Conocido como el Ángel rubio o el Ángel de la muerte,
Alfredo Astiz purga en la cárcel un cúmulo de cadenas perpetuas por delitos de
lesa humanidad. Pero un halo de luz se ha colado en su oscura vida tras las
rejas. Su nombre figura entre los propuestos para obtener el beneficio de la
prisión domiciliaria. La noticia se conoció días antes del 24 de marzo, a
cuarenta y dos años del comienzo de la última dictadura cívico militar que
azotó a la Argentina durante siete años y medio. La historia de Alfredo Astiz
es verdaderamente macabra y es, sin dudas, el símbolo más acabado del horror.
Su rostro de joven perturbado por la supuesta desaparición de un hermano le
abrió los brazos de la incipiente organización Madres de Plaza de Mayo hacia
mediados de 1977. Hasta el seudónimo que eligió para infiltrarse entre aquellas
mujeres provoca escozor: Gustavo Niño. Así fue que comenzó a concurrir a una
iglesia de Buenos Aires y obtener datos que luego entregaba a sus superiores.
En medio de la angustia y la incertidumbre, las madres sumaron a Astiz a sus
reuniones y recorridas por despachos de sacerdotes y militares. Con los días,
el infiltrado fue confeccionando un perfil de cada mujer y luego las marcó con
un beso para que fueran secuestradas, torturadas y lanzadas vivas al río. Así
desaparecieron Azucena Villaflor de Vicenti, Esther Ballestrino de Careaga y
María Ponce del Bianco, tres de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo,
entre otras mujeres. «No me arrepiento de nada». Alfredo Astiz fue un militar
oscuro y mediocre, que se rindió sin disparar una sola bala, durante la guerra
de Malvinas. En 1998, concedió una entrevista a la periodista, y ahora diputada
nacional, Gabriela Cerruti, para la Revista Trespuntos. En ese reportaje Astiz
narró crudamente algunos detalles de los operativos en los que participó. «No
me arrepiento de nada. A mí me decían: anda a buscar a tal, yo iba y lo traía.
Vivo o muerto, lo dejaba en la ESMA y me iba al siguiente operativo. Los
militares me enseñaron a destruir, no a construir. Al único que no respeto es a
Firmenich (fundador de la agrupación Montoneros), el único odio en serio que
tengo en la vida es Firmenich. Se me escapó por cinco minutos. Fue una de las
veces que volví llorando de un operativo».
Conocido como el Ángel rubio o el Ángel de la muerte,
Alfredo Astiz purga en la cárcel un cúmulo de cadenas perpetuas por delitos de
lesa humanidad. Pero un halo de luz se ha colado en su oscura vida tras las
rejas. Su nombre figura entre los propuestos para obtener el beneficio de la
prisión domiciliaria. La noticia se conoció días antes del 24 de marzo, a
cuarenta y dos años del comienzo de la última dictadura cívico militar que
azotó a la Argentina durante siete años y medio.
La historia de Alfredo Astiz es verdaderamente macabra y es,
sin dudas, el símbolo más acabado del horror. Su rostro de joven perturbado por
la supuesta desaparición de un hermano le abrió los brazos de la incipiente
organización Madres de Plaza de Mayo hacia mediados de 1977. Hasta el seudónimo
que eligió para infiltrarse entre aquellas mujeres provoca escozor: Gustavo
Niño. Así fue que comenzó a concurrir a una iglesia de Buenos Aires y obtener
datos que luego entregaba a sus superiores. En medio de la angustia y la
incertidumbre, las madres sumaron a Astiz a sus reuniones y recorridas por
despachos de sacerdotes y militares. Con los días, el infiltrado fue
confeccionando un perfil de cada mujer y luego las marcó con un beso para que
fueran secuestradas, torturadas y lanzadas vivas al río. Así desaparecieron
Azucena Villaflor de Vicenti, Esther Ballestrino de Careaga y María Ponce del
Bianco, tres de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo, entre otras mujeres.
«No me arrepiento de nada»
Alfredo Astiz fue un militar oscuro y mediocre, que se
rindió sin disparar una sola bala, durante la guerra de Malvinas. En 1998,
concedió una entrevista a la periodista, y ahora diputada nacional, Gabriela
Cerruti, para la Revista Trespuntos. En ese reportaje Astiz narró crudamente
algunos detalles de los operativos en los que participó. «No me arrepiento de
nada. A mí me decían: anda a buscar a tal, yo iba y lo traía. Vivo o muerto, lo
dejaba en la ESMA y me iba al siguiente operativo. Los militares me enseñaron a
destruir, no a construir. Al único que no respeto es a Firmenich (fundador de
la agrupación Montoneros), el único odio en serio que tengo en la vida es
Firmenich. Se me escapó por cinco minutos. Fue una de las veces que volví
llorando de un operativo».
En octubre de 2011, la justicia federal argentina condenó a
prisión perpetua al exoficial de la Armada Alfredo Astiz. Junto a él fueron
sentenciados, Jorge Tigre Acosta, Antonio Pernías y Ricardo Cavallo y otros
ocho represores, por crímenes de lesa humanidad. Fue la primera sentencia
dictada en la Argentina contra el grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de
la Armada (ESMA), donde funcionó el centro clandestino de detención más
emblemático de la última dictadura militar. Fue la primera condena contra Astiz
por violaciones de los derechos humanos y por los homicidios de las monjas
francesas Alice Domon y Léonie Duquet. Durante la lectura del veredicto, todos
los acusados escucharon en silencio sus condenas en la sala de audiencias.
Astiz miraba desafiante al tribunal y era el único que sonreía.
Se estima que entre cuatro mil quinientas y cinco mil
personas pasaron por la ESMA, donde las sesiones diarias de tortura eran la
fase final del terrorismo de Estado. Muchas de las víctimas fueron arrojadas
vivas al río de la Plata, en los llamados «vuelos de la muerte» y sus cuerpos
se encontraron en la costa; pero muchas otras jamás aparecieron. Alfredo Astiz
se movía por las instalaciones de la ESMA como en su casa. Allí se sentía
valorado y respetado. Cuanto más presas cazaba, más erguido caminaba.
Ante la posibilidad de que Alfredo Astiz pueda obtener el
beneficio de la prisión domiciliara, el 24 de Marzo cobró otra fuerza y medio
millón de personas, solo en Buenos Aires, se lanzó a las calles para ratificar
esas tres palabras que se escucharon coro durante toda la jornada: Memoria,
Verdad y Justicia.
Los organismos de derechos humanos y gran parte de la
sociedad argentina ya saben que estos temporales de impunidad son una práctica
permanente cuando gobierna la derecha. Ya saben cómo y dónde enfrentarlos. Una
clara muestra de eso fue la revocatoria de la prisión domiciliaria de Miguel
Etchecolatz, quien desde hace unas semanas purga sus penas nuevamente tras las
rejas. Durante las marchas, en medio de las banderas, hay una canción que suena
como un himno desde hace muchos años y todos la cantan sin desafinar: «Como a
los nazis les va a pasar, a donde vayan los iremos a buscar…».
Fuente: La Soga (Revista Cultural)
No hay comentarios:
Publicar un comentario