viernes, 6 de abril de 2018

Los Urondo, bailando con los fantasmas

“Nosotros cada tanto le hablamos a los tíos acá por las dudas, nunca se sabe”
Ayer Pedro leyó un poema de su bisabuelo en el acto de su escuela. Me lo perdí. Porque no sabía que él iba a leer, claro. Lloré toda la mañana como una pelotuda por eso. Una gripe de cinco días encima, mas una incomunicación con la escuela y con su padre me llevaron a decidir la ausencia. “No pasa nada ma, igual estuve re forever alone”, me dijo Pedro cuando lo reencontré después. (Sí, forever alone tiró.) Me puse a llorar de vuelta, pero de modo tal que no se diese cuenta.
Las ideas de la ausencia y el desencuentro rondan mi cabeza desde ayer. Desde hace años, más bien. Desde todos los años, posiblemente.
Las conciliaciones de mi padre con nuestra historia siempre fueron especiales, por no decir difíciles. La abuela no se queda atrás, aunque a veces le veo en el ceño ese esfuerzo que le provoca hablar y decir y contar, y creo que la entiendo. Pero las creencias son solo creencias y la vida de Chela es una película de otra dimensión.
Nuestra generación, la que no vivió esa época, la que no conoció a los muertos, debe construir desde el relato de los otros. Los relatos se modifican con el tiempo, porque así lo hacen las personas y su mirada sobre el mundo, porque como enuncia un vaguito presocrático con certeza ‘todo fluye, nada permanece’ y si hay algo que no hay son certezas. Así que imaginate qué quilombo. Nosotras con Jose buscábamos a Claudia por la calle, años haciendo lo mismo, un pelo lacio, largo y una nariz pronunciada y se me salía el corazón del pecho. Pedro hoy me pregunta si van a volver. La figura del desaparecido es inexplicable para siempre, la concha de Dios. Victoria dice que sus abuelos la cuidan desde el cielo. Las horas que nos vamos a tener que sentar con ella cuando entienda que en el cielo solo hay nubes y polución. Y si no hay tumba y si no hay huesos, ¿desde dónde carajo la cuidan Adriana y Gaspar? Porque la cuidan, ¿o no? Cómo hablar de quienes no están porque querían estar pero decidieron no estar de alguna manera para poder estar desde un símbolo, un lugar mejor, una idea presente plantada adelante nuestro para siempre en el desorden y la presencia de la ausencia absoluta. Y todo esto atravesado por los errores de los Estados y las fuerzas mayores de todas las fuerzas y las ideas y el poder y la dificultad de salir del verticalismo y ufffffff… Menos de 10 años tienen Pedro y Victoria.
En algún momento de los ’90 José y yo teníamos menos de 10 años también, y una noche llovía y papá entró como a las 8, antes de la cena, y era raro porque a esa hora él ya estaba siempre cocinando o preparado para comer (porque, gordito por siempre). Tenía el sobretodo mas largo que le vi en mi vida. Entró flameando por todos lados, el sobretodo y él, en el aire. Me llevó flotando atrás, como si estuviera imantado. Se sacó ese sobretodo y se puso otro, vaya uno a saber por qué. Josita ya se había sentado al lado mío en la cama a mirarlo, con los pies colgando. Las dos en silencio hasta que alguna preguntó ‘papá, ¿qué pasó? ¿Te vas de nuevo?’. Y papá: “Apareció su tía, me voy a verla”. Y se fue. El nuevo sobretodo flameaba en el aire también y yo no estoy segura de que los pies del gordo estuvieran sobre el suelo. José, que siempre ha reaccionado y accionado la bomba de los sentimientos por todos, se puso a llorar instantáneamente. Yo grité: “¡Apareció Claudia!” Y mamá se agarró la cara, la cabeza, todo se debe haber agarrado, qué negra de acero. Se agachó a nuestra altura y nos abrazó. Yo por las dudas me debo haber puesto a llorar también. Y ahí nos enteramos que existía Angi. Todavía no puedo creer que estuve casi 10 años sin conocer la existencia de Angela en este mundo, qué picardía de mierda. Después vino el cumpleaños de José y estaba ella ya con nosotros toda tatuada, se reía bien fuerte, puteaba a mi viejo, fumaba plantitas y dibujábamos igual, qué regalo hermoso. Las ausencias, los desencuentros, los encuentros.
Hace mas de cinco años que vivo en la casa que pertenecía a mis tíos, hoy desaparecidos. Era un centro de reuniones Monto porque queda bien en el corazón de la manzana, andá a encontrarla. La encontraron los hijos de puta, igual. La casa tiene mas problemas que los gobiernos capitalistas, pero la amo. Y viví acá de muy chica también, así que Pedro corre por los mismos pasillos de mi infancia. Y además nos gusta vivir con fantasmas, porque no conocemos otra cosa. Hace un par de años le tocó el turno a Claudia y Jote (los tíos) en la eterna causa ESMA. Mas bien le tocó el turno a Nico, Sebas, Papá y la abuela Chela. Primera declaración judicial de Chelita sobre su hija. De Claudia habla poco y casi nunca de la época activa militante. Lo que lloramos todos, ni te cuento. Algún día les escribo sobre esa declaración porque fue lo más ácido, tierno, irreverente y cojudo del mundo — muy Chela.
A los tres o cuatro días, de madrugada, se desprendió un pedazo del material que recubre el techo de la entrada a la cocina de esta casa. Un pedazo enorme de concreto entero cayó al piso con la fuerza de una declaración. Yo miré la escena del destrozo en silencio y me volví a dormir. Nosotros cada tanto le hablamos a los tíos acá por las dudas, nunca se sabe. Bailamos con los fantasmas, respiramos símbolos y recuerdos en el río que pasa y nunca es el mismo. A las ausencias y los desencuentros los tenemos bien junados, es lo que sabemos hacer desde siempre. Hoy en su máxima expresión y paradoja, damos forma al ejercicio de encuentro y amor de todos los años. Paco, Alicia, Claudia, Jote, todos están con nosotros siempre, con los más viejos, con los más pequeños. Porque todavía nos faltan un montón de nietos perdidos, porque las estructuras del poder siguen podridas y supurando sobre nosotros y porque las fuerzas de seguridad siguen matando. Nunca digas Nunca. No olvidamos. No perdonamos.
Dejo una foto del Gordo y Angelita porque son insoportables, sobrevivientes y realmente hermosos.

Fuente: Lula Urondo para El Cohete a la Luna

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