miércoles, 4 de noviembre de 2015

“Ser digitopunturista es como dar un abrazo”


Ana María De Franceschi Yoshida (53), argentina y de madre japonesa, es arquitecta, como su padre. Se casó, tuvo tres hijos. Desarrolló su profesión con éxito hasta que una experiencia cambió su vida. Fue en 2002, durante su segundo viaje a Japón, a la ciudad de Iwata. Había ido sola, a visitar a la hermana menor que allí residía. “Me dolía mucho la cintura, pensé que solo se trataba de una mala postura. Un hombre me aconsejó que fuera a una clínica de masajes donde los alumnos hacían terapias gratuitas. Fui, tuve la suerte de que me atendiera el maestro Saito Shigueru Yiguero, quien desarrollaba una técnica de reflexología y digitopuntura llamada Ruo-shi. La reflexología es la técnica madre, por ser la más antigua, de las que se desprendieron todas las otras técnicas de masajes, incluida la digitopuntura. Él me dijo que me haría un prediagnóstico. Yo pensé que me pediría una resonancia magnética, que me sacarían sangre, pero no. Hizo que me sentara en un sillón cómodo y empezó a masajearme la planta de los pies, haciendo presiones muy profundas. Entonces pegué un grito. Sentí que me estaba cortando con una navaja. ‘¿Qué es esto?’ pregunté. ‘Su riñón’, contestó el maestro. ‘Usted no toma agua, se le nota en la cara. Está nerviosa, cansada, producto del estrés laboral, también del miedo. La atemoriza estar lejos de casa’. ¿Cómo puede mi cuerpo producir algo así?, pensé en ese momento”. Shigueru Yiguero le indicó a Ana María ocho sesiones, pero después de la cuarta le pidió que reposara y que volviera en 15 días. Y si pasaba algo, “que conservara el recuerdo”. Le hizo caso, descansó. El domingo sintió un dolor muy fuerte, y largó un cálculo renal. Se lo entregó en la próxima sesión acompañado de un “muchas gracias”. Entonces, el hombre le aconsejó con autoridad plena: “Ahora que usted está bien debe quedarse y estudiar”. “Yo estaba impactada, totalmente fascinada con la técnica, y con el maestro que me abría un horizonte nuevo. Como arquitecta me había orientado al tema de la salud, de hecho fui becada para trabajar en la rehabilitación del Garrahan, el hospital de pediatría, por lo tanto era un tema que me interesaba. La cuestión es que nunca más sentí dolor de cintura, y lo único que había tomado era agua y masajes. Claro, que después fui al médico a hacerme un control. Estas técnicas complementan la medicina, no la suplantan. Eso es importante aclararlo”. Después de la cura Con la decisión tomada, Ana María, llamó por teléfono a Jorge, su marido, para anticiparle el nuevo proyecto. “¿Con qué venís ahora?”, escuchó que le preguntaban del otro lado del mundo, a modo de aceptación anticipada ante lo que ella estaba a punto de comunicar. Al volver a la Argentina, Ana María reunió a la familia, les contó la experiencia vivida y asumió su necesidad de instalarse en Japón para estudiar. Les pidió que la acompañaran, que no podía vivir sin ellos, que los necesitaba. La hija más chica, Kaoru, tenía 9, Valentín, 13 y Hanna, 15 años. “Vamos a apostar al deseo de mamá”, acordó el padre con la aprobación de los hijos. En febrero del 2002 la familia se instaló en Japón: los chicos empezaron a estudiar a través del programa internacional, rendían vía consulado y aprendían japonés. Jorge daba clases de español, o hacia otros trabajos. Mientras tanto, Ana María estudiaba con Shigueru Yiguero y practicaba lo aprendido con la familia: sus cuerpos eran los modelos. La técnica ¿Cómo explicar el Ruo-shi, esta técnica de reflexología y digitopuntura oriental? ¿Cómo explicar un tratamiento absolutamente corporal y sensorial, milenario? Ana María dice: “Lo que se hace con la digitopresión, es aliviar el dolor. A través del sistema nervioso surgen terminales que llegan a muy pocos milímetros del pie, cuando yo presiono un punto se produce la expulsión total de las tensiones del cuerpo. Se siente dolor, pero después de los segundos que dura la presión para desarmar una situación de bloqueo corporal, la persona puede ser ayudada, ya que el estímulo activa el cuerpo, así se restablecen las funciones. Yo doy un ejemplo de arquitectura que resulta clarificador: las cañerías se destapan con agua caliente. Esto es igual: vos tenés tapado, por un sentimiento, un canal que se dirige a un órgano. Si está mucho tiempo tapado, desborda en tu cuerpo, y lo enferma. En cambio, si te dejás ayudar, se activa el químico natural del cuerpo y el torrente energético va a hacer circular mejor tu alimento a través de la sangre. Cuando el dolor llega a la superficie es porque tu cuerpo ya está enfermo. El camino contaminado. Lo que hace la digitopresión es destapar, como el agua caliente con las cañerías”. Al ir aprendiendo la técnica, María amplió su sensibilidad y su percepción. “Cuando veo a una persona tengo una primera imagen. Así como la siento en el pie o en la mano cuando presiono, la veo en la postura corporal y sintetizada en el rostro: la vista es el reflejo del hígado, por ejemplo, la nariz del pulmón, la boca del corazón. Es maravilloso descubrir los órganos que reflejan el interior”. Maestra internacional La alumna convertida en maestra volvió a la Argentina en 2004, autorizada a enseñar, matriculada en Japón, y con el título de “Maestra internacional de reflexología y digitopuntura de la técnica Ruo-shi”. Ella dudaba, conocía las dificultades de practicar esta técnica oriental en Occidente. Durante el primer año tuvo tres alumnos, dos de ellos parientes. Practicaba con los amigos y la familia. Su maestro le había dicho: “La mejor manera de no olvidar es enseñar y practicar”. Ana María, obediente, nunca dejó de hacerlo. Hoy, nueve años después, y con más de 100 alumnos formados, atiende en la sede Centro San Rafael, de Núñez y es directora de la escuela Ruo- Shi, sede Buenos Aires. El año pasado se vieron en la necesidad de expandirse. Nicolás Ikei, uno de sus primeros discipulos, abrió el Centro Shizendo en Palermo, donde Ana María atiende pacientes y toma exámenes a los alumnos. Si tuviera que explicar el origen de esta técnica milenaria, Ana María vuelve a los niños de Oriente, quienes desde siempre e intuitivamente, presionan con sus deditos los cuerpos cansados de sus padres y abuelos. Si tuviera que explicar su propia fascinación por la técnica, vuelve a su madre, a quien corre a abrazar desde que tiene uso de razón. “Yo intento ser como ella: cariñosa con mis hijos, con mi esposo, con mis amigos. A veces los pacientes tienen ganas de abrazarme y yo creo que es lo más natural del mundo. Podríamos decir que esta técnica es como un gran abrazo, y no estaríamos equivocados”. Sensibilidad extrema Su especialidad lleva a sus manos a involucrarse con cuerpos y pieles extrañas: “Es un verdadero intercambio íntimo. Es sublime saber que con mis manos, mediante una técnica antigua, puedo quitar un dolor al otro. Cuando hago la presión en un estado normal, lo que siento en los dedos es como un globito que se desinfla. Pero a veces el paciente viene con piedras: cuando lo toco siento un pinchazo, me duele y sé que al otro le va a doler mucho más. En ocasiones hasta puedo hacer que se le derrame una lágrima. Si no derrama esa lágrima porque no puede, entonces lloro yo. Me pasó en varias oportunidades. Cuando trabajo estoy sensible y abierta a ese otro ser. Es único, y lo agradezco”. A través de estos años, Ana María recorrió cuerpos que aprendió a descifrar: “Muchas mujeres vienen en la edad de la menopausia, cuando las funciones de siempre empiezan a desaparecer. A través de la digitopuntura no se reactiva la menstruación, pero se ayuda a encontrar un nuevo equilibrio. En definitiva de esto se trata la vida, de saber adaptarse. También atiendo personas muy ancianas que buscan el bienestar y la tranquilidad. Siempre les digo que después de los 70 se produce el equilibrio casi instantáneo. De hecho, en Oriente, hay gente que vive hasta los 118 años. ¿Cómo hacen? En general son naturistas y llevan una vida tranquila”.

Otra forma de ser y estar

Ana María reconoce: “Yo era una persona nerviosa, corría todo el día, enérgicamente. Quería ser mamá, profesional, esposa, estar en todos lados, pero no me daba el tiempo. Llegaba a casa estresada y cansada. No era que me molestaran mis hijos, pero cuando me preguntaban algo les decía: ‘esperen, estoy cocinando´. En cambio ahora puedo decir: ‘primero estás vos, te abrazo, te siento. Después vemos qué hay de comer’. Hice un cambio total en mi forma de actuar. Me tomo pausas, empecé a ver cuántas cosas son importantes de todas aquellas que traía como preocupaciones. Cuando conocí esta técnica bajé un cambio, logré mayor serenidad. Desarrollé algo tan importante como la paciencia. “Desde lo sexual también hay cambios. Cuando siento que debo estimular, sé a dónde dirigirme. Y estoy más abierta a recibir, por supuesto. El intercambio es bien profundo”.

Fuente: Mariana Perel para Clarín

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