sábado, 21 de noviembre de 2015

Mariquita Sánchez de Thompson: la historia de amor más romántica del Buenos Aires colonial


Pasó a la historia como la mujer en cuya casa los patriotas criollos escucharon por primera vez el Himno Nacional. Pero es también la protagonista de un amor de novela, que para expresarse y florecer debió luchar contra todas las convenciones de la época. María Josepha Petrona de Todos los Santos Sánchez de Velasco y Trillo, a quien conocemos mejor como "Mariquita Sánchez de Thompson", fue una extraordinaria porteña nacida el 1° de noviembre de 1786 en la actual calle Florida -entonces llamada "Umquera", "del Empedrado" o "del Correo", número 273. Por haber nacido ese día, sus padres intercalaron, en su partida de bautismo, en su nombre, también el de su onomástico: "Todos los Santos". Sus padres eran el granadino Cecilio Sánchez de Velasco y Otorgués y la porteña María Magdalena Trillo Cárdenas Rendón y Lariz. Doña Magdalena había enviudado, años atrás, de Manuel del Arco Soldevilla, importante comerciante en el Buenos Aires de la época. Manuel le había dejado a Magdalena una considerable fortuna, que heredaría luego Mariquita. Don Cecilio había dejado Granada para llegar a nuestras costas en 1771. Años después, contraería nupcias con la rica viuda Magdalena Trillo. Mariquita fue hija única de ese matrimonio y tal vez por ese motivo, por haber sido la niña consentida de la familia, se forjó un temple decidido, un carácter tenaz y una férrea voluntad. En la época, a diferencia de los varones, no se estilaba que las niñas asistieran a la escuela. Toda la educación que recibían era la que se podía impartir en casa. Ello no significó ningún inconveniente para una familia acomodada como la de los Sánchez de Velasco - Trillo. Mariquita recibía lecciones de los mejores maestros de su época. Así fue cómo aprendió, en forma privada, a leer y a escribir. Se la instruyó también sobre cultura general, artes, idiomas y buenos modales. Es por ello que, pese a su formación "casera", Mariquita aventajaba culturalmente a muchos varones de su época. Desde pequeña desarrolló un encanto y un carisma natural, que seducía a todos los hombres que la conocían, pese a que no se caracterizaba por una gran belleza física. Su atractivo principal radicaba en la dulzura de su trato, en su aguda inteligencia, en su estilo y en su amplia cultura general. Se podía hablar de todo con ella, en animada conversación. Ese fue el secreto de su éxito y de su fama. Juan Bautista Alberdi decía que Mariquita era "la personalidad más importante de la sociedad de Buenos Aires, sin la cual es imposible explicar el desarrollo de su cultura y buen gusto". Toda persona que se preciara de tener algún tipo de relevancia en la naciente sociedad patria debía asistir a las tertulias en lo de Mariquita, celebradas en la misma calle del Empedrado, donde había nacido. No había extranjero de fuste que pasara por Buenos Aires sin frecuentar su casa. Una cita en la residencia de esta dama patricia era infaltable en la agenda de todos nuestros próceres. Vicente Fidel López nos describe la casa: "Con cinco peldaños de mármol a la entrada y tres ventanas de rejas, estaba adornada con muebles de caoba, arañas de plata, cortinas de brocado amarillo, porcelanas, relojes mecánicos, un clavicordio, un arpa, un laúd, sahumerios y espejos venecianos; en el patio, azahares, un precioso aljibe y numerosos esclavos que servían el chocolate". Enemigos políticos acérrimos se daban cita en sus tertulias. Allí se tramaban alianzas políticas y se intrigaba en contra del gobierno de turno. No hubo evento social de relieve que no se celebrase con una recepción en su casa. Era costumbre que las chicas de la época se casaran entre los catorce y los diecisiete años de edad Pero retornemos a sus primeros años: se estilaba entonces que los padres concertaran el matrimonio de sus hijas. Era costumbre que las chicas de la época se casaran entre los catorce y los diecisiete años de edad. Los padres de Mariquita, ya entrados en años, acordaron que ella, de catorce años, se casaría con don Diego del Arco, emparentado con el primer marido de su mamá. Don Diego era un capitán español noble y viudo, de más de cincuenta años. Es probable que hubiera llegado al Río de la Plata en 1777, junto con la famosa expedición de don Pedro de Cevallos; que había reconquistado Colonia, de manos de los portugueses, y les había tomado la Isla de Santa Catalina (hoy Florianópolis). Otros creen que pudo haber sido hijo de Francisco Javier o Lorenzo (hermanos de don Manuel del Arco, el primer esposo de doña Magdalena); que vivían en España. Otra versión da cuenta de que el padre de don Diego no tenía ninguna consideración hacia él; ya que le reprochaba públicamente que fuera un "calavera" y un mujeriego y también que se negaba a pagar las deudas de su hijo cuando éste las repudiaba; lo que parece se le había hecho una costumbre. Pero en 1801, parecía que don Diego había asentado cabeza y les pareció a los padres de Mariquita la persona adecuada para consolidar la unión familiar y para la conservación de la riqueza familiar, administrando, con sensatez, la cuantiosa fortuna que quedaría en manos de la novia. Hasta aquí todo fantástico; si no fuera porque la propia Mariquita no quería saber nada con este plan. Por ese tiempo la joven había comenzado a frecuentar a un primo segundo suyo, porteño como ella, pero recién vuelto de España. Se trataba de Martín Jacobo Thompson, nueve años mayor que Mariquita. Lo que parecía un entusiasmo adolescente, se transformó en un amor tenaz y constante y en una flagrante desobediencia de Mariquita a la autoridad paterna. Martín era rubio, de altura media, ojos azules, con una tímida sonrisa, romántico, y de notable sensibilidad, nervioso y ansioso al expresarse. Tenía una mirada triste y meditabunda. Lucía su uniforme de marino de la Real Armada Española. Su ternura, juventud, lozanía, sensibilidad, melancolía y romanticismo lo volvían irresistible para Mariquita. Thompson había nacido en 1777, también como hijo único del matrimonio conformado por William Paul Thompson y Tiburcia López Escribano. William era un londinense que había terminado ejerciendo el comercio en Cádiz entre 1745 y 1750, para luego mudarse a Buenos Aires, con una licencia de comerciante, emitida por la Casa de Contratación, en una mano y un certificado de conversión al catolicismo en la otra (ambos documentos necesarios para poder ejercer el comercio en el Imperio Español). William falleció en 1787; cuando su hijo Martín tenía sólo diez años. Su madre, doña Tiburcia, segunda esposa de William, afectada por la viudez, tomó los votos y se internó en el convento de las hermanas capuchinas de Buenos Aires, de la Iglesia de San Juan, abandonando al pequeño a su suerte. Los padres de Thompson tenían un pacto: el cónyuge que sobreviviera al otro tomaría los hábitos Cuenta la tradición familiar que había un pacto entre los padres de Thompson: que el cónyuge que sobreviviera al otro tomaría los hábitos. Así lo hizo Tiburcia, quien en adelante sería Sor María Manuela de Jesús; monja de clausura hasta su muerte, en 1815. Lo llamativo de este acuerdo es que nada previeron los esposos con respecto a Martín. El fervor religioso de William, propio de un converso, sumado a sus celos ante la juventud y belleza de su segunda mujer, explican este pacto. Martín quedó solo y desamparado. En su ayuda vino don Martín José de Altolaguirre; prestigioso funcionario colonial jubilado e importante agricultor, quien se hizo cargo del muchacho, como tutor. Lo hizo estudiar en el prestigioso Real Colegio de San Carlos; donde el joven mostró vocación para ser marino. En 1796, para ingresar a la Real Armada Española, debió falsear algunos datos, como su fecha de nacimiento, ya que estaba dos años excedidos en edad. También ocultó datos de su padre, un inglés converso, pues para ingresar a la Armada se requería acreditar "limpieza de sangre". Es decir, estar libre de antecedentes moros, judíos, negros, herejes, mulatos, conversos y "alguna otra raza que cause infamia en los nacimientos". Tras egresar como guardiamarina, en 1801, regresó a Buenos Aires, a servir como ayudante de la división de cañoneras del puerto. Los jóvenes se veían en secreto, Martín hasta se disfrazaba de aguatero para ver a Mariquita en su casa Fue entonces, a sus veinticuatro años, que comenzó su romance con Mariquita. Ambos compartían bisabuelos: Francisco de Cárdenas y Catalina Rendón y Lariz. Creyeron que por ese parentesco, los padres de la novia aprobarían su unión. Pero Martín fue desairado por sus tíos; y se le prohibió acercarse a su prima. Para Don Cecilio eran sólo "caprichos juveniles". Mariquita se rebeló contra sus padres. Los jóvenes se veían, en secreto, en el atrio de las iglesias o donde diera la ocasión. Martín hasta se disfrazaba de aguatero para verla en su casa. Con la complicidad de la servidumbre de Mariquita, Martín conseguía ver a su amada y llegó hasta a comprometerse en secreto con ella. Enterado don Cecilio, confinó a su hija. Primero en una quinta familiar de San Isidro, a donde Martín igual la visita, disfrazado de horticultor, mendigo, paisano, gaucho o pescador. El padre de Mariquita hasta logró que el virrey Joaquín del Pino lo trasladase a la estación naval de Montevideo. Mariquita le escribió a Martín: "Seré suya o de nadie" El derecho vigente daba la razón a los padres de Mariquita. La Real Pragmática sobre Hijos de Familia, vigente desde 1778 en el Imperio Español permitía a los hijos de "blancos" menores de 25 años casarse únicamente con el consentimiento de sus padres o tutores. Don Cecilio creyó, entonces, oportuno, apurar la boda entre Mariquita y el maduro don Diego del Arco. Se programaron los esponsales; se pactó lo que cada contrayente aportaba al matrimonio y demás convenciones. Mariquita, al enterarse, le escribió a Martín: "Seré suya o de nadie". Desesperado, Martín le avisó al virrey del Pino que Mariquita iba a ser obligada a cometer perjurio, pues ya se encontraba comprometida con él, y le pidió al virrey que evitara el delito. Conmovido, éste accedió. El día de la ceremonia, Mariquita se las arregló para demorar el acto hasta la llegada de los emisarios del virrey. Cuando los oyó entrar, ante la sorpresa de los invitados, la novia, que hasta ese momento estaba llorando a escondidas en su habitación, bajó al salón y le dijo al oficial del virrey: "Yo no puedo casarme; pues estoy prometida a otro hombre". Sus palabras cayeron como un pesado telón encima de todos los concurrentes; y el capitán del Arco, humillado, se retiró ofendido de la casa de los Sánchez; a donde nunca más regresó. Mariquita fue recluida en la Casa de Ejercicios Espirituales donde era habitual internar a las damas díscolas y descarriadas Después de este escándalo, don Cecilio recluyó a su hija en la Casa de Ejercicios Espirituales, donde entre otras coas era habitual internar a las damas díscolas, hijas descarriadas y a las esposas infieles, ubicado en la avenida Independencia al 1100, de Buenos Aires (el edificio aún existe). También movió sus influencias para que trasladaran a Martín a Cádiz. Poco después, en 1802, murió el papá de Mariquita; producto del disgusto que le causó la conducta de su hija, dicen. Sin embargo, Mariquita jamás sintió remordimiento alguno por su determinación. Muerto su padre, doña Magdalena continuó con la tesitura de su difunto marido. Cansada de esperar a que su madre recapacitara, al cumplir dieciocho, Mariquita, amparada en una disposición del antiguo derecho español que facultaba a cualquier joven a iniciar un "juicio de disenso" para evitar un casamiento contra su voluntad, le solicitó al nuevo virrey, marqués Rafael de Sobremonte, que la autorizara a casarse con su primo Martín. Escribió Mariquita al virrey en una carta que le hizo llegar de manos de Martín Jacobo Thompson: "Excelentísimo Señor: Ya llegado el caso de haber apurado todos los medios de dulzura que el amor y la moderación me han sugerido por espacio de tres largos años para que mi madre, cuando no su aprobación, cuanto menos su consentimiento me concediese para la realización de mis honestos como justos deseos; pero todos han sido infructuosos, pues cada día está más inflexible. Así me es preciso defender mis derechos: o Vuestra Excelencia mándeme llamar a su presencia, pero sin ser acompañada de la de mi madre, para dar mi última resolución, o siendo ésta la de casarme con mi primo, porque mi amor, mi salvación y mi reputación así lo desean y exigen, me mandará Vuestra Excelencia depositar por un sujeto de carácter para que quede en más libertad y mi primo pueda dar todos los pasos competentes para el efecto. Nuestra causa es demasiado justa, según comprendo, para que Vuestra Excelencia nos dispense justicia, protección y favor. (...) Prevengo a V.E. que a ningún papel mío que no vaya por manos de mi primo dé V.E. asenso ni crédito, porque quién sabe lo que me pueden hacer que haga. Por ser ésta mi voluntad, la firmo en Buenos Aires, a 10 de julio de 1804". "Se casaba una niña hermosa con un hombre que ni era lindo ni elegante ni fino y además que podía ser su padre" (Mariquita) Conmovido Sobremonte por la tenacidad de los jóvenes amantes, tan sólo diez días después, el 20 de Julio de ese año, concedió a los novios el permiso por el cual contrajeron nupcias, el mismo 29, en la Iglesia de la Merced, coronando de ese modo la historia de amor más romántica de la Buenos Aires colonial. Recordaría, años después, Mariquita, sobre los matrimonios concertados: "El padre arreglaba todo a su voluntad. Se lo decía a su mujer y a la novia tres o cuatro días antes de hacer el casamiento; esto era muy general. Hablar de corazón a estas gentes era farsa del diablo; el casamiento era un sacramento y cosas mundanas no tenían que ver en esto, ¡ah, jóvenes del día!, si pudieras saber los tormentos de aquella juventud, ¡cómo sabrías apreciar la dicha que gozáis! Las pobres hijas no se habrían atrevido a hacer la menor observación; era preciso obedecer. Los padres creían que ellos sabían mejor lo que convenía a sus hijas y era perder tiempo hacerles variar de opinión. Se casaba una niña hermosa con un hombre que ni era lindo ni elegante ni fino y además que podía ser su padre, pero hombre de juicio, era lo preciso. De aquí venía que muchas jóvenes preferían hacerse religiosas que casarse contra su gusto con hombres que les inspiraban aversión más bien que amor. ¡Amor!, palabra escandalosa en una joven, el amor se perseguía, el amor era mirado como depravación". El autor es abogado e ingeniero. Autor de diversos libros sobre historia argentina.

Fuente: Juan Pablo Bustos Thames para Infobae

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