelo autóctono podría decir que el IVA (Impuesto al Valor Agregado), por nombrar uno, es una retención injusta. Cosa que es más cercana que la evasión legitimada por el Estado al agro. Todos pagamos ese delirante 21 por ciento sobre alimentos, ropa, y diferentes bienes de la canasta básica a la que cuesta llegar. Más que un impuesto regresivo, podríamos calificarlo como una quita ilegal a nuestros salarios, que encima depende de los índices inflacionarios que genera, precisamente, esa "falta" de dólares que produce el hecho de que quienes cobran rentabilidad exclusivamente en esa moneda, no lo hagan. En tanto no resolvamos este modelo desigual seguiremos inmersos en estas tragedias socioeconómicas cíclicas que nos tienen con más de 10 millones 500 mil pobres, y unos dos millones de indigentes que los medios de (in)comunicación ocultan o nos muestran pocas veces a través de programas que intentan darle un matiz que genere empatía en los que están un poco, mejor, o mucho mejor que ellos, tampoco solidaridad concreta, y jamás lo que realmente representan: el fracaso de todos y todas.
martes, 8 de mayo de 2018
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