martes, 3 de abril de 2018

El Ángel de las tinieblas

Conocido como el Ángel rubio o el Ángel de la muerte, Alfredo Astiz purga en la cárcel un cúmulo de cadenas perpetuas por delitos de lesa humanidad. Pero un halo de luz se ha colado en su oscura vida tras las rejas. Su nombre figura entre los propuestos para obtener el beneficio de la prisión domiciliaria. La noticia se conoció días antes del 24 de marzo, a cuarenta y dos años del comienzo de la última dictadura cívico militar que azotó a la Argentina durante siete años y medio. La historia de Alfredo Astiz es verdaderamente macabra y es, sin dudas, el símbolo más acabado del horror. Su rostro de joven perturbado por la supuesta desaparición de un hermano le abrió los brazos de la incipiente organización Madres de Plaza de Mayo hacia mediados de 1977. Hasta el seudónimo que eligió para infiltrarse entre aquellas mujeres provoca escozor: Gustavo Niño. Así fue que comenzó a concurrir a una iglesia de Buenos Aires y obtener datos que luego entregaba a sus superiores. En medio de la angustia y la incertidumbre, las madres sumaron a Astiz a sus reuniones y recorridas por despachos de sacerdotes y militares. Con los días, el infiltrado fue confeccionando un perfil de cada mujer y luego las marcó con un beso para que fueran secuestradas, torturadas y lanzadas vivas al río. Así desaparecieron Azucena Villaflor de Vicenti, Esther Ballestrino de Careaga y María Ponce del Bianco, tres de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo, entre otras mujeres. «No me arrepiento de nada». Alfredo Astiz fue un militar oscuro y mediocre, que se rindió sin disparar una sola bala, durante la guerra de Malvinas. En 1998, concedió una entrevista a la periodista, y ahora diputada nacional, Gabriela Cerruti, para la Revista Trespuntos. En ese reportaje Astiz narró crudamente algunos detalles de los operativos en los que participó. «No me arrepiento de nada. A mí me decían: anda a buscar a tal, yo iba y lo traía. Vivo o muerto, lo dejaba en la ESMA y me iba al siguiente operativo. Los militares me enseñaron a destruir, no a construir. Al único que no respeto es a Firmenich (fundador de la agrupación Montoneros), el único odio en serio que tengo en la vida es Firmenich. Se me escapó por cinco minutos. Fue una de las veces que volví llorando de un operativo».

Conocido como el Ángel rubio o el Ángel de la muerte, Alfredo Astiz purga en la cárcel un cúmulo de cadenas perpetuas por delitos de lesa humanidad. Pero un halo de luz se ha colado en su oscura vida tras las rejas. Su nombre figura entre los propuestos para obtener el beneficio de la prisión domiciliaria. La noticia se conoció días antes del 24 de marzo, a cuarenta y dos años del comienzo de la última dictadura cívico militar que azotó a la Argentina durante siete años y medio.
La historia de Alfredo Astiz es verdaderamente macabra y es, sin dudas, el símbolo más acabado del horror. Su rostro de joven perturbado por la supuesta desaparición de un hermano le abrió los brazos de la incipiente organización Madres de Plaza de Mayo hacia mediados de 1977. Hasta el seudónimo que eligió para infiltrarse entre aquellas mujeres provoca escozor: Gustavo Niño. Así fue que comenzó a concurrir a una iglesia de Buenos Aires y obtener datos que luego entregaba a sus superiores. En medio de la angustia y la incertidumbre, las madres sumaron a Astiz a sus reuniones y recorridas por despachos de sacerdotes y militares. Con los días, el infiltrado fue confeccionando un perfil de cada mujer y luego las marcó con un beso para que fueran secuestradas, torturadas y lanzadas vivas al río. Así desaparecieron Azucena Villaflor de Vicenti, Esther Ballestrino de Careaga y María Ponce del Bianco, tres de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo, entre otras mujeres.

«No me arrepiento de nada»

Alfredo Astiz fue un militar oscuro y mediocre, que se rindió sin disparar una sola bala, durante la guerra de Malvinas. En 1998, concedió una entrevista a la periodista, y ahora diputada nacional, Gabriela Cerruti, para la Revista Trespuntos. En ese reportaje Astiz narró crudamente algunos detalles de los operativos en los que participó. «No me arrepiento de nada. A mí me decían: anda a buscar a tal, yo iba y lo traía. Vivo o muerto, lo dejaba en la ESMA y me iba al siguiente operativo. Los militares me enseñaron a destruir, no a construir. Al único que no respeto es a Firmenich (fundador de la agrupación Montoneros), el único odio en serio que tengo en la vida es Firmenich. Se me escapó por cinco minutos. Fue una de las veces que volví llorando de un operativo».

En octubre de 2011, la justicia federal argentina condenó a prisión perpetua al exoficial de la Armada Alfredo Astiz. Junto a él fueron sentenciados, Jorge Tigre Acosta, Antonio Pernías y Ricardo Cavallo y otros ocho represores, por crímenes de lesa humanidad. Fue la primera sentencia dictada en la Argentina contra el grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), donde funcionó el centro clandestino de detención más emblemático de la última dictadura militar. Fue la primera condena contra Astiz por violaciones de los derechos humanos y por los homicidios de las monjas francesas Alice Domon y Léonie Duquet. Durante la lectura del veredicto, todos los acusados escucharon en silencio sus condenas en la sala de audiencias. Astiz miraba desafiante al tribunal y era el único que sonreía.

Se estima que entre cuatro mil quinientas y cinco mil personas pasaron por la ESMA, donde las sesiones diarias de tortura eran la fase final del terrorismo de Estado. Muchas de las víctimas fueron arrojadas vivas al río de la Plata, en los llamados «vuelos de la muerte» y sus cuerpos se encontraron en la costa; pero muchas otras jamás aparecieron. Alfredo Astiz se movía por las instalaciones de la ESMA como en su casa. Allí se sentía valorado y respetado. Cuanto más presas cazaba, más erguido caminaba.

Ante la posibilidad de que Alfredo Astiz pueda obtener el beneficio de la prisión domiciliara, el 24 de Marzo cobró otra fuerza y medio millón de personas, solo en Buenos Aires, se lanzó a las calles para ratificar esas tres palabras que se escucharon coro durante toda la jornada: Memoria, Verdad y Justicia.

Los organismos de derechos humanos y gran parte de la sociedad argentina ya saben que estos temporales de impunidad son una práctica permanente cuando gobierna la derecha. Ya saben cómo y dónde enfrentarlos. Una clara muestra de eso fue la revocatoria de la prisión domiciliaria de Miguel Etchecolatz, quien desde hace unas semanas purga sus penas nuevamente tras las rejas. Durante las marchas, en medio de las banderas, hay una canción que suena como un himno desde hace muchos años y todos la cantan sin desafinar: «Como a los nazis les va a pasar, a donde vayan los iremos a buscar…».

Fuente: La Soga (Revista Cultural)

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